Siempre nos quedará Beirut. Laila Hotait Salas
libanesa”.[5]
Además, el sistema confesional del Líbano no sólo ha parcelado a sus ciudadanos en comunidades, sino que también ha dado siempre preeminencia a una comunidad sobre el resto. Es el caso de la comunidad cristiana maronita, la cual acapara la dirección de todos los puestos esenciales del Estado, pues no sólo el presidente ha de ser maronita, sino también el jefe mayor del Ejército, el director de la seguridad general, el rector de la Universidad pública libanesa y el jefe del Banco central. Es decir, los musulmanes podían sentir que el Estado no era del todo un ente que los representaba. En realidad, el hecho clave y radical que explicaría el Líbano contemporáneo fue que éste se configuró durante el mandato francés “en beneficio de los maronitas y en contra del nacionalismo sirio y árabe”.[6] En la primera etapa de su independencia, entre los años 1943 y 1964, se podría decir que los tres presidentes maronitas establecieron un presidencialismo autoritario[7] a través de los cuerpos del Estado; un legado del colonialismo francés y su alianza con la comunidad maronita que afectó a la estructura social dando lugar a un Gobierno sellado por el taifismo[8] y a una estructura de clases enormemente diferenciadas basada en la confesión religiosa del ciudadano. Esto ha dado lugar a un complejo hecho social: los libaneses se han visto afectados y han reaccionado a los distintos fenómenos políticos determinados por su confesión religiosa. Por ello al hablar de la situación en el Líbano se habla de grupos confesionales que han acabado conformando conjuntos ideológica y socialmente diferenciados en sí mismos. Además, durante los años 50 y 60 se desarrollaron dos sectores económicos completamente dispares, uno más tradicional y el financiero (Líbano llegó a ser casi un paraíso fiscal ganándose el apodo de la Suiza de Oriente Medio).[9] Pero las riquezas generadas no se repartían y el Estado, con todo su aparato, se hacía cada vez más débil.
Habría que entender cómo estaba configurado el Líbano, o al menos el grado de complejidad de su organización taifí, para comprender por qué el calado de ciertas ideas fue mayor en unas partes de la población o grupos confesionales que en otros. Sobre la comunidad maronita se podría decir que ya en la época de las cruzadas había hecho su elección histórica, siendo la única comunidad cristiana oriental que había luchado junto a los cruzados que venían de Europa, así como era y es también la única vinculada a Roma y no a otros centros orientales del cristianismo (en el Vaticano hay un consejo cristiano maronita). En realidad, aunque siempre han existido ideologías transversales entre cristianos y musulmanes libaneses, en la comunidad maronita caló profundamente la sorprendente interpretación que les llevó a proclamarse herederos de los fenicios, ajenos a la arabidad, y defender una suerte de especificidad libanesa que les diferenciaría del resto de países árabes. Un ideario que encontró su opuesto en el panarabismo y pansirianismo, mayoritario entre la población musulmana.
Una parte importante del espíritu político de la época poscolonial tanto en el Líbano como en el resto de los países árabes estaba imbuido de una visión panarabista del mundo y la política, una toma de conciencia de la arabidad que databa ya de la época del dominio otomano. El panarabismo era en esencia una ideología que “pretendía edificar una entidad árabe en nombre de la arabidad”[10] y cuyas vertientes y movimientos más importantes, organizados y vertebrados, acabaron siendo el baazismo y el naserismo.[11] En realidad, los panarabistas libaneses, en su mayoría musulmanes o cristianos ortodoxos, tardaron mucho tiempo en reconocer y reconocerse en el Estado, pues reivindicaban su pertenencia a la Gran Siria, de la que consideraban que el Líbano había sido separado artificialmente por Francia.
El nacionalismo árabe y el sentimiento de arabidad encontraron entre los cristianos del Líbano uno de sus grandes espacios de reflexión y acción. Según el historiador Kamal Salibi, quien veía este movimiento más como “una actitud” que como una ideología, fueron los cristianos los primeros en identificarse con él, pues entre otros factores se habían formado en las universidades fundadas por las comunidades religiosas venidas de Occidente, la Universidad Jesuita de Saint Joseph y la Universidad Americana de Beirut, en las que se discutía y planteaba la idea de “nación”.[12] En la articulación de ese arabismo, o panarabismo moderno, destacaron dos figuras importantes, los profesores Constantine Zurayk y Nabih Amin Faris, ambos cristianos y docentes en la Universidad Americana de Beirut, quienes llamaban al levantamiento de los árabes “aletargados”[13] contra los turcos. Otro ideólogo posterior, Antun Saade, de la comunidad greco-ortodoxa, consiguió agrupar seguidores en torno a la idea de una unidad de civilización en todo el Creciente Fértil desde la Antigüedad, procedente de la base aramea y siriaca de dicha región. Creó el Partido Popular Sirio (pps), contrario radical a la unidad árabe global que reivindicaban otros cristianos libaneses como Amin al-Rihani.[14]
Asimismo, el panarabismo, aunque era un pensamiento más extendido entre los sunníes, también se expandió entre los shiíes libaneses. Por tanto, no debería verse, tal como algunos analistas han hecho, a la comunidad sunní como la única valedora del proyecto unionista y panarabista en el Líbano.[15] Todas estas visiones políticas regionales estaban dándose en la zona y Beirut no sólo era parte de ellas, sino que también se encontraba en el centro del debate. Así, además de las ideologías de las distintas comunidades que las aceptaban y entendían de distinta forma, una vez emancipado el Líbano del control exterior colonial, hubo factores o hechos históricos fundamentales que siguieron añadiéndose a las causas del estallido final de la guerra civil. Problemas nunca resueltos que nos permitirían ver cómo, escalonadamente y de forma dilatada en el tiempo, se habían ido sembrando las semillas del conflicto.
El historiador español Bernabé López García resumía en tres los principales factores de la crisis: “la disposición de la creación estatal de Líbano en 1920 por parte del Gobierno francés [...], la fragilidad del Pacto Nacional de 1943 […y] las insurrecciones de 1958”.[16] El Pacto Nacional de 1943 en el Líbano, Al-Mizaq al-Watani, firmado bajo el Gobierno de Bichara Al-Khoury con el panarabista Riad Al-Solh como primer ministro, el cual, como hemos analizado anteriormente, buscaba suavizar las rivalidades entre los grupos confesionales a la vez que se acercaba a los Estados árabes. Por ello se consiguió que los maronitas desistieran de su sueño de aislar el Líbano del resto del mundo árabe, a la vez que se llegaba a un acuerdo con Siria para que ésta respetara la soberanía del país.[17] El Pacto Nacional dio una cierta estabilidad al país y ayudó a la creación de un régimen parlamentario con un alto grado de libertad de expresión, pero seguía imponiendo una división de la estructura social basada, en esencia, en lo confesional.
En 1952, durante el periodo que hemos denominado la guerra fría árabe, se alzó con la presidencia Camille Chamoun, de claro talante prooccidental, que firmó al final de su primer mandato, en 1957, la doctrina Eisenhower,[18] siendo el Líbano el único país árabe de Oriente Medio que la ratificaba, es decir, el Estado libanés se posicionaba en contra de la URSS y a favor del bloque de los Estados Unidos. Pero, en la votación de 1957, los panarabistas se habían fortalecido tras la nacionalización del Canal de Suez en 1956 y dieron un giro a la política exterior del Líbano alineándose políticamente con Siria y Egipto.[19] Los posicionamientos enfrentados entre el prooccidental Camille Chamoun y los panarabistas produjeron numerosos disturbios