El crepúsculo del materialismo. Richard Bastien
de la cultura griega y la religión judía en el advenimiento del cristianismo.
Es en el prólogo del Evangelio según san Juan donde se encuentra la primera ilustración sobre la unidad de la fe y la razón. Una y otra llevan el mismo nombre, el de Logos. El Logos de Dios —el Verbo de Dios, la Razón creadora de Dios— es al mismo tiempo la razón (logos) de la filosofía griega y la persona histórica de Jesucristo, el Logos encarnado, la segunda Persona de la Trinidad hecha hombre mortal. San Juan revela así el corazón mismo de la cultura clásica, el Logos pensado por todos los filósofos, la verdad última y eterna, la significación de todas las cosas. Al afirmar que el Verbo se hizo carne, ha mencionado no solo un alma y un espíritu humanos, sino también un cuerpo humano.
Y la ecuación que ha planteado entre el Logos y Jesucristo ha sido el punto de partida de una nueva humanidad. De ahí la introducción de un corte en la historia humana: hay un antes y un después de Jesucristo.
Algunos espíritus modernos ven en esta identificación de Cristo con el Logos una especie de helenización del cristianismo. Como hemos dicho más arriba, es sin embargo exactamente lo contrario lo que se produjo: lejos de dejarse helenizar, el cristianismo bautizó a la filosofía griega. Es el Verbo de Dios el que ha cambiado al hombre y no a la inversa[4].
A estas consideraciones, el materialismo no puede oponer más que una especie de rechazo global. Para decirlo todo, el materialismo filosófico se apoya en un razonamiento circular: pone como premisa lo que pretende probar. Afirma que todo lo que no se reduce a relaciones físicas o matemáticas no es susceptible de una explicación racional. Porque, añade el materialismo, toda explicación racional no puede presentarse más que en forma de ecuaciones y datos cuantificables. ¡Fuera de lo cuantificable, no hay salvación! Y si se le pregunta en qué se apoya esta afirmación perentoria, responde que, como las explicaciones cuantitativas bastan para explicarlo todo en física, pueden explicarlo todo porque «todo lo que existe es físico».
Nos encontramos así girando en redondo: el materialismo es verdadero porque debe ser verdadero. El mismo tipo de circularidad se aplica al origen del alma humana: los seres humanos no serían más que una amalgama de procesos fisicoquímicos, la pretendida espiritualidad de los seres humanos es reductible a causas físicas, pues no existe nada fuera del mundo físico. En suma, el materialismo es verdadero porque es verdadero.
Se observa el mismo género de circularidad en el pensamiento de los «nuevos ateos» como Richard Dawkins, Daniel Dennett y Sam Harris. Su crítica de la religión está estrechamente emparentada con la tradición naturalista de los Ludwig Feuerbach, Karl Marx y Sigmund Freud, que juzgan las ventajas de la religión en términos puramente psicológicos. Todos estos autores fundan su ateísmo sobre el postulado de que ninguna realidad espiritual existe fuera de la psique humana, de suerte que la creencia en Dios se explicaría por fenómenos naturales[5]. Excluyendo a priori la posibilidad misma de lo sobrenatural, una tal argumentación presupone su conclusión.
El naturalismo, al igual que su pariente el materialismo filosófico, no puede presentarse como intelectualmente riguroso, no es nada más que una lamentable petición de principio.
[1] É. GILSON, La philosophie au Moyen Âge, tomo I: Des origines patristiques à la fin du XIIe siècle, Payot, París 1976, p. 32-33.
[2] C. DAWSON, The Formation of Christendom, Sheed and Ward, Nueva York 1967, p. 83.
[3] Me inspiro aquí en lo que afirma el filósofo americano Peter Kreeft sobre las relaciones entre fe y razón. Ver en particular el capítulo 2 de Handbook of Christian Apologetics. Hundreds of Answers to Crucial Questions, Inver Varsity Press, Downers Grove (ILL) 1994. Ver también: Fundamentals of the Faith. Essays in Christian Apologetics, Ignatius Press, San Francisco 1988.
[4] Para este asunto, ver el capítulo 7.
[5] Richard Dawkins, por ejemplo, explica la creencia en Dios por medio del concepto de “meme”: un elemento de difusión cultural reconocible, transmitido mediante la imitación del comportamiento de un individuo por otros individuos. Un meme proporcionaría una «ventaja natural» a los que lo adoptan. Investigaciones realizadas por numerosos antropólogos han concluido que esta noción no tiene ningún valor científico. Se puede ver al respecto la obra de A. MCGRATH, The Spell of the Meme, disponible online.
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