La extrema derecha en Europa. Jean-Yves Camus
de universalismo. (66) Estamos aquí lejos de la clásica imagen de fascismo. Corremos el riesgo, entonces, de participar en las reconstrucciones históricas de los ámbitos radicales que presentan un fascismo mucho más europeísta de lo que fue, desprovisto de la brutalidad de sus hechos para atraerlo al éter de las ideas de sus márgenes. Seamos empíricos: ¿qué vemos?
Los fascistas del período de entreguerras se legitiman produciendo un conjunto de signos donde se entremezclan elementos extranacionales importados con la afirmación de una tradición nacional específica. Este proceso de bricolaje en el mercado internacional de modelos, de propagandas e ideas es permanente, cualesquiera sean el tiempo y el espacio utilizados para entender un “fenómeno” fascista. No obstante, a partir del momento en que el Tercer Reich decide, en 1942, reorientar su propaganda hacia un eje europeísta, Europa se convierte a la vez en el mito y en la utopía de los fascistas. Después de la Segunda Guerra Mundial, todos los grupos tienen conexiones internacionales y comparten este objetivo ideológico europeísta (los neonazis incluso abandonan todo racismo interno al mundo blanco). Así pues, puede elaborarse una escala del fascismo que descanse en la claridad de la cronología internacional: gestación ideológica previa a 1919, fascismo con varias etapas entre 1919 y 1942, neofascismo a partir de 1942.
Nuevas olas
El neofascismo que nace en 1942 no produjo una ruptura completa con el fascismo, pero, en comparación, privilegió la sociedad antes que el Estado y a Europa antes que a las antiguas naciones. Esta fisonomía no puede disociarse del desarrollo de los contextos sociales, políticos y económicos –en suma, de la planetarización y de la posmodernidad–, no más que de la historia de los márgenes supranacionalistas en la dialéctica interna del fascismo durante su primer período (1919-1941) (con Ernst Niekisch u Otto Strasser, entre otros). Pero, después de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo se refugió en transmitir su “visión del mundo” –una rebelión moderna “contra el mundo moderno”, una “revolución conservadora”, cuyo objetivo ideal-típico es una palingenesia comunitarista–. El fascismo en cuanto sustrato ideológico sobrevivió, pero perdió todos sus signos manifiestos, que in fine solo fueron conceptos adyacentes, una forma relacionada con la era industrial. Solo conserva su decorum dentro de microsectas folclóricas, que además, justamente, ya no tienen que ver con lo político sino antes bien con lo cultural.
El marco francés corresponde a un caso extremo de esta forma. El fascismo francés no se corresponde ni con la morfología clásica del fascismo (partido que moviliza las masas), ni con el conjunto de sus signos (ausencia de imperialismo belicoso), sino que goza de una forma general que le es propia. El fascismo francés, apoyado en las bases del “nacionalismo de los nacionalistas” forjadas durante la fase 1870-1914, se produce, desde fines de la Primera Guerra Mundial, mediante la hibridación de signos, en general extranacionales, y se difunde en un proceso de rizoma cultural que se corresponde con su estructura de rizoma de organizaciones de baja densidad cuantitativa y sin una figura real del guía, inserto en el campo de las extremas derechas. La posguerra vio acentuarse esta estructuración bajo el efecto de los contragolpes de la limpieza étnica, de las formas básicas de combate de la Organización del Ejército Secreto –también de su fracaso, más adelante– y de la revolución mundialista. Así, el fascismo, en tanto reacción al fin del siglo de las naciones en 1919, continuó su camino de cuestionamiento de la organización de sociedades organicistas.
De este modo, se entiende por qué todas las extremas derechas rechazan el orden geopolítico establecido. En efecto, las innovaciones del campo se relacionan estrictamente con un cambio del orden geopolítico (1870, 1918, 1941, 1962, 1973 y 2001 son todas fechas de mutación tanto de la geopolítica como de las extremas derechas). La extrema derecha es una reacción hostil a las transformaciones en las relaciones Estado-sociedad en el marco de la globalización (el término recubre la “primera” y la “segunda” globalización).
En la Europa actual, la extrema derecha radical, en su conjunto, es menos una familia política que una contracultura de margen o una subcultura, en el sentido, no peyorativo, que dan a este término los sociólogos, es decir, el de expresión cultural minoritaria. El fenómeno es notorio en Francia. Los grupos radicales vieron cómo se reducía su espacio político a medida que crecía la audiencia electoral del partido lepenista, que se convertía de hecho en aquello que la ciencia política suiza llama con el bonito nombre de “organización buhardilla” [faîtière], (67) es decir, una organización que absorbe a la totalidad de los grupos existentes, por doble pertenencia o por migración de los militantes. Los “radicales” se distinguen por elegir estratégicamente la vía no electoral, a menudo empujados por su rechazo explícito de la democracia. También se diferencian de los partidos electoralistas por expresarse sin eufemismos sobre la cuestión étnica, por su europeísmo (opuesto al nacionalismo “estrecho”, estrictamente francés, del FN) y por reclutar miembros básicamente entre los jóvenes. Este movimiento, desperdigado entre grupos locales y revistas nacionales de baja difusión (desde unas pocas decenas hasta miles de ejemplares), es tanto un fenómeno sociológico de contracultura marginal, incluso de “tribu urbana”, como un objeto de estudio estrictamente político. Sin embargo, la estrategia de normalización del FN también permitió reforzar las estructuras más consolidadas.
Algunos movimientos de hoy, aunque no son fascistas, tienen ascendencia en la extrema derecha radical del siglo XX. En el nacionalismo de Vlaams Belang se encuentra la herencia del Verdinaso, de Joris Van Severen. El partido România Mare, expansionista y ferozmente antimagiar, antisemita y antirrom, debe mucho a la Guardia de Hierro. Sin embargo, la propia Guardia de Hierro es deudora del profesor Alexandre Cuza y su Partido Nacional Demócrata, quien había hecho del antisemitismo su profesión de fe ya desde 1919. Casi no puede comprenderse el nacionalismo húngaro contemporáneo sin mencionar el régimen reaccionario del regente Horthy y la Cruz Flechada de Ferenc Szálasi, así como hay que volver a colocar al nacionalismo croata en su relación con el Estado ustasha de Ante Pavelić y la ideología del Partido del Derecho, tal como la formulara entre las dos guerras su teórico Milan Šufflay.
A menudo, grupos políticos contemporáneos apelan a una tradición “de izquierda” o “auténtica” de los fascismos o del nacionalsocialismo contra sus degeneraciones reaccionarias: el Nationaldemokratische Partei Deutschlands [Partido Nacional Demócrata alemán] (NPD) convoca a los hermanos Strasser y a los nacionalistas revolucionarios de la Revolución conservadora, mientras que, en Italia, Alessandra Mussolini y el jefe del Movimento Sociale Fiamma Tricolore, Luca Romagnoli, logran ser electos para el Parlamento Europeo con un programa que llama a la República de Saló contra la “traición” del fascismo por parte de Gianfranco Fini. España cuenta con diversas falanges, que se presentan –todas– como más auténticas y subversivas que las demás, pero también más que el fenómeno contemporáneo del poder franquista. El desvío por izquierda a menudo surge de una confusión entre propaganda e ideología. Pero también da testimonio de la voluntad de volver a encontrar un fenómeno inconforme, liberado de peso, que retome el espíritu subversivo y social del primer manifiesto fascista de 1919.
La extrema derecha radical no pudo recuperarse de la conmoción de 1945. La extrema derecha de los “nacionales” estuvo mucho tiempo convaleciente. Tanto uno como otro campo no dejaron de intentar limpiar su nombre de las traiciones y los crímenes del otro. Sin embargo, el lenguaje cotidiano, común, se niega a desunir a los responsables entre sí. Es en este momento –luego de 1945– cuando el término “extrema derecha” integra plenamente el lenguaje cotidiano para designar a las formaciones políticas nacionalistas, autoritarias y xenófobas: Joven Nación (1949-1958), luego el movimiento Poujade (1953-1958) y, por extensión, los de los partidarios de Argelia Francesa que eligieron el camino de la acción violenta, dentro de la Organización Armada Secreta (OAS). Pero, así espacializada, la realidad militante del fenómeno interroga a los comentadores: ¿cómo atreverse a situar a “la extrema” de la “derecha” a personas que podían combatir a través del terrorismo a gobiernos “de derecha”? De hecho, es importante situar el objeto como un campo propio, y no como un punto último del eje lineal derecha-izquierda. Lo mismo sucede cuando abordamos los demás reproches