La extrema derecha en Europa. Jean-Yves Camus
emprendedor (tema del “proteccionismo inteligente”) como de la protección del Estado de Bienestar (tema de la “preferencia nacional”).
Si se observan estos tres casos, resulta evidente que no se puede hablar de uniformidad ideológica. Los votos se siguen determinando en función de las problemáticas y culturas nacionales. El elemento común no es una eurofobia irreal, sino una crítica a las instituciones de la Unión Europea. Su déficit de legitimidad democrática es considerado como un espejismo organizado para instaurar un liberalismo tanto económico como cultural. Dichas instituciones serían las productoras de los defectos de la sociedad posindustrial (atomización social, desempleo masivo), que para las extremas derechas se convierten en los defectos de la sociedad multicultural. Por lo demás, estas elecciones permiten observar la reacción simultánea de territorios que habían sido divididos entre naciones. Es el caso de Cataluña, dividida por el Tratado de los Pirineos (1659), cuya parte española atraviesa un profundo movimiento independentista, mientras que la catalanidad del espacio que permaneció en Francia es superficial, ya que durante las primeras décadas se efectuó una amplia tarea de regeneración. El importante movimiento nacionalista del sur de los Pirineos no está sostenido por la extrema derecha. No se nutre de un resentimiento contra la globalización, sino de la voluntad de insertarse en ella de manera óptima. Aunque, desde la década de 1960, nacieron en Cataluña varios grupúsculos de tendencia völkisch, un partido de orientación nacional-revolucionaria como el Movimiento Social Republicano (0,05% de los votos en el escrutinio europeo) considera el separatismo como una reivindicación burguesa y promueve la federación de las Españas dentro de una confederación europea que englobe a Rusia.
Después del breve semilogro de Fuerza Nueva, (79) la extrema derecha española está marcada por un fraccionismo compulsivo y una incapacidad para renovarse de otro modo que no sea por imitación de las experiencias europeas, principalmente francesa e italiana. Ahora bien, los resultados en el escrutinio en España no tienen nada que ver con los de Francia: las cinco listas de extrema derecha se repartieron el 0,38% de los votos. En Barcelona, los resultados son insignificantes: 0,05 para la Falange Española Auténtica de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, 0,03% para el MSR y el islamófobo Democracia Nacional, etc. Mientras la pluralidad de las candidaturas permitiría al menos detectar cuál es la línea más prometedora, todas las formas de la extrema derecha se encuentran en un callejón sin salida. Dado el interés del escrutinio porcentual, la oferta política de extrema derecha también fue múltiple en Perpiñán. Si bien las pequeñas formaciones de extrema derecha suman un resultado equivalente al del caso barcelonés, la lista frentista llega primera con el 35,89% de los votos.
Esto muestra que “la crisis de 2008” no es la causa de un “avance de los extremos en Europa”. En efecto, así como la violencia de la crisis no deja ningún lugar a dudas en España, incluida Cataluña, donde el número de desocupados no indemnizados se triplicó desde 2010, Rosellón es justamente uno de los territorios franceses más frágiles. El 32% de la población perpiñesa vive bajo la línea de pobreza. Así pues, la explicación económica de los resultados no es suficiente. El desempeño electoral de la extrema derecha depende del encuentro entre una oferta política coherente y una demanda social autoritaria, nacida del sentimiento de deconstrucción de una comunidad de destino. Frente a la aceleración de la decadencia del Estado de Bienestar provocada por el euroliberalismo, una nueva parte de las poblaciones europeas está políticamente disponible.
No se trata, sin embargo, de un retorno a la década de 1930 ni de una reacción a un fenómeno económico que se habría iniciado en 2008. A ambos lados del Atlántico, se produce desde hace cuarenta años lo que en el contexto francés podemos llamar la “derechización”. Se trata de un desmantelamiento del Estado social y del humanismo igualitario, vinculado con una etnización de las cuestiones y representaciones sociales, en favor de un crecimiento del Estado penal. Este proceso trae aparejada una demanda social autoritaria que es una reacción a la transformación y a la atomización de los modos de vida y de representaciones en un universo económico globalizado, financierizado, cuyo centro ya no es Occidente. Por eso, los indicadores socioeconómicos por sí solos ya no son suficientes. Si bien es cierto que un país como Francia atraviesa algunas dificultades, también lo es que su cultura se construyó durante cinco siglos sobre la base de valores unitarios. La crisis en ella, entonces, es política y cultural, y el soberanismo integral responde a sus fallas. Puesto que la derechización es un proceso en desarrollo, ofrece a las extremas derechas la posibilidad de adaptar su oferta a ella en cada sociedad nacional.
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