Las extremas derechas en Europa. Jean-Yves Camus
legítima.
Así pues, no se trata de pensar que, si se considera como pertinente la división derecha-izquierda, la extrema derecha sea, sin embargo, lo que se sitúa, en el eje mencionado, a la derecha de los partidos conservadores y liberales. La política es multidimensional y cada campo político tiene, cierto es, intersecciones con sus vecinos, pero se trata más de esferas interconectadas que disponen cada una de su autonomía que de un solo rasgo. Incluso así, sigue siendo una estructuración que clasifica «extrema derecha» a «derecha». Recordemos la definición de «derecha» que da uno de los académicos contemporáneos cercanos a la corriente católica tradicionalista y realista legitimista. Para Alain Néry, el término «derecha», que proviene etimológicamente del latín directus, indicaría la «dirección hacia la que hay que ir» respecto de «valores superiores, desinteresados a un fin». Mientras que el término «izquierda», derivado «de un verbo franco que significa ceder, flexionar», podría relacionarse con «siniestro», del latín sinister, que se traduce a la vez como «izquierda» y como «funesto». (68) Por un lado, el orden natural; por el otro, el desorden de la revolución a la que llevaría todo constructivismo. La extrema derecha, en la mayoría de sus componentes, no está lejos de compartir esta visión de las cosas. Las derechas radicalizadas que convergieron en 2013 en La Manif Pour Tous [La Manifestación para Todos] estarían de acuerdo con esto. (69) La propia izquierda, al presentarse como «el progreso» y «el movimiento» contra «el conservadurismo»y los «neorreaccionarios», dice más o menos lo mismo, pero invirtiendo el juicio moral. La idea también es leer lo implícito en la «nueva derecha» que aparece mediáticamente en Francia a mediados de la década de 1970, aunque la asociación que lleva sus ideas, el GRECE (Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne [Grupo de Investigación y Estudios para la Civilización Europea]), habría sido fundada en 1968. El GRECE prefiere situarse más allá de una división derecha-izquierda, que declara obsoleta y reductora. Así resumía Alain de Benoist sus posiciones, en la reedición de su libro Vu de droite [Visto desde la derecha]: «Llamo aquí “de derecha”, por pura convención, a la actitud que consiste en considerar la diversidad del mundo —y, en consecuencia, las desigualdades relativas de las que necesariamente son producto— como un bien, y la homogeneización progresiva del mundo —promovida y efectuada por el discurso bimilenario de la ideología igualitaria— como un mal». (70) La «nueva derecha» es, además, efectivamente plural según los países inscribiéndose allí en el paisaje específico de las derechas autóctonas: más bien deutsch-national con el semanario alemán Junge Freiheit y su equivalente vienés, Zur Zeit; bastante crítica hacia la derecha berlusconiana y el americanismo de la Alleanza Nazionale, con el politólogo Marco Tarchi en Italia; más marcada por el catolicismo y buscando arrimarse al Partido Popular, con la revista española Hespérides; y, por último, en el caso del movimiento Synergies Européennes [Sinergias Europeas], dirigido desde Bélgica por Robert Steuckers, que canalizaba las tesis «neoeuroasiáticas» del ruso Aleksandr Duguin, así como una fuerte oposición al islam.
De hecho, la extrema derecha europea tuvo, desde 1945, cuatro olas diferentes de partidos extremistas de derecha. La primera, entre 1945 y 1955, se caracteriza por su proximidad con las ideologías totalitarias de la década de 1930 y a menudo se la denomina «neofascista». La segunda ola, que aparece a mediados de la década de 1950, corresponde a un movimiento de las clases medias radicalizadas. Entre los años 1980 y 2001, llega la «tercera ola» que muchos autores califican como «nacional-populista». La cuarta ola se desarrolla después del 11 de Septiembre y es una traducción populista del concepto de «choque de civilizaciones». Se hicieron varios intentos de aislar, dentro de esta familia de extrema derecha, a subgrupos transnacionales. Así, Piero Ignazi distingue entre «antiguos» partidos, de neta filiación con los fascismos, y partidos «posindustriales». (71) Hans-Georg Betz prefiere oponer los populismos radicales de corte neoliberal, incluso libertario, a los nacional-populismos autoritarios.(72)
El tiempo presente
El FN aparece como un caso límite en todos los modelos de clasificación existentes, establecidos a partir de lo que Cas Mudde llama —con ironía pero con justeza— «baterías de criterios» que se emparentan, por su longitud, «a verdaderas listas de recados» (shopping lists). Según Cas Mudde, pertenecen a la extrema derecha las formaciones que combinan: el nacionalismo (estatal o étnico), el exclusivismo (por lo tanto, el racismo, el antisemitismo, el etnocentrismo o el etnodiferencialismo), la xenofobia, rasgos antidemocráticos (culto al jefe, elitismo, monismo, visión organicista del Estado), el populismo, el espíritu antipartidario, la defensa de «la ley y el orden», la preocupación por la ecología, una ética de valores que insiste en la pérdida de las referencias tradicionales (familia, comunidad, religión) y un proyecto socioeconómico que mezcla corporativismo, control estatal en determinados sectores y fuerte creencia en el juego natural del mercado. La lista de los partidos que corresponden a esta descripción comprende el conjunto de las formaciones que, en Europa occidental, experimentaron importantes éxitos electorales en las décadas de 1980-2000 y fueron espontáneamente clasificados por los observadores como de extrema derecha (Frente Nacional, FPÖ, Vlaams Blok, Liga Norte y Alleanza Nazionale, Partido del Pueblo Danés, Partido del Progreso noruego). El politólogo propone luego subdividir la familia de extrema derecha entre partidos moderados y partidos radicales. Según él, los partidos radicales profesan un nacionalismo xenófobo que excluye del beneficio de determinadas prestaciones redistribuidas por el Estado a todos aquellos que, por su nacionalidad o su origen, no pertenecen al grupo étnico dominante, que, en un plano ideal, es el único que detenta el derecho de residencia en el suelo nacional.(73)
El problema metodológico se presenta en el caso francés, con un FN poderoso cuando, en la década de 1990, muestra claramente una concepción ética de la nación, bajo la influencia de su dirigencia de neoderecha, pero que también logra el éxito en la década de 2010 con una estrategia de normalización. Por eso mismo, el FN vuelve a plantear la cuestión de la validez de la tesis de la «derecha revolucionaria», con la que sin demasiada dificultad algunos observadores quieren vincular al FN y, a partir de allí, relacionarla con el fascismo. Claramente, el FN de Jean-Marie Le Pen combina antiparlamentarismo y fibra populista, es favorable a trastocar y regenerar la sociedad y las jerarquías sociales, y se acerca a la «forma palingenésica del ultranacionalismo populista», que es —para Roger Griffin— la definición del fascismo; (74) ese fascismo que Roger Eatwell describe como «la ideología que buscó determinar un renacimiento social sobre la base de una tercera vía radical de tipo holística y nacional». (75) Sin embargo, los razonamientos que operan por modelización ideológica introducen una turbación que no tuvo lugar. El FN es un partido nacional-populista. También es un partido de tipo «posindustrial», que actúa en el marco de la democracia representativa buscando conquistar el poder a través de elecciones, que no posee filiación directa con los partidos fascistizantes de preguerra ni con las formaciones colaboracionistas del período 1939-1945. (76) Cierto es que presenta algunas características del fascismo, según la descripción del régimen mussoliniano que brinda el historiador italiano Emilio Gentile, justamente partidario de considerar el fascismo como una serie de acciones antes que de ideas.(77)
Si nos atenemos a la definición de Gentile, el FN solo reúne unas pocas características fascistas: no es un «movimiento de masas», no está organizado en forma de «partido milicia», no emplea «el terror» como medio para conquistar el poder, rechaza explícitamente la idea de construir «el hombre nuevo», ya que es anticonstructivista, a la manera ultraliberal de Hayek a la vez que a la manera tradicionalista de los contrarrevolucionarios. Tampoco promueve «la subordinación absoluta del ciudadano al Estado»: en efecto, primero, y muy por el contrario, en la época de Jean-Marie Le Pen, este pone en el centro de su programa reducir el papel del Estado a sus funciones soberanas, así como el desarrollo de la libertad de emprender y el libre juego del mercado; luego, en la época de Marine Le Pen, se produce un endurecimiento de la concepción del papel a acordar con el Ejecutivo y su intervención económica, pero sin una estatización significativa de las unidades de producción. Sin embargo, el FN presenta, efectivamente, algunos rasgos estéticos del fascismo, porque se trata de un movimiento que se considera investido «de una