Las extremas derechas en Europa. Jean-Yves Camus
sus cuadros suelen poseer «una cultura basada en el pensamiento mítico y en el sentimiento trágico y activista de la vida». Además, en la ideología frentista se encuentran otras particularidades del fascismo, según Gentile: «Una ideología de carácter antiideológico y pragmático», el antimaterialismo y el antiindividualismo (en el sentido de llamar continuamente a la movilización de las «energías nacionales»), el antimarxismo, la oposición al liberalismo político —visto como un equivalente del socialismo, el populismo y determinadas pretensiones anticapitalistas—. A decir verdad, una vez terminada esta comparación, ¿qué queda? No es que el FN sea un movimiento fascistizante, sino que los rasgos que tiene en común con el fascismo son rasgos comunes de las extremas derechas. Lo que sí puede validar racionalmente una comparación entre FN y fascismo es que el fascismo, sean cuales fueren las tentaciones de oscilación ideológica de sus márgenes, es un fenómeno que participa del campo de las extremas derechas, no la idea de que el FN pueda ser una extrema derecha radical.
Uno de los rasgos más originales del Frente Nacional es el haber logrado federar, en un largo período (1972-1999) —con, es verdad, algunas tensiones y divisiones, pero salvaguardando la existencia del partido—, los diferentes componentes de la extrema derecha francesa, de referencias a veces diametralmente opuestas. En consecuencia, agrupa a republicanos autoritarios y monárquicos, católicos tradicionalistas y neopaganos, excolaboradores y exresistentes, militantes de todos los grupúsculos nacionalistas del período de la «travesía del desierto» (1945-1984) y tránsfugas radicalizados de los partidos neogaullistas y liberales, que vuelven a encontrarse en el espíritu del «compromiso nacionalista»; esa táctica, ya presente en Maurras, que da muestras de la dimensión antisistema del partido. En efecto, esta constante en la unión más allá de las divisiones demuestra que todas las subfamilias de la extrema derecha francesa sienten que pertenecen a un mismo campo, el de los vencidos de todos los grandes cortes que jalonan la historia de Francia: Revolución de 1789, caso Dreyfus, Liberación, pérdida del Imperio colonial. Lo que acerca a estos diversos componentes es mayor que lo que los separa del adversario, designado con el nombre de «partidos del sistema», pura y simplemente reducido a un «ellos» contra «nosotros».
En lo sucesivo, este paisaje político plantea regularmente la cuestión de la identificación partidaria del islamismo. Ya sea que busque adquirir una visibilidad política participando eventualmente en el proceso electoral (Partido de los Musulmanes de Francia) o que limite su expresión a la esfera religiosa por pietismo o quietismo, rechazando totalmente las instituciones de los países «descreídos», una parte del movimiento islamista defiende una visión del mundo que en muchos aspectos es cercana a la de la extrema derecha. De este modo, posee una visión dualista de la sociedad, que se articula alrededor de la distinción amigo-enemigo y pone el acento ante todo en la pertenencia del individuo a la comunidad, en detrimento de los conceptos de ciudadanía, derechos individuales y el universalismo, que rechaza. Es teocrática y, como tal, defiende un modelo de sociedad y de Estado directamente derivado de los textos religiosos, en los que determinadas personas con poder de decisión creen detectar una condena formal de la democracia. Desea excluir y castigar a quienes se opongan a la moral religiosa, propone un modelo autoritario y jerarquizado de organización social. Algunos islamistas radicales integran en su discurso dos componentes estructurales del pensamiento extremista de derecha, en particular del catolicismo integral: el milenarismo (que da al salafismo yihadista una dimensión escatológica) y la teoría del complot. Construida primero en función del esquema del «complot judío» (rebautizado «sionista» para escapar a la chocante estigmatización del antisemitismo), dicha teoría incorpora, en algunos salafistas en particular, la denuncia de la francmasonería, la globalización, el comunismo y Estados Unidos, cuya conspiración explicaría el dominio de Occidente sobre el mundo musulmán. Estas ideas se acompañan de convergencias puntuales, interindividuales u organizacionales, que se expresan en particular en torno al antisionismo/antisemitismo. Cierto es que esto no autoriza a hablar del islamismo radical como de un «fascismo verde», ya que los elementos de analogía que se suelen presentar remiten, por lo demás, y de modo general, menos al fascismo que a la Revolución Conservadora. Pero esto demuestra que, en su proceso de integración y enraizamiento en la realidad europea, el islamismo tiende a asimilar algunos de los esquemas de pensamiento de las radicalidades ya presentes; en este caso, una extrema derecha que hoy en día es mayoritariamente islamófoba.
Si bien las rigideces en torno al islam son centrales para la cuarta ola de partidos, esta formulación no debe engañarnos respecto de que cada ola anularía la anterior. Las elecciones europeas de 2014 permiten delimitar tres modelos tipo que actualmente encuentran las masas en sus propios países. En Países Bajos, Geert Wilders y su Partido de la Libertad (PVV) representan uno de los indicadores de la dinámica neopopulista. El PVV, islamófobo ante todo, denuncia a las elites y hace apología de las virtudes del pueblo mostrándose como el campeón de las libertades de las minorías (gays, judíos, mujeres) contra las masas arabomusulmanas. Frente a la erosión de sus resultados electorales, Geert Wilders apostó a un endurecimiento contra la inmigración y hacia la Unión Europea. Este acercamiento ideológico con el FN se concretó en una alianza partidaria, cuando hasta ese momento Geert Wilders designaba al FN como un partido extremista y antisemita, para esgrimir que él mismo no lo era. Esta campaña no cosechó los frutos que Wilders esperaba y el PVV, que anticipaba un triunfo, registró un decepcionante 13,3% de los votos. En la otra punta del campo de la extrema derecha, se esperaba el resultado del movimiento griego Alba Dorada, que se inscribe decididamente en la extrema derecha radical. Del fascismo, retoma la forma de partido-milicia navegando entre violencia urbana y actividad electoral. Toma prestada la idea de construir un contra-Estado posicionándose como una fuerza del orden popular en el que conviven una acción social y un mandato de ejercicio legítimo de la violencia física. Retoma del nazismo los vínculos establecidos entre Antigüedad griega y arianismo (y afirma así que el nazismo había surgido del helenismo, más que él en el nazismo). (78) Retoma del neonazismo la superación de las divisiones internas a la raza blanca en favor de un afirmacionismo blanco esoterizante y paganizante. Con una baja promedio del salario en un tercio y la caída de una cuarta parte de los griegos bajo la línea de pobreza, el racismo oficia como instrumento de redistribución social. Alba Dorada registra un nuevo avance al alcanzar el 9,3% de los votos.
En esas elecciones, el logro más importante se registró en Francia, con un tercer modelo: el del Frente Nacional de Marine Le Pen. El partido ganó con el 24,3% de los votos. Su electorado es más interclasista que el de los casos anteriores. La línea que sostenía Jean-Marie Le Pen, cual perfecto nacional-populista, llamaba a que surgiera del pueblo un salvador, para que pusiera fin a la destrucción de la nación que habían efectuado las elites endógenas y las masas exógenas. A este software, Marine Le Pen integró primero la mutación neopopulista. A partir de 2012, el partido avanzó hacia la línea que adoptó en el escrutinio europeo y que se puede calificar como soberanismo integral. Hasta allí, el FN siempre había sido un partido de la demanda: era el marco sociológico el que inclinaba el voto hacia el FN, mucho más que sus propias capacidades. En la actualidad, el FN aparece como capaz de proponer una protección completa: su discurso es el de un soberanismo político, económico y cultural que promete al votante de todas las clases sociales que lo protegerá de la globalización económica, demográfica y cultural, y que gozará tanto de las ganancias del capitalismo emprendedor (tema del «proteccionismo inteligente») como de la protección del Estado de Bienestar (tema de la «preferencia nacional»).
Si se observan estos tres casos, resulta evidente que no se puede hablar de uniformidad ideológica. Los votos se siguen determinando en función de las problemáticas y culturas nacionales. El elemento común no es una eurofobia irreal, sino una crítica a las instituciones de la Unión Europea. Su déficit de legitimidad democrática es considerado un espejismo organizado para instaurar un liberalismo tanto económico como cultural. Dichas instituciones serían las productoras de los defectos de la sociedad posindustrial (atomización social, desempleo masivo), que para las extremas derechas se convierten en los defectos de la sociedad multicultural. Por lo demás, estas elecciones permiten observar la reacción simultánea de territorios que habían sido divididos entre naciones. Es el caso de Cataluña, dividida por el Tratado de los Pirineos (1659), cuya parte española atraviesa un profundo movimiento independentista, mientras que la catalanidad del espacio que