El siglo de los dictadores. Olivier Guez
subvirtió al general Erich Ludendorff, ex número 2 del Gran Estado Mayor entre 1914 y 1918, que consiguió del general von Seeckt, su antiguo subordinado convertido en jefe de estado mayor de la Reichswehr, que esta se mantuviera con las armas listas. No contaban con la policía de Múnich, que seguía fiel al gobierno. El 9 de noviembre, en la Odeonplatz, la policía disparó contra los rebeldes. Saldo: dieciséis muertos y centenares de detenidos, entre ellos, Hitler y Ludendorff, mientras que Goering, gravemente herido, logró huir. Hitler fue condenado el 1º de abril de 1924 a cinco años de prisión, tras un juicio que lo hizo famoso en toda Alemania y por primera vez en Europa, pero solo permaneció trece meses en total detrás de las rejas. Alojado en condiciones excepcionales de confort en la prisión de Landsberg, aprovechó para escribir Mein Kampf, con la ayuda de su secretario Rudolf Hess. Y también para decidir que nunca más intentaría tomar el poder por la fuerza. Pero de este compromiso no hay que inferir “que estaba dispuesto a aceptar la legalidad como una barrera inviolable, sino solamente que estaba decidido a desarrollar la ilegalidad al amparo de la legalidad”, escribió Joachim Fest, uno de los principales biógrafos de Hitler.
Es conocida su marcha hacia el poder, que se hizo inevitable al estallar la crisis económica de 1929. Después de un período de calma, que correspondió al retorno de la prosperidad en Alemania,21 la aplanadora hitleriana se puso en marcha. En las elecciones legislativas de septiembre de 1930, el Partido Nazi llegó al 18,3% de los votos posibilitando la entrada de 107 diputados al Reichstag: esto lo convirtió, de hecho, en la segunda fuerza política de Alemania detrás de los socialdemócratas del SPD (24,5%) y delante del Partido Comunista (13%).
En 1931, el desempleo afectó a 5 millones de personas y Alemania, como en 1923, declaró que no estaba en condiciones de pagar las reparaciones impuestas por el Tratado de Versalles. ¿La opinión pública estaba madura para el gran salto? No del todo. Recientemente naturalizado alemán, Hitler, cuyo partido tenía ya más de 400.000 miembros, se presentó a la elección presidencial de marzo de 1932 contra el mariscal Paul von Hindenburg, de ochenta y cuatro años, que presidía Alemania desde 1925. Resultado: 13,4 millones de votos (36,8%) para Hitler en la segunda vuelta. Victorioso, pero imposibilitado de constituir una coalición, Hindenburg disolvió el Reichstag. En las legislativas del 31 de julio, el NSDAP se convirtió en el primer partido de Alemania, con el 37,2% de los votos y 230 escaños. No fue suficiente, sin embargo, para obtener la mayoría. Pero Hitler se negó a participar en un gobierno del que no sería el jefe. Privado de una coalición para gobernar, el mariscal volvió a disolver el Reichstag. En las elecciones del 6 de noviembre, los nazis perdieron 2 millones de votos, pero seguían siendo el primer partido del Reichstag. El 3 de diciembre de 1932, Hindenburg convocó al general Kurt von Schleicher para la Cancillería. Pero esta última maniobra fracasó como todas las demás. Porque para salir de ese punto muerto, Schleicher había reclamado plenos poderes. Como el presidente se los negó, el 28 de enero de 1933, presentó la renuncia. Y el 30 de enero, Hitler, de cuarenta y tres años, se convirtió en jefe del gobierno. Esa noche, las SA (Sturmabteilung) desfilaron con antorchas bajo las ventanas de la Cancillería: había nacido el Tercer Reich. El nuevo amo de Alemania le dijo a su amigo Goering, delante de varios testigos: “De aquí solo nos sacarán con los pies para adelante”. Cumplió su promesa.
Un año para construir el Estado totalitario
En primer lugar, Adolf Hitler se dedicó a cumplir la promesa contenida en el último de los “25 puntos” del NSDAP:22 “La creación de un poder central poderoso”. Para construir el Estado totalitario, cuyos contornos dibujaba desde hacía más de diez años, el ex prisionero de Landsberg le tendió una trampa diabólica a Hindenburg, que no tenía demasiados momentos de lucidez, aunque en ella caerían también los medios conservadores que solo habían elegido a Hitler para alejar la amenaza comunista… Con la idea de enviarlo sin miramientos nuevamente a sus acuarelas una vez cumplida su tarea. El cálculo del nuevo canciller era sencillísimo: conseguir una disolución y convocar a nuevas elecciones legislativas. ¡Y justo antes de que estas tuvieran lugar, producir un hecho para asegurarse de que fueran las últimas que se realizaran!
El 2 de febrero de 1933, cuarenta y ocho horas después de la entrada de Hitler a la Cancillería, Hindenburg firmó el decreto de disolución del Reichstag y fijó la fecha del 5 de marzo para las nuevas elecciones. Pero cuando la campaña electoral llegaba a su punto más alto, en la noche del 27 al 28 febrero, el cielo de Berlín se tiñó de rojo: ¡el Reichstag estaba en llamas! Al amanecer, solo quedaban sus cenizas. Se acusó a los comunistas, ya que uno de ellos, un holandés llamado van der Lubbe, descubierto in fraganti, había confesado rápidamente. Sin saber que se habían encendido tres focos al mismo tiempo que el suyo…23
Esa misma noche, se cerró la trampa. Hitler le hizo firmar al presidente de la República la Reichstagsbrandverordnung (literalmente “ordenanza del incendio del Reichstag”), en virtud del artículo 48 de la Constitución de Weimar, que autorizaba al jefe de Estado a tomar todas las medidas necesarias para el restablecimiento del orden público. Entre ellas, la suspensión de los siete artículos de esa misma Constitución que garantizaban los derechos fundamentales del ciudadano alemán. Como consecuencia de ello, desaparecían ipso facto los principios de hábeas corpus, libertad de expresión y libertad de prensa, pero también el derecho de asociación y de reunión, al igual que la confidencialidad del correo y del teléfono, la protección de la propiedad privada y del domicilio. El mismo día, arrestaron a 10.000 personas, principalmente a comunistas, pero también a socialdemócratas y opositores de todo tipo. Para ellos se abrió en Dachau, en las afueras de Múnich, el primer campo de concentración del nuevo régimen, inaugurado el 22 marzo de 1933. La Reichstagsbrandverordnung, que supuestamente era provisional, siguió en vigor hasta 1945.
Sin esperar el resultado de las legislativas, Hitler le pidió a Hindenburg, y lo obtuvo, que la bandera negra, roja y oro de la República de Weimar fuera reemplazada por la cruz gamada,24 emblema del NSDAP desde 1920. El 5 de marzo, las elecciones le dieron a este último el 44% de los votos y 288 escaños y a sus aliados de la derecha y del centro la mayoría en el Reichstag… si bien no la de dos tercios que le permitiría, aritméticamente, obtener plenos poderes y abolir la república. Pero la intimidación haría el resto. Mientras los “camisas pardas” rodeaban la Ópera Kroll donde, a falta de un hemiciclo disponible, se había reunido el nuevo Reichstag, los diputados se sometieron, renunciando. El 23 de marzo de 1933, por 441 votos contra 84 (los de los comunistas) y 122 abstenciones, Adolf Hitler obtuvo plenos poderes gracias a una ley de habilitación llamada zur Behebung der Not von Volk und Reich, literalmente “por la eliminación de la miseria del pueblo y del Reich”. Una carta blanca absoluta, tres veces renovada, en 1937, en 1941 y luego en 1943, que le permitía al canciller ignorar al Reichstag, que quedó rebajado a un sello de goma.
Una vez abolida la Constitución de Weimar, ninguna fuerza legalmente constituida se opuso ya a la Gleichschaltung (“sincronización”) impuesta por Hitler, fuera de la oposición absolutamente teórica del presidente Hindenburg, cuya salud se degradaba día a día. El 31 de marzo, desapareció la estructura federal del Estado alemán y se procedió a una reorganización hipercentralizada, que llevó al nivel de los Länder los principios de la ley de plenos poderes. El 7 de abril, un decreto sobre la “restauración de la función pública” le permitió al gobierno expulsar a los funcionarios judíos o considerados enemigos del régimen. El 2 de mayo de 1933, se puso a los sindicatos ante la alternativa de ser disueltos o incorporarse al Frente Alemán del Trabajo (Deutsche Arbeit Front, o DAF) que los sustituyó, pero que también sustituyó a las organizaciones patronales, ante el espanto de los industriales que habían apoyado a Hitler.
El DAF, dirigido por el ingeniero químico Robert Ley, un orador apreciado por Hitler, que cerraba los ojos ante su alcoholismo y su tendencia al prevaricato, se ocupaba del control del cuerpo social por parte de la dictadura nacionalsocialista. Ilustraba el principio de la Volksgemeinschaft (“comunidad popular”) destinada a garantizar el progreso social “eliminando las causas de la lucha de clases”. Su columna vertebral era la organización del tiempo libre en el Reich, Kraft durch Freude (“La fuerza a través de la alegría”),