Salud pública y teoría cuántica . Carlos Eduardo Maldonado

Salud pública y teoría cuántica   - Carlos Eduardo Maldonado


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ello deje de lado la metafísica, una ciencia en sentido kantiano que habría que reformular a la luz de las implicaciones cuánticas. La estética no le es indiferente y mucho menos la ética. Para decirlo sin tapujos, es la conferencia que los estudiantes del CPTPT más disfrutan. Dicho sea de paso, cada semestre su contribución es diferente a la del anterior y enormemente enriquecedora.

      La alusión al curso de contexto, más allá de llamar la atención sobre la experiencia, tiene como propósito estimular este tipo de vínculos académicos que se puede establecer con los estudiantes y entre los estudiantes, y que tan exitosamente promueve Maldonado. Por otra parte, la relación entre la vida y la salud debería ser obvia. Usualmente se ha entendido esta última como ausencia de enfermedad, pero ese concepto a todas luces se queda corto si se piensa en la medicina preventiva, la más rentable de todas. Como lo afirma Maldonado, el concepto mismo de salud no ha sido pensado, solo la enfermedad. “La vida misma no ha sido pensada”, enfatiza categóricamente. “Enférmate que yo te curaré” parece ser el eslogan del mercado. Esto lo he aprendido participando en algunos seminarios en el Doctorado en que se inscribe esta reseña.

      Bienvenido, pues, este singular llamado a pensar la vida y la salud y a buscar los vínculos naturales que a ellas les corresponden con las ciencias cuánticas.

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       Jairo Giraldo Gallo Profesor titular Departamento de Física Universidad Nacional de Colombia

      Hasta la fecha hemos vivido tres revoluciones científicas: la primera, la ciencia clásica o moderna, que tarda alrededor de cuatro siglos para emerger y consolidarse; la segunda es la teoría cuántica (y como se afirma en este libro, no solo la física cuántica), y la tercera es la de la información. Existe una fuerte ruptura entre la primera revolución y las otras dos. Un rasgo psicológico, cultural y emocional que puede ser destacado es que la ciencia moderna es ciencia que se basa en el primado de la percepción natural. Por ello mismo es el resultado de un dúplice proceso: observación y experimentación. En contraste, las otras dos revoluciones científicas son alta y crecientemente contraintuitivas. Y existen fuertes imbricaciones, cada vez más, entre ellas.

      Las dos teorías –clásicas, decimos retrospectivamente hoy–más sólidas en la historia de la humanidad son la teoría de la evolución y la teoría cuántica. La primera es la mejor teoría jamás desarrollada para explicar cambios, transformaciones. La segunda es, de lejos, la teoría más sólida jamás habida, probada, confirmada, verificada, falseada hasta el undécimo decimal.

      La importante bióloga Evelyn Fox Keller sostenía que la teoría de la evolución es el punto arquimédico de toda la cultura y la civilización actual; hasta el punto de que, si se suprimiera, todo el armazón del mundo actual se caería en pedazos. Por su parte, la teoría cuántica es la mejor teoría desarrollada para explicar qué es el mundo, la naturaleza, la realidad. Esas que, clásicamente, fueron preguntas de la filosofía y de la metafísica lato sensu.

      Sin embargo, existe una tragedia. Tres grupos de ciencias –¡grupos!– claramente sensibles e importantes para la vida en el mundo son a la fecha manifiestamente precuánticas. Se trata de las ciencias de la salud –dentro de la cual se incluye la medicina–, las ciencias sociales y las ciencias humanas. Emerge, en consecuencia, un imperativo al mismo tiempo epistemológico y ético: debe ser posible que estos tres grupos de ciencias se actualicen. Esto es, por decir lo menos, que aprendan. De un lado, de la teoría de la evolución, y de otra parte también de la teoría cuántica. Al fin y al cabo, lo que les compete a aquellos grupos de ciencias son aspectos tan determinantes como la salud, el convivio, la vida en sociedad y el cuidado, siempre, del individuo, además de sus relaciones con el medioambiente, esto es, con la naturaleza.

      Este libro es el resultado de un seminario de investigación en el marco del Doctorado en Salud Pública de la Facultad de Medicina de la Universidad El Bosque. Bien entendida, la metodología no consiste, en absoluto, en técnicas de investigación. Esto es herramental; aquello otro es fundamental, pues implica el cruce entre las ciencias y la filosofía. La metodología de la investigación es el esfuerzo por entender cómo pensaron, trabajaron, investigaron e incluso vivieron científicos importantes en la historia de la humanidad, como Galileo o Newton, Vesalius o Leeuwenhoek, Pasteur o Koch, Einstein o Bohr, y así sucesivamente.

      Dicho escueta y sucintamente, la metodología de la investigación es un laboratorio para aprender a pensar, siempre, de nuevo. Esto es, para arriesgar, apostar, exponerse, equivocarse, corregirse, y crecer siempre, en marcado contraste con esa idea insulsa y normalizadora que la ve como un asunto de técnicas y herramientas de investigación, que es como confundir los cubiertos con la cena o el camino con los zapatos, por ejemplo.

      Los autores de este libro, todos estudiantes del Doctorado, se encontraron por primera vez en su vida con la teoría cuántica. Las dificultades fueron enormes, pero las sorpresas fueron aún mayores. Para decirlo en pocas palabras: el resultado del trabajo y el asombro es este libro, que representa, por lo demás, lo que un doctorado debe hacer: tratar de situarse en las fronteras del conocimiento y darse, denodadamente, a la tarea de correr esas fronteras. Un doctorado es, dicho en general, un salto cualitativo total comparado con los niveles de formación y de educación anteriores.

      Las ideas que se tejen en este libro son dos: de una parte, sobre la base de la apropiación básica de la teoría cuántica, el hecho de que ella implica una nueva forma de ver la realidad. Si cabe, podríamos parafrasear esto en los siguientes términos: la belleza está en quien la mira; o lo que es equivalente, la realidad es lo que el cerebro interpreta que es real, pues “allá afuera” no sucede nada. El cerebro recibe datos permanentemente de los sentidos, incluida la piel –la piel del mundo–, pero es el cerebro quien interpreta y define qué sucede “allá afuera” o no. Lo hace gracias a esa dúplice capacidad que tiene y que se condensa en el nombre de “epigenética”: la herencia y el aprendizaje.

      De otra parte, al mismo tiempo, así sea a título de metáfora, es la idea de que la sociedad puede ser diferente, mejor, para lo cual se acuña el adjetivo adecuado: “cuántica”. Pues bien, es exactamente en este punto donde se impone una advertencia.

      Existe, allá afuera, en el mercado –el mercado de bienes y servicios; en la publicidad y en el sentido común, pero también en una parte de la academia–, mucho ruido acerca de la física cuántica y de la teoría cuántica. Es más: lo que más abunda es ruido y, perdón, cochinadas, acerca de la cuántica. Hay quienes hablan –siempre erróneamente– del yo cuántico, de la organización cuántica, del derecho cuántico, por ejemplo. Es lo que sucede con las teorías exitosas de siempre, de punta. Aparecen los “superficialistas” (como una especialización) que tienen solo ideas vagas acerca de la física cuántica, y dicen lo que les viene en gana para aprovecharse de los incautos, los neófitos o los desconocedores.

      Y generalmente, como es efectivamente el caso, se concentran en la más popular –y ya hoy muy cuestionada– interpretación de Copenhague. No tienen ni idea de que esa es solo una de las interpretaciones acerca de la mecánica cuántica. Ignoran la mecánica de ondas, y tienen una idea muy superficial del entrelazamiento. Es lo que sucede, en el campo de la salud, con esos usurpadores que hablan de sanación cuántica.

      Este libro quiere explorar, cuidadosa, prudentemente, puentes entre la teoría cuántica y la medicina a partir de un hilo conductor: la salud; y específicamente, la salud pública. Para nada aparece aquí, en ningún lugar, nada de “sanación”. Como observará un lector cuidadoso, parte de la bibliografía apunta a mejores desarrollos y comprensiones que la interpretación de Copenhague. Esto es, las ideas popularizadas de Niels Bohr.

      A lo largo de los capítulos –cada uno de ellos, autocontenidos cautelosamente– se ve un proceso de apropiación, pero al mismo tiempo de reflexión que tiene un horizonte claro: contribuir a los problemas de la salud. La salud, que es quizá el caso más sensible de la vida misma. Pues una cosa es cierta y está en la base, por tanto, no visible, de este


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