Salud pública y teoría cuántica . Carlos Eduardo Maldonado
Debemos la idea de revoluciones científicas, recientemente, a G. Canguilhem, A. Koyré y G. Bachelard. Pues bien, las revoluciones científicas –podríamos, de consuno, agregar la Cuarta Revolución Industrial en marcha–exigen absolutamente pensar. Y si es posible, transformar las estructuras con las que hemos vivido hasta la fecha. Pensar, una de las formas más nobles de existencia, pero también la más desconocida, pues lo que impera es el conocer.
Es evidente que el conocimiento es determinante en el desarrollo de los seres humanos. Ya varios autores –Maturana y Varela, Solé, Kauffman, y varios más– han puesto suficientemente de manifiesto que conocer y vivir son una sola y misma cosa. Lo más grande que puede hacer un sistema vivo en general es lo más peligroso al mismo tiempo: conocer, explorar nuevos territorios, adentrarse en espacios y experiencias desconocidas hasta el momento. Pues en esa exploración y apuesta se les puede ir la vida.
Pues bien, sobre la base del conocer, pensar es un asunto de una envergadura, riesgo y dignidad al mismo tiempo aún más fuertes. Formar investigadores, para decirlo de manera escueta, consiste ante todo en formar pichones de científicos; no simple y llanamente doctores. Y nadie puede llegar a ser científico si no osa pensar –pensar por sí mismo, pensar de manera crítica, pensar autónoma, en fin, radialmente–. Es, por lo menos, mi apuesta personal con mis estudiantes. Una apuesta sincera, desprevenida, abierta y sin tapujos o cartas escondidas. Pero siempre alegre y fruitiva. Como la vida, como la salud misma.
La salud no ha sido pensada; siempre solo, prioritariamente, y no sin buenas justificaciones, la enfermedad. Es tanto como decir que la vida misma no ha sido pensada; solo su ausencia, la soledad, el sufrimiento, la muerte. Toda la historia de la medicina está, dicho epistemológicamente, acompañada del primado de la percepción natural, y en muy buena medida, del sentido común. El sentido común que es esencialmente acrítico. Incluso el nacimiento y desarrollo de la medicina científica, con todo y sus ramas, anatomía, fisiología, etc., corresponde a esa historia.
La teoría cuántica plantea serios desafíos: por ejemplo, ver fenómenos contraintuitivos. La enfermedad se ve, y hay que verla. En contraste, nadie ha visto la salud, en el sentido de la percepción natural. Análogamente a como nadie ha visto la vida: la vida la imaginamos, la concebimos, la amamos, pero nadie la ha visto. De la misma manera, los fenómenos y comportamientos cuánticos ponen de manifiesto una dimensión que las ciencias de la salud, las ciencias sociales y humanas jamás habían adivinado: los tiempos microscópicos. Las cosas más importantes en la vida proceden siempre de escalas microscópicas, pero se plasman, al cabo, en tiempos macroscópicos: la salud, la enfermedad, la atención, la captación de una idea, el chispazo, el ¡ajá! (serendipity), el eureka, el recuerdo, el conocimiento, y muchos más.
Debe ser posible, por tanto, pensar también en tiempos microscópicos que son vertiginosos. El tiempo real es hoy y cada vez más el tiempo de las escalas microscópicas: en finanzas, en sistemas de seguridad, en sistemas de información, en el sistema inmunológico, en el funcionamiento del cerebro, en los plegamientos de proteínas, en la detección de anticuerpos y en la producción de antígenos, y en muchas otras escalas y dimensiones. Debemos poder aprender a pensar también de cara a estos otros tiempos.
Tenemos aquí el primer intento serio –to the best of my knowledge– por tender puentes entre la salud y la teoría cuántica; esto es, entre la medicina, en sentido amplio, y la más robusta y sólida de todas las teorías habidas jamás en la historia. Siempre, en la vida, en cualquier expresión que se quiera, el momento más difícil consiste en dar el primer paso. Otros vendrán, mejores, más seguros, como un bebé cuando aprende a caminar.
Hemos tomado una decisión: dar un primer paso en la exploración, seria, rigurosa, aunque tentativa y tímida, en la creación de puentes entre la medicina o las ciencias de la salud y la mejor teoría para explicar el mundo, la naturaleza, el universo.
Hay un lugar en el que para cada quien el mundo o el universo acaece: el propio cuerpo. Solo que el cuerpo es una sola cosa con la mente –y más allá, con la herencia y con la cultura–. No existen dos cosas: naturaleza y cultura, sino una sola. Pues bien, literalmente, el lugar donde se encarna (embody) la confluencia entre mente y materia, o entre naturaleza y cultura, o entre herencia y aprendizaje, o bien, igualmente, entre ontogénesis y filogénesis es en el cuerpo. El cuerpo viviente –Leib, en alemán; en oposición al Körper– es ese ámbito que nos desborda y en el que hundimos al mismo tiempo las raíces en la tierra, el que nos lanza a nuevos espacios recónditos –gracias a los sueños, la imaginación o la mente–, y sin el cual no hay experiencia alguna en el mundo. El objeto primario de una buena medicina, pero también, el misterio de haces de vivencia que no terminamos de atrapar o de comprender muchas veces.
Un solo tema nos convoca: pensar la vida, y hacerla posible, tanto como quepa imaginar. Solo que el momento más importante –no el único– es la salud. Y la salud no se sabe a sí misma: se explaya en el mundo, nos jalona, nos arrastra por montañas y valles. Debemos poder pensarla, eso es todo.
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Carlos Eduardo Maldonado Castañeda
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