Ya no hay hombres. Luciano Lutereau
Ya no hay hombres Ensayos sobre la destitución masculina
Luciano Lutereau
Índice de contenido
La potencia impotente
El mito del deseo fálico
El hombre que no existe
Figuras de lo masculino
El malestar contemporáneo
El pánico sagrado (En colaboración con Lucas Boxaca)
Lutereau, LucianoYa no hay hombres / Luciano Lutereau. - 2a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Galerna, 2020.Archivo Digital: descarga ISBN 978-950-556-781-21. Estudios de Género. I. Título.CDD 305.32 |
Diseño de tapa: Margarita Monjardín
Diagramación de interior: b de vaca
© 2020, Luciano Lutereau
© 2020, QUELEER S.A.
Lambaré 893, Buenos Aires, Argentina.
Digitalización: Proyecto451
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Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-950-556-781-2
Prólogo a la segunda edición
La publicación de este libro no pasó desapercibida. Diferentes lecturas y lectores me hicieron llegar observaciones y comentarios en estos años. Incluso mis reflexiones se continuaron en otros libros posteriores. No tengo dudas de que Ya no hay hombres fue un mojón en mis elaboraciones en torno a la masculinidad.
Después de haber leído los ensayos que componen este volumen, tengo la impresión –como suele ocurrir en estos casos– de que si quisiera corregirlos, tendría que volver a escribirlos en su conjunto. No porque esté en desacuerdo, sino porque matizaría algunas afirmaciones, enfatizaría ciertas aristas argumentativas, incluiría nuevas experiencias, porque en estos años muchos debates decantaron y los ejes para plantear los temas se modificaron. Así y todo, considero que el libro conserva su vigencia. Si no estuviese de acuerdo con lo que sostiene, no habría aceptado su reedición.
En términos generales, en este relectura pensé que los aspectos más interesantes del libro pueden resumirse en dos tópicos: por un lado, la crítica al prejuicio (no sólo del psicoanálisis tradicional) de que lo masculino es equivalente a fálico, para situar más bien las paradojas del falicismo en los varones, sobre todo en un momento histórico en que la impotencia se convirtió en un síntoma fundamental. Si en el siglo XIX el malestar sexual se expresaba sobre todo en la frigidez femenina, en el nuestro (el del viagra) las consultas de varones por impotencia se multiplican y, por cierto, no puede decirse que siempre se trate de una disfunción sexual. ¿Acaso la impotencia no puede ser parte también de la potencia? ¿Cómo repensar la noción de potencia, para que no se confunda con un mero ejercicio de poder e incluya la experiencia de aquello que los psicoanalistas llamamos “castración”?
Por otro lado, entre los debates que decantaron estos años se destaca la relación entre psicoanálisis y feminismos (y teorías de género). Hoy es un debate vetusto, pero cuando escribí los ensayos de este libro ni siquiera estaba esbozado y, por lo tanto, estas páginas apenas conversan con esa perspectiva. Mi experiencia con esas disciplinas fue diversa: en un primer momento de incomprensión; luego reactiva y, entonces, defensiva; finalmente, de reconocimiento; es decir, con el tiempo entendí que el debate que parecía ser epistémico escondía una disputa de poder. Durante todo el siglo XX los psicoanalistas fuimos la voz autorizada para hablar de sexualidad. Les ganamos la batalla a la sexología, a la bioenergética y a otros rivales más, pero, con la popularización de los feminismos y su conversión mediática, nos encontramos en disputa. ¿Es el psicoanálisis heteronormativo?, ¿era Freud machista?, entre otras preguntas, fueron las encrucijadas que hubo que revisar, para concluir que son interrogantes mal planteados, que toda respuesta que se pronuncie por sí o por no es igualmente irrelevante y leve. El eje es otro: no es la competencia entre saberes para ver “quién la tiene más grande”, sino repensar la actualidad del análisis en el siglo XXI, cuya vigencia, para mí, es completa, aunque no sin algunas aclaraciones: por ejemplo, no dudo de que la noción de envidia del pene es aún un operador clínico clave para nombrar el modo en que las mujeres viven las relaciones amorosas (a partir de la dependencia), mientras que quizá sea necesario poner entre paréntesis la categoría de histeria. ¿Cómo sería un psicoanálisis que no suponga la histerización del cuerpo de la mujer? Por supuesto que para hacerse estas preguntas es un acto ético fundamental dejar de lado la interpretación literal de las nociones: es tan ridículo creer que la envidia del pene implica que una mujer quiere tener un pene (interpretación de mala fe de muchas feministas) como creer que cualquier objeción o reivindicación femenina es una queja histérica (interpretación de mala fe de muchos psicoanalistas). La cuestión es mucho más compleja y no sólo es necesario debatirlo todo, sino también estar a la altura de un debate, es decir, tener una ética conversacional que no recaiga en hacer del otro un enemigo a medida de lo que uno quiere invalidar.
Por eso en esta nueva edición de Ya no hay hombres,