Ya no hay hombres. Luciano Lutereau
en el post-patriarcado la misoginia (y la homofobia) se han acrecentado, decidí incluir un apéndice específico. No un ensayo, sino un texto en un registro diferente: se trata de una conferencia dictada en Ushuaia a fines de 2019 y que reposiciona algunas de mis ideas a partir del impacto de los feminismos.
Buenos Aires, febrero de 2020.
“Cuando los taxistas dicen en tono risueño algo que los psicoanalistas dicen en tono solemne, ¡algo está mal en el mundo! Y encima, el psicoanalista cobra y el taxista lo dice gratis.”
Silvia Bleichmar
“En las historias de amor las mujeres son mucho más precisas que los hombres; estos son muy confusos, no saben demasiado lo que quieren. Por el contrario, cuando la mujer encuentra a un hombre sabe, normalmente, lo que quiere de él; sabe lo que quiere dar y recibir mientras que, en general, para un hombre el amor es una emoción fuerte pero vaga, y no sabe exactamente lo que quiere dar o recibir ya que está demasiado preocupado por los problemas sociales.”
François Truffaut
Para Luciana Saldivia…
It’s time the tale were told / Of how you took a child / And you made him old.
(The Smiths)
Ya no hay hombres
En el año 2005, el músico Gabo Ferro editó el disco Canciones que un hombre no debería cantar. El título proviene de la frase que, en 1959, Édith Piaf habría dicho luego de escuchar a Jacques Brel cantar Ne me quitte pas: “¡Un hombre no debería cantar cosas así!”, exclamó el gorrión de París.
En dicha canción, Brel interpretaba a un hombre que suplicaba no ser abandonado. ¿Qué puede tener de escandaloso un gesto semejante? En palabras de Ferro: “¿Acaso ver a un hombre en el lugar en que cierta (gran) parte de la sociedad y la cultura venían (con pocas excepciones) colocando a la mujer?”. Asimismo, cabe acompañar esta pregunta con otra: “¿Qué cosas deberíamos, entonces, cantar los hombres?”.
Desde hace algunos años se habla, en el contexto del psicoanálisis, de cierta “feminización del mundo”. (1) La expresión es curiosa: retoma, por un lado, la llamada “estetización de la vida cotidiana”, (2) de la que algunos filósofos han hablado desde los ’80 hasta nuestros días; pero también, por otro, agrega un matiz suplementario, referido a una cuestión de las posiciones sexuadas.
En sentido amplio, la concepción vulgar entiende esta expresión en función de una mayor disposición de las mujeres para acceder a lugares anteriormente ocupados por varones. No obstante, no podría afirmarse con certeza que esto sea algo universal, como tampoco que este acceso sea un índice de feminidad. En varios casos no demuestra más que la aptitud masculina de algunas mujeres, su competencia para la destreza fálica.
Este libro avanza en sentido contrario. Antes que un ascenso de lo femenino a la esfera pública, determinados fenómenos sociales contemporáneos demuestran que los hombres (varones y mujeres) ya no tienen interés en continuar asociados a la potencia del falo. Esta podría ser una forma menos tonta de entender el desenlace del patriarcado. Ya no hay hombres… en el sentido tradicional de la palabra.
Pensemos un ejemplo. Suele hablarse hoy en día de “femicidios”. Evaluar la pertinencia de esta categoría es poco interesante. Mejor atendamos a la circunstancia siguiente: se vincularía este tipo de violencia con la consideración de la mujer como objeto. Sin embargo, en diferentes casos se comprueba todo lo contrario; es lo que ocurre cuando muchas veces el varón que ataca a la mujer lo hace a partir de sentir celos. El varón celoso de nuestro tiempo ya no corre en busca de su rival, al que desafía a través de un duelo; por el contrario, vive atormentado por el goce que le supone a la mujer. “Mientras yo estoy acá hablando, ella seguro está pasándola bomba…”, decía un analizante mientras se retorcía en el diván.
Ya no hay duelo, ya no hay hombres. Sólo existen los retornos imaginarios del goce que se supone a las mujeres. Porque, si como decía Lacan en los ’70: “La mujer no existe”, sólo nos queda fantasearla. Éste es el sueño eterno del mundo contemporáneo. La mujer ya no es objeto, sino sujeto supuesto al goce, y esta hipótesis podría volver inteligibles muchos de los actos violentos de esta época.
Por otro lado, en el seminario La relación de objeto (1956-57) Lacan propuso una indicación inquietante al comparar al varón contemporáneo con el caso de Freud conocido como “El pequeño Hans”. La idea también es atractiva. ¿Acaso no se afirma hoy en día que muchos de los hombres son “fóbicos”?
Sin embargo, antes que un tipo clínico, quizá sea más interesante ubicar la posición de niño en que se encuentran los hombres de nuestro tiempo. Esto es algo que también Lacan supo entrever, en el “Discurso de clausura de las Jornadas sobre psicosis en el niño” (1967), cuando se refirió a nuestra época como la del “niño generalizado”.
En cierta ocasión, un analizante anunciaba su separación en los siguientes términos: “Soltero de nuevo”. La pregunta con que lo interpelamos fue inequívoca: “¿Soltero o en adopción?”. Ya no hay hombres, sino niños, en un mundo que sólo ofrece la posibilidad de consumir a falta de experiencia.
1- Cf. Miller, J.-A.; Laurent, E. (2005) El Otro que no existe y sus comités de ética, Buenos Aires, Paidós.
2- Cf. Vattimo, G. (1986) “Muerte o crepúsculo del arte” en El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna, Barcelona, Gedisa. Más recientemente: Lipovetsky, G.; Serroy, J. (2013) L’esthétisation du monde. Vivre à l’âge du capitalisme artiste, Paris, Gallimard.
El sexo nuestro de cada día
Por lo general, se tiene la impresión de que la sociedad contemporánea sería más permisiva y, en lo que respecta a la sexualidad, que viviríamos en una época en que ya no habría represiones. Suele fecharse en la década del ’60 el comienzo de la liberación sexual; y para ciertas personas es un indicador de falta de tabúes el hecho de que puedan verse cuerpos desnudos por televisión.
En el célebre primer volumen de Historia de la sexualidad, el filósofo Michel Foucault se ocupó de cuestionar la hipótesis represiva de la sexualidad, basada en la idea de que la cultura victoriana (en el pasaje del siglo XVIII al XIX) habría sido especialmente pacata y oscurantista en lo que refiere a cuestiones sexuales; en todo caso, antes que un período de restricciones, lo que inicia en dicho momento es la posibilidad de un discurso sobre la sexualidad que implementó dispositivos específicos para poner en palabras los modos de gozar.
La voluntad moderna empuja a hablar de sexo, requiere que éste sea dicho y capturado en las redes del saber. En este contexto es que Foucault ubica el psicoanálisis como un dispositivo de codificación de lo sexual (en continuidad con la práctica religiosa de la confesión).
Cuestionar esta versión foucaultiana del psicoanálisis sería vano. Mucho más interesante sería interrogar cuál es la situación de la sexualidad en nuestro tiempo, cuando no sólo encontramos dispositivos que conducen a establecer discursos sobre el sexo, sino también un axioma (propio de nuestra época) que podría enunciarse con estos términos: una vida sin plenitud sexual es una vida trunca.
Esto último puede comprobarse cuando en una noticia reciente se planteaba la necesidad de incluir en el plan médico obligatorio (de prestaciones de obras sociales) la cobertura de la conocida “pastilla” para la impotencia masculina. En resumidas cuentas, ¡la potencia masculina pasaría a ser una cuestión de Estado! En esta dirección podrían mencionarse otros casos, en un campo que hasta hace poco estaba reservado a cuestiones relacionadas con la (anti)concepción.
Podríamos imaginar un futuro próximo, como lo han hecho varias novelas de ficción, en