Pinceladas del amor divino. Erna Alvarado Poblete

Pinceladas del amor divino - Erna Alvarado Poblete


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del desánimo y la autocompasión.

      Querida amiga, si te encuentras ahora mismo atravesando un grave proble­ma de salud física o mental, una crisis financiera, o una mala relación, no te quedes estancada en ese estado de cosas. Avanza. Muévete y busca una de las tantas soluciones que Dios tiene para tu situación. Reclama sus promesas en oración, con la convicción plena de que él las cumplirá en ti. No te quedes en el problema; quédate con el Dios ante el que no existe problema demasiado grande.

      Para qué sirve el fracaso

      “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito” (Rom. 8:28).

      La palabra “fracaso” tiene una connotación marcadamente nega­tiva. Decimos despectivamente que alguien es “un fracasado” cuando sus deseos o proyectos de vida no llegaron al término deseado. Sin em­bargo, algunos autores motivacionales afirman que el fracaso puede no ser tal, pues se convierte en un acicate para el desarrollo y el crecimiento personales, si así sabemos verlo.

      Frente a un “fracaso”, siempre tenemos dos opciones: asumirlo como una derrota permanente o interpretarlo como un agente movilizador de nueva ener­gía, que nos impulsa desde lo más profundo a intentarlo de nuevo, pero esta vez tratando de evitar los errores cometidos en el intento anterior. Cuando pienso en los más de mil intentos de Tomás Edison hasta conseguir inventar la moderna bombilla eléctrica, me quedo simplemente asombrada. Al ser cues­tionado acerca de esos mil “fracasos”, él aclaró: “No, claro que no fracasé mil veces, sino que descubrí mil formas distintas de cómo no se hace una bombilla”.

      Tú, que has depositado su confianza y la dirección de tu vida en las manos de Dios, no estás exenta de fracasar (que no es lo mismo que ser derrotada). Pero recuerda que ese fracaso es una gran lección. Un pe­queño “fracaso”, percibido como un escalón hacia la meta, no es ni más ni menos que un aprendizaje valioso que la vida te da.

      Cambia tu percepción cuando te encuentres frente al fracaso:

       No significa que no has logrado nada; significa que has aprendido algo.

       No significa que no puedes; significa que estuviste dispuesta a seguir el método de ensayo y error.

       No significa que no sabes; significa que debes hacerlo de nuevo pero de forma diferente.

       No significa que jamás lograrás esa meta; significa que debes cambiar tu forma de llegar a ella.

       No significa que eres inferior; significa que no somos perfectos.

      Satanás intentará hacerte creer que eres una fracasada y que Dios está ajeno a tus necesidades. Quizá también intente mostrarte un camino fácil para alcanzar tus metas y proyectos de vida. No te quedes “estancada” en esos pen­samientos; mira con optimismo realista tus posibilidades y vuelve a intentar­lo, buscando fervientemente la dirección divina.

      Allá y entonces; aquí y ahora

      “Hermanos, no digo que yo mismo ya lo haya alcanzado; lo que sí hago es olvidarme de lo que queda atrás y esforzarme por alcanzar lo que está delante, para llegar a la meta y ganar el premio celestial que Dios nos llama a recibir por medio de Cristo Jesús” (Fil. 3:13, 14).

      El “allá y entonces” y el “aquí y ahora” son dos momentos de la vida. El “allá y entonces” nos lleva al pasado, conformado de valiosas experiencias que ahora son recuerdos. Algunas personas que, por decisión propia, escogen vivir en el “allá y entonces”, dejan de disfrutar y de ocuparse de lo que sucede en el “aquí y ahora”. Si bien es cierto que el pasado es imposible de olvidar, es bueno recordarlo de manera positiva, centrándonos en lo que tuvo de bueno y útil para nosotras hoy, de modo que aun los recuerdos amargos lleguen a ser aleccionadores para enfrentar el presente.

      Rememorar constantemente malas experiencias pasadas conduce a la vic­timización. Victimizarnos a nosotras mismas es renunciar al ejercicio de nues­tras facultades y dejar escapar las oportunidades de trascendencia que la vida nos ofrece, buscando la conmiseración de los demás como excusa para no vivir plenamente el presente.

      Es frecuente escuchar quejas como esta: “Todo lo que me pasa es culpa de lo que viví en mi infancia”. Nadie dijo que aprender a vivir remontando las malas experiencias del pasado sea tarea fácil. De hecho, no lo es. El apóstol Pablo, en el versículo de hoy, enfatiza que implica esfuerzo denodado, hacien­do en el presente lo que toca, para llegar finalmente a ser lo que el Señor desea que seamos.

      No sé cuál es tu experiencia, pero puedo estar casi segura de que, en este mundo lleno de maldad, no siempre has estado en un “lecho de rosas”. El após­tol presenta tres desafíos para vivir una vida con sentido:

       Olvidar lo que queda atrás es usar nuestra inteligencia emocional para echar mano de la ayuda de Dios y desterrar aquellos recuerdos que martillan la mente y se transforman en rencor.

       Esforzarme por alcanzar lo que está adelante es ejercer fuerza de voluntad para ir hacia adelante, en la prosecución de los objetivos.

       Llegar a la meta implica tener ánimo, fe y la disposición para levantarse de las caídas y proseguir hasta el destino final, el reino de Dios.

      Hoy es tu “aquí y ahora”. Vívelo con Dios, que es quien te ayuda a dejar atrás tu “allá y entonces”.

      ¿Cuántas Biblias hay en tu casa?

      “Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien” (2 Tim. 3:16, 17).

      La biblia ha sido llamada por muchos “el Libro de los libros”. Es reco­nocida como el libro más vendido del mundo y ha resistido el paso del tiempo. Los que han intentado eliminarla de la faz de la tierra, solo han logrado promoverla. Lo increíble es que, a pesar de su amplia difusión en to­dos los rincones del planeta, son muy pocos los que realmente la leen cada día. Otro hecho curioso al respecto es que algunos están convencidos de que la Biblia es un libro que trae buena suerte y, a pesar de no leerla, le dan un lugar especial en sus casas. También es asombroso que en el hogar de muchos cre­yentes haya más de dos o tres ejemplares de la Biblia pero que pocas veces se leen; sencillamente se deja que acumulen polvo en un rincón de la casa.

      Y tú, querida amiga que lees estas líneas, ¿cuántas Biblias tienes en tu casa? Posiblemente cada miembro de tu familia posea un ejemplar, pero esto no es garantía de que lo lean y sigan sus enseñanzas. La Biblia es la Palabra de Dios y debe ser leída con avidez, un poquito aquí y otro poquito allá, como es el consejo, de manera que tengamos una vida terrenal plena y satisfactoria. Y no solo eso, sino que su lectura también nos da a conocer con precisión cuál es nuestro destino final.

      La Biblia es el libro que Dios ha dejado para nosotros. No es solo un ma­nual de instrucción para vivir; es también una carta de amor. En cada una de sus páginas encontramos revelaciones maravillosas de un amor abnegado que sobrepasa la comprensión humana.

      Las madres y las esposas encontramos en ella el mejor libro de psicología con instrucciones para tener salud mental. Su lectura nos dice también cómo tener salud física en abundancia. Y, sobre todo, nos revela la personalidad de Dios, serena, amorosa y tierna. Su oído nunca se cierra a nuestras necesi­dades y sus ojos no dejan de mirarnos, aunque nosotras no podamos verle.

      Antes de comenzar el día, quítale el polvo al libro santo que guardas en tu estantería y toma tiempo para hojear sus páginas. Pide entendimiento para recibir el consejo que tiene para ti hoy.

      Ese día fue


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