Antoine de Saint-Exupéry en la Guerra Civil Española y en Rusia. Tomás Ramírez Ortiz

Antoine de Saint-Exupéry en la Guerra Civil Española y en Rusia - Tomás Ramírez Ortiz


Скачать книгу
bosque.

      Me ha resultado paradójico constatar, en el texto introductorio, que los tres artículos que escribió sobre la guerra de España en su visita de agosto de 1937 solo fueron publicados por el editor en julio de 1938. Y ello me incita a reflexionar sobre las emociones y su oportunidad, y me recuerda casos parecidos durante la guerra de Cuba de finales del siglo XIX. Los combatientes se enteraban de las peripecias de la política española y de los interminables debates parlamentarios que tanto les irritaban, con varios meses de retraso. Según su posición ante la guerra, se alegraban o irritaban por unas decisiones y unas controversias que sobre el terreno, en la Isla caribeña, solo podían tener ya consecuencias doblemente malas porque diferidas, y porque los hechos que motivaron las sesudas reflexiones de sus Señorías ya habían sido sustituidos por otros distintos. En sentido inverso los parlamentarios españoles intentaban a veces buscar esos acuerdos siempre tan difíciles entre españoles a partir de acontecimientos que habían dejado de serlo en la Isla y sobre los cuales cualquier decisión retardada sería contraproducente.

      Como la vida de otros muchos grandes hombres de la historia, la de Saint-Exupéry fue relativamente breve. Murió a los cuarenta y cuatro años de edad, en julio de 1944, en un vuelo de observación sobre la Europa aun en guerra. Vida breve pero plena de acción y reflexión, de pasión por la libertad, de amor al ser humano, a su individualidad, que en todo momento sitúa por delante del ser colectivo tan manipulado por las dictaduras de cualquier signo. La brevedad vital fue el destino de todos los héroes de mi infancia porque Mozart falleció a los treinta y un años dejando en herencia una obra que a cualquier otro le hubiera llevado tal vez un siglo; Modigliani murió a los treinta y seis, y Chopin a los treinta y nueve, en ambos casos con una obra realizada que vista retrospectivamente parece capaz de agotado cualquier capacidad creativa.

      En Saint-Exupéry está quizá la respuesta a la pregunta que de manera insistente me ha venido al ánimo al constatar la obra relativamente extensa de Tomás Ramírez: ¿Qué es lo que mueve al ser humano a estirar el tiempo de esa manera para dejar constancia de su forma de contemplar la realidad, la vida? Probablemente nada de especial y puede que solo sea, como decían los revolucionarios franceses de siglo XVIII que lo que mueve a un revolucionario es solamente la revolución. Saint-Exupéry, al igual que a Tomás, a mí y a otros muchos, que podríamos considerarnos infectados por la preocupación moralista, es solamente la moral lo que parece motivarnos. Ni el hombre viejo, ni el hombre nuevo que tanto ha preocupado a los revolucionarios que rara vez intentan proponerse –y ser- ejemplo de esa novedad que predican. En realidad el hombre nuevo que buscaron todas las revoluciones no podía ser un hombre probeta sacado de la experimentación en laboratorios, por muy revolucionarios que estos fuesen. Quizá la solución es más sencilla y simple. Solo se necesita que sean hombres movidos por sentimientos y actitudes que respondan a la condición que se les atribuye de humanos.

      Obligado es constatar que estamos cada vez más lejos de ese ideal, que las guerras no han desaparecido ni han cambiado; solo se ha perfeccionado la forma de matar; que se crece y se vive en un mundo hostil; que quienes tienen, como decía el Barón de Chamfort, más dinero que apetito son cada vez más numerosos que quienes tienen más apetito que dinero. En suma que releer a Saint-Exupéry y a las exégesis de Tomás Ramírez sobre su obra sigue siendo, además de útil, necesario.

      Domingo Del Pino Gutiérrez

      en la Costa del Sol de la

       Axarquía malagueña.

      Introducción

      En Francia se han publicado una infinidad de libros sobre la biografía del eximio escritor Antoine de Saint-Exupéry, gracias al éxito sin parangón alguno que obtuvo a partir de la publicación de su pequeño gran libro El Principito, publicado en los Estados Unidos de América en 1943. Dicho libro es un cuento que ha hecho y hará las delicias de sus lectores, sean estos niños o personas mayores. Esa obrita es, según la UNESCO, la más leída en el mundo después de la Sagrada Biblia; en tercer lugar viene El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que está muy por encima de todas las demás novelas que se han editado a partir del siglo XVI.

      El librito que tiene usted en sus manos amable lector tiene como único fin informarle sobre un asunto que reviste para nosotros, los españoles, un gran interés, pues el esclarecido autor lionés escribió en 1937, unos artículos para dos periódicos franceses que lo contrataron separadamente como corresponsal de la Guerra Civil de España de 1936. El primer viaje lo realizó en un avión pilotado por él y fletado por el diario L’Intransigeant; el segundo, enviado por Paris-Soir, no se dice cómo llegó a Madrid, supongo que también por vía aérea, pues la frontera con Francia estaba cerrada por entonces a causa del conflicto bélico que sufrió nuestra patria.

      Saint-Exupéry amaba mucho a España, gracias a su amigo Guillaumet, que le enseñaba amorosamente la geografía y orografía de nuestra “Piel de Toro”. Además de los viajes que hacía a menudo para ir a África del Norte, instalado en una barraca en Cabo Juby, en el desierto de Sáhara noroccidental.

      España, menos dada a ensalzar a sus genios de la pluma, no da muchos lectores y, por ello, tampoco se lee a autores extranjeros traducidos o no. Por esa razón son pocos los que hayan leído toda la obra escrita de Saint-Exupéry, cosa que –quizá– sea un impedimento para comprender la obra literaria que el escritor lionés nos ha legado. Por mi parte ofrezco al amable lector mis trabajos, producto de largas cavilaciones a que me obligaron sus libros. He procurado cumplir con el deseo del autor de El Principito que dice: “no me gusta que se lea mi libro a la ligera”.

      Todo lo que ha escrito nuestro ilustre autor con tanto amor, está cargado de tropos, de metáforas, que repite sin cesar tras algo que quiere sea retenido. Por ceñirme solamente a El Principito diré, que es un cuento filosófico que, al igual que las matrioskas, esas muñecas rusas que más allá de su apariencia contienen dentro de sí otra muñeca semejante y esta a otra y la tercera a otra también, y así indefinidamente. Algo parecido es la caja que el aviador dibuja al Hombrecito cuando este le pide un cordero...“que viva muchos años”; el aviador cansado de tanta exigencia le dice: “Esta es la caja, el cordero que tú quieres está dentro”. A lo que el niño responde: “es así como yo lo quería...”.

      Así pues, más que un cuento, el libro es una alegoría que encierra personajes y hechos simbólicos que cada lector atento debe descubrir. Este, podrá constatar que, en unas cuantas líneas, ha dejado patente su costumbre de emplear metáforas para designar lo que quiere decir en comparación con lo que relata: una rosa nueva en el jardín; la estrella del pastor; un insecto en el centro de su trampa de seda; un milán inexorable. Estos tropos puede que se les escapen a los lectores distraídos, razón por la cual ha de leerlos con suma atención. De ahí el interés de Saint-Exupéry para se le lea sosegadamente, sin prisas, y zambullirse en la lectura hasta penetrar en ella y que ella nos penetre. De ese modo es como los judíos suelen leer (entre dos) el Talmud. Antoine de Saint-Exupéry no era un escritor al uso en su tiempo. El primer vuelo que hizo en avión, fue invitado por Jules Védrines, (el pionero que voló desde Toulouse a Madrid), a dar un paseo en su aparato al adolescente Roi Soleil o Pique la Lune, por su naricita respingona –como lo conocía su familia–. Quedó tan gratamente impresionado que apenas llegó a su casa todo él alborozado, no pudo reprimirse y plasmó en un papel las impresiones recibidas en forma del siguiente verso:

      Las


Скачать книгу