Legalidad e Imaginación. Daniel Alejandro Muñoz Valencia

Legalidad e Imaginación - Daniel Alejandro Muñoz Valencia


Скачать книгу
el trabajo inventivo que supone, pasa inadvertida: es, quizá, el instrumento que ofrece las mejores descripciones nuestras. Quiero decir, en estricto sentido, que quienes se entregan al ejercicio literario, aquellos que hacen literatura, han producido las descripciones más sugestivas, por no decir precisas, que conocemos sobre nosotros mismos. En el caso de las obras clásicas, por lo que parece, esas descripciones son de una actualidad permanente. No hablo aquí de “descripciones” en el sentido lato del término. Me refiero, puntualmente, al contenido mismo de las obras literarias: a su capacidad para mostrar, no para demostrar, quiénes somos, a su virtud reveladora de lo íntimo.

      En un pequeño escrito, que antecede una de sus novelas1, el novelista bogotano Álvaro Salom Becerra, después de declarar que ha asistido a las funciones del circo político colombiano, hace la siguiente observación sobre su trabajo literario:

      De esas piezas teatrales y de esas funciones de circo he tomado, con mi vieja cámara fotográfica, algunas instantáneas que ojalá logren conformar un álbum digno de ese nombre, capaz de suscitar en quienes recorran sus páginas recuerdos agridulces, asociaciones de ideas, rictus de sorpresa, ademanes de cólera, protestas silenciosas contra la injusticia, contracciones musculares de rebeldía ante la iniquidad, sentimientos de repulsa por los farsantes y de conmiseración y solidaridad por las víctimas de la farsa, deseos vehementes de un cambio radical, sonrisas regocijadas o amargas frente a los trucos de los histriones y a los episodios tragicómicos que representan los personajes de la obra y una que otra lágrima. Si lo consigo, habré satisfecho plenamente mi ambición de fotógrafo de la realidad, que no de novelista (2000, p. 13).

      Una de las ideas que quiero discutir sobre las ficciones literarias es esta: quien hace literatura deja un registro, que es la obra misma. Un registro que puede parecernos precario o laudable, pero que no por esto deja de tener mucho de testimonio. La literatura, en suma, por más alejada que parezca de nuestras experiencias efectivas, nos retrata. En esos retratos, por cierto, no salimos muy airosos, mas es difícil, al tanto de nuestro fuste torcido, esperar otra cosa. El búlgaro Tzvetan Todorov lo advierte con mucho tino: “Las verdades desagradables –para el género humano, al que pertenecemos, o para nosotros mismos– tienen más posibilidades de llegar a expresarse y ser escuchadas en una obra literaria que en una obra filosófica o científica” (2009, p. 87).

      El lector de una obra literaria, pues, no ha de sorprenderse si la conducta de los personajes, frente a determinadas circunstancias, es idéntica a la que él adoptó en trances parecidos, o similar a la que, al toparse con cierto tipo de personas, adoptaría. Los personajes de las obras de ficción, en últimas, no son más que trasuntos del género humano: en prueba Don Quijote. Y las ficciones literarias funcionan, a la sazón, como instrumentos en que podemos advertir las vicisitudes de grupos humanos que, no siendo iguales a los efectivamente existentes, podrían parecerse mucho a estos. Martha Nussbaum lo pone en los siguientes términos:

      […] la novela es concreta hasta un punto con frecuencia sin paralelo en otros géneros narrativos. Adopta como su tema, podríamos decir, la interacción entre aspiraciones generales humanas y formas particulares de vida social que o bien permiten o bien impiden esas aspiraciones, y que las conforman poderosamente en el proceso. Las novelas […] presentan formas persistentes de necesidad y deseo humanos, tal y como ocurren en situaciones sociales concretas. Estas situaciones frecuentemente, de hecho usualmente, difieren en gran medida de las del lector. Las novelas que reconocen este hecho, se dirigen y elaboran hacia un lector implícito, que comparte con los personajes ciertas esperanzas, miedos y preocupaciones generales humanas y que, debido a ello, es capaz de formar lazos de identificación y compasión con los personajes, pero que, al mismo tiempo, está situado específicamente en un plano diferente y necesita ser informado acerca de la situación concreta de los personajes (1995, p. 46).

      Y es que hay obras literarias que, en lugar de darle, le exigen al lector. Cabe precisar que al afirmar que la literatura nos describe no estoy diciendo que ella constituya una duplicación de nuestra vida. Simplemente afirmo que muestra, para individuos y comunidades, perspectivas que no por inéditas, y remotas en muchos casos, salen del ámbito de lo posible. En este punto, desde luego, no sobra advertir de los riesgos de un idealismo exacerbado, que, sin lugar a dudas, tiene como consecuencia el fracaso. Con todo, esas perspectivas se muestran a veces tan seductoras, nos sugestionan tanto, que no renunciamos a concretarlas a nuestra manera. Mario Vargas Llosa, poniendo dos bellos ejemplos, lo sugiere de este modo: “Un tema recurrente en la historia de la ficción es: el riesgo que entraña tomar lo que dicen las novelas al pie de la letra, creer que la vida es como ellas la describen. Los libros de caballerías queman el seso a Alonso Quijano y lo lanzan por los caminos a alancear molinos de viento y la tragedia de Emma Bovary no ocurriría si el personaje de Flaubert no intentara parecerse a las heroínas de las novelitas románticas que lee” (1990, p. 11).

      El poder de la literatura de imaginación, a mi juicio, radica en que muestra lo más íntimo sin exponer a nadie, y, por eso mismo, las ficciones producen en nosotros lo que producen. Hay personajes literarios que han dicho lo que no quisiéramos escuchar (porque sabemos que es cierto) o lo que no nos atreveríamos a decir (porque, dadas las circunstancias, podríamos vernos en aprietos), y nos detenemos con fruición en esto. Somos, pues, criaturas con problemas y limitaciones, turbulentas, y la literatura, como conjunto de descripciones, da cuenta de ello, al tiempo que nos invita a mirar esos problemas y limitaciones, esas turbulencias, con una sonrisa. Kundera lo expresa de este modo:

      En sus comienzos, la gran novela europea era una diversión ¡y todos los auténticos novelistas sienten nostalgia de aquello! La diversión no excluye en absoluto la gravedad. En La despedida uno se pregunta: ¿merece el hombre vivir en esta tierra, no hay que “liberar el planeta de las garras del hombre”? Unir la extrema gravedad de la pregunta a la extrema levedad de la forma es desde siempre mi ambición. Y no se trata exclusivamente de una ambición artística. La unión de un estilo frívolo y un tema grave desvela la terrible insignificancia de nuestros dramas (tanto los que ocurren en nuestras camas como los que representamos en el escenario de la Historia) (1987, p. 109).

      En efecto, a veces parece que cuando nos reímos, incluso a carcajadas, no nos damos cuenta de que es algo atroz lo que produce la risa.

       La ficción es un sucedáneo transitorio de la vida. El regreso a la realidad es siempre un empobrecimiento brutal: la comprobación de que somos menos de lo que soñamos. Lo que quiere decir que, a la vez que aplacan transitoriamente la insatisfacción humana, las ficciones también la azuzan, espoleando los deseos y la imaginación.

      (VARGAS LLOSA, 1990, p. 13)

      No hablo yo mismo si digo que la facultad humana decisiva es la imaginación y no la razón. En casi cualquier cosa que uno diga es posible identificar la mera resonancia de lo que una multitud grita. Creemos en no pocas ocasiones que encarnamos el origen de algo, cuando simplemente estamos produciendo reverberaciones de una genialidad que caló en nosotros. Según Martha Nussbaum, “la narración de historias y la imaginación literaria no se oponen a la discusión racional, sino que pueden proporcionar ingredientes esenciales para dicha discusión racional” (1995, p. 44). De esta suerte, es la imaginación, tanto en la vida privada como en la vida pública, la que permite, por una parte, pensar en maneras posibles de actuar y, por la otra, buscar mejores formas de convivencia. Una afirmación como esta, por supuesto, no puede testarse de manera resolutiva. Aparte de que no dispongo de los medios para hacerlo, sería estéril intentarlo. Sin embargo, Martha Nussbaum no deja de insistir en el punto:

      En otro contexto he sostenido que la novela forma una parte ineludible de la reflexión personal y también inicié la tarea de encomendarla a la esfera de lo público. Esta es una tarea difícil, ya que, para muchas personas, la literatura puede resultar esclarecedora en cuestiones relativas a la vida personal y a la imaginación privada, pero resulta vana y fútil cuando se trata de preocupaciones más sustanciosas como las clases y las naciones, para las que, parece ser, necesitamos algo más seguro


Скачать книгу