Legalidad e Imaginación. Daniel Alejandro Muñoz Valencia
nadie puede escribir el poema, siguen apareciendo nuevas obras. La fuente de la literatura, en este orden de ideas, es la misma literatura, y no algo externo a ella. Una obra no se puede legitimar como literaria, pues, por su sentido político o por su valor ideológico. El escritor puede tener objetivos sociales, pero el valor literario de su obra no puede estar determinado por ellos.
En contraste con las tesis de Martha Nussbaum, por ejemplo, Bloom afirma que la literatura no puede ser un programa de salvación social. Podemos tratar con obras literarias para llegar hasta lo más recóndito de nosotros mismos, hasta toparnos con lo más íntimo, pero no necesariamente por eso vamos a comportarnos mejor. Es posible que un individuo afirme que después de haber leído tal libro ha cambiado su concepción de la vida, por ejemplo, pero tal metamorfosis no pasa de ser una mera contingencia. Hay individuos que, pese a su trato con las obras más excelsas de la cultura, no dejan de ser unos cabrones.
La vida marital de Evelio Fombona fue llevadera hasta que su señora, en un descuido, compró un velocípedo. Este aparato hizo de la relación, en su momento un descomunal jolgorio, algo insufrible. La política doméstica se complicó de tal manera que cada mañana las hostilidades obligaban a Fombona a saltar por la ventana, irritado por la negativa de la mujer a utilizar el aparato. La renuencia, no obstante, obedecía a una razón ante la cual las gentes se mostraban invariablemente comprensivas: el temor a extraviarse, según confesó en un litigio matutino, al ir desde la casa hasta la universidad, en la que impartía una cátedra sobre la pérdida de los escrúpulos, y a la que siempre arribó en metro. El día menos pensado, sin embargo, cediendo a las presiones de su amante, la señora se animó y salió a la calle en el velocípedo. Llegando al parque, desde el que los niños y los perros la miraban, fue importunada por una musaraña que le hizo perder el control de la máquina y, sin que nada lograra impedirlo, colisionó con el asfalto. Los curiosos la rodearon y la miraron con morbo hasta que una gavilla de bomberos acudió en su auxilio, llevándola de nuevo a los brazos del amante, que, perplejo ante la tozudez de los hechos, le pidió que volviera con el doctor, quien la acogería en el acto y en el más estricto mutismo.
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