Reforma de estructuras y conversión de mentalidades. Группа авторов
PALABRAS DE PRESENTACIÓN
Arturo SOSA SJ
El papa Francisco, como hijo del Concilio, nos invita a reformar la Iglesia. En la Eucaristía celebrada el 9 de noviembre de 2013 en Santa Marta, el Papa evocó la imagen de la «Ecclesia semper reformanda. La Iglesia siempre tiene necesidad de renovarse porque sus miembros son pecadores y necesitan de conversión». No se refería a la reforma como un acto puntual de revisión o actualización de ciertas estructuras caducas, sino un proceso constante y permanente de «conversión eclesial», de «toda la Iglesia entera».
Esto lo confirmará días después, en la Evangelii gaudium, citando al papa Pablo VI, al decir que «Pablo VI invitó a ampliar el llamado a la renovación, para expresar con fuerza que no se dirige solo a los individuos aislados, sino a la Iglesia entera (…) El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma (…). Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma» (EG 26).
Un año después, el 22 de diciembre de 2016, Francisco precisó que «el significado de la re-forma es, en primer lugar, hacer a la Iglesia con-forme a la Buena Nueva que debe ser proclamada a todos con valor y alegría, especialmente a los pobres, a los últimos y a los descartados; con-forme a los signos de nuestro tiempo».
En este contexto, el Papa sitúa a la reforma de cara a la misión de la Iglesia en el mundo y esta, en función de las necesidades humanas, especialmente las de los pobres.
Bajo esta inspiración, Francisco no pone el acento en la reforma de la mera organización interna de la estructura eclesial y su funcionamiento, sino en su misión de servir a las personas y a los pueblos. Y esto nace —como lo había señalado en 2014— del «contacto directo con el Pueblo de Dios». Es este contacto el que genera una conversión real que es la base de cualquier reforma, porque, como recuerda Francisco, «sin un “cambio de mentalidad” el esfuerzo funcional será inútil».
Este proceso de cambio necesario había sido explicado, al culminar el Concilio, por el cardenal Suenens. Él dijo que «la dirección común de la mirada parte del centro hacia la periferia. Muy distinto es el acercamiento que va de la periferia hacia el centro» (junio, 1969). Al salir hacia las periferias, el regreso al centro supone una conversión, un modo de proceder que estando ya en la base llama a construir la comunión entre todos los sujetos y niveles para poder ser Pueblo de Dios.
Sin embargo, al partir de las periferias, surge otro aspecto fundamental de la reforma. La Iglesia es llamada a emprender un camino sinodal. Esto es lo que Francisco afirmó en el discurso que dio el 17 de octubre de 2015 ante la Conmemoración del 50 Aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos. Ahí sostuvo que «el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio. Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra “Sínodo”. Caminar juntos —laicos, pastores, Obispo de Roma—». De este modo, el llamado de Francisco es a revisar «la forma de vivir y obrar (modus vivendi et operandi)» de toda la Iglesia, lo cual pasa hoy por la conversión de nuestros estilos de vida (espíritu), la formación en prácticas de discernimiento (método) y la comunicación fraterna entre todos los niveles y estructuras de gobierno. Es el reto de una Iglesia en clave sinodal.
Hoy estamos viviendo un kairós que nos ha devuelto lo más genuino del espíritu del Concilio, el ser Pueblo de Dios en estado permanente de misión. Por eso, durante dos días el Grupo Iberoamericano de Teología expondrá algunos ejes fundamentales de la reforma que desarrollan y profundizan este espíritu del Concilio. Como se aprecia en el programa, se han destacado cuatro aspectos: la conversión pastoral, sinodal, ministerial y ecológica. Es lo que Francisco, en el Sínodo para la Amazonía, nos ha invitado a discernir. Una Iglesia que sea toda ella ministerial, asumiendo el reto de la evangelización junto al del desarrollo de los pueblos y su promoción social, política, económica y religiosa. Todo ello, con el espíritu de cuidar nuestra casa común para que todos y todas podamos vivir como hijos e hijas de un mismo Dios.
Os invito a que, como Iglesia local, podamos generar un ambiente de discernimiento y diálogo fraterno que nos lleve a comprender este gran kairós eclesial que vivimos y podamos así ser corresponsables en este proceso de reforma de las estructuras que pasa por la conversión de las mentalidades.
Agradezco a la Escuela de Teología del Boston College quien lleva adelante este proyecto bajo la coordinación de los teólogos Carlos María Galli y Rafael Luciani. También agradezco los esfuerzos hechos por el Instituto Nacional de Pastoral de la Conferencia Episcopal Venezolana, la Universidad Católica Andrés Bello, y todas las instituciones que han colaborado para hacer posible este Seminario Internacional en Caracas (Venezuela), con el deseo de realizarlo en otras Iglesias locales del mundo.
INTRODUCCIÓN
Rafael LUCIANI y Carlos SCHICKENDANTZ
DISCERNIR LOS NUEVOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS
Las sociedades actuales en las cuales se desarrolla nuestra vida común están sometidas a desafíos complejos para los que nadie tiene una receta sencilla y eficaz. Asistimos a fenómenos globales con fuertes acentos e importantes características locales. El problema de las migraciones, con peculiaridades en las diversas regiones, pero con dramas humanos muy semejantes ponen en riesgo la vida de millones de personas. El acelerado deterioro del medio ambiente, con su cambio climático cada vez más impredecible, desafía la creatividad de las autoridades a todos los niveles e invita a cambios profundos en la forma de vida de los ciudadanos y ciudadanas de nuestro mundo. Las múltiples formas de desigualdades en el desarrollo humano aparecen como unas de las mayores formas de injusticia en los inicios del siglo XXI. Sus causas y expresiones tienen muchos rostros: el género, el origen étnico, el color de la piel, la especificidad cultural, etc. Un sistema financiero solo al servicio de sí mismo, independiente de los poderes políticos y sin regulaciones efectivas favorece de forma dramática el crecimiento de las diferencias injustas. La violencia, bajo muchas formas, a veces vinculada al narcotráfico, la trata de personas, o el comercio de órganos pone en cuestión la vida cotidiana en nuestras sociedades, particularmente de las personas más pobres.
Estas breves consideraciones, a las que habría que sumar mucha información y detalle para hacer justicia a la realidad, ponen de manifiesto cuán serios y profundos son los problemas políticos, sociales, culturales y económicos de nuestro tiempo. Las mismas tradiciones religiosas se revelan como ambiguas; a veces, sirven a la conciencia de la dignidad humana, en muchas otras ocasiones, son fuente de odio y violencia. La manera como se construyen las subjetividades en el presente, la influencia creciente de las redes sociales sin que sea posible medir su grado de influencia en las personas y culturas son procesos fascinantes, pero que a muchas personas les causa inseguridad. Existen muchos motivos que favorecen una difundida sensación acerca de un futuro incierto. Si estos datos suscitan perplejidad y preocupación, también percibimos procesos de humanización en curso: la conciencia global, el sentido de lo regional y local, el reconocimiento más respetuoso de las alteridades, cualesquiera sean ellas, el sentimiento de la dignidad humana, la sensibilidad por las formas de pobreza son solo algunos fenómenos positivos de nuestros ambientes culturales.
UNA IGLESIA INQUIETA POR SU CONVERSIÓN CONTINUA Y SU AUTORREFORMA PERMANENTE
Es a este contexto actual, al que debe responder una reflexión sobre la Iglesia a la altura de los sueños de Jesús y de los desafíos de nuestro tiempo. El punto de partida para una conciencia eclesial crítica y lúcida de nuestro entorno ha de ser el discernimiento de los signos de los tiempos (GS 4). Es ahí donde se encuentra el sentido profundo de la reforma de la Iglesia y de las reformas en la Iglesia: servir a la obra del Evangelio sirviendo a los seres humanos de nuestro tiempo. Según el Concilio, la Iglesia se comprende a sí misma, «en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). Esta naturaleza sacramental, precisamente, es la que exige de ella ser una ecclesia semper reformanda, inquieta por su conversión continua y su auto reforma permanente, de modo de transparentar de la mejor manera al Evangelio y a los valores del Reino y, de este modo, servir a la causa de la evangelización, de la paz y la justicia entre todos los seres humanos. En este sentido, la reforma de sí misma es parte esencial de un proyecto misionero, de una Iglesia en salida que pone su centro, no en sí misma, sino en las personas, particularmente