El libro de la vida y la muerte. Osho
te convertirá en peregrino. No hay nada malo en dudar. La duda es hermosa, inocente, natural. Pero los sacerdotes no han hecho más que condenarla a lo largo de la historia. Y a causa de su condena, la duda, que podría haber florecido en confianza, se ha convertido en una herida. Condena lo que sea y se convertirá en una herida, rechaza cualquier cosa y se volverá una herida.
Mi enseñanza es que lo primero que hay que hacer es no tratar de creer. ¿Por qué? Si la duda está ahí, ¡es porque existe! No es necesario ocultarla. De hecho, hay que permitir su existencia, ayudarla, dejar que se convierta en la gran búsqueda. Que se convierta en las mil y una preguntas, y al final te darás cuenta de que las preguntas no son lo que importa, ¡sino los signos de interrogación! La duda no es una búsqueda para creer; la duda simplemente busca a tientas el misterio, lleva a cabo todo tipo de esfuerzos para entender lo inentendible, para comprender lo incomprensible… un esfuerzo a tientas.
Si buscas, si indagas, sin llenarte de creencias prestadas, sucederán dos cosas: la primera es que nunca tendrás creencia alguna. Recuerda, la duda y la incredulidad no son sinónimos. La incredulidad tiene lugar únicamente cuando ya has creído, cuando te has engañado a ti mismo y a los demás. La incredulidad sólo aparece cuando la creencia ha penetrado en ti; es una sombra del creer.
Todos los creyentes son incrédulos, sean hinduistas, cristianos o jainistas. ¡Los conozco a todos! Todos los creyentes son incrédulos porque creer conlleva ser incrédulo, que es la consecuencia del creer. ¿Puedes creer sin incredulidad? Es imposible; no puede ser según la naturaleza de las cosas. Si quieres ser incrédulo, el primer requisito es creer. ¿Puedes creer sin que la incredulidad entre por la puerta de atrás? ¿O es que acaso puedes ser incrédulo sin creer en primer lugar? Cree en Dios e inmediatamente aparece la incredulidad. Cree en el más allá y surge la incredulidad. La incredulidad es secundaria, el creer viene en primer lugar.
Pero hay millones de personas en el mundo que sólo quieren creer; no aceptan la incredulidad. Yo no puedo ayudarles, nadie puede hacerlo. Si sólo te interesa creer, también tendrás que sufrir la incredulidad. Permanecerás dividido, quebrado, esquizofrénico. No podrás sentir la unidad orgánica; habrás impedido que suceda.
¿Cuál es mi consejo? Primero, dejar de creer. Abandonar las creencias, ¡son basura! Confía en la duda, ésa es mi sugerencia; no intentes ocultarla. Confía en la duda. Eso es lo primero que tienes que hacer, confiar en tu duda y ver cuán hermosa es, qué maravillosa confianza ha penetrado en ti.
No digo creencia, sino confianza. La duda es un don natural; debe provenir de Dios. ¿De dónde si no? Has de llevar la duda en ti… confiar en ella, confiar en tu cuestionamiento y no tener prisa por llenarla y ocultarla mediante creencias tomadas prestadas del exterior, de los padres, los sacerdotes, los políticos, de la sociedad y la iglesia. Tu duda es algo hermoso porque es tuya; es algo hermoso porque es auténtica. Algún día, de esta duda auténtica florecerá la flor de la auténtica confianza. Será un florecimiento interior, y no una imposición del exterior.
Ésa es la diferencia entre creer y confiar; la confianza crece en tu interior, en tu interioridad, en tu subjetividad. La confianza es interna, al igual que la duda. Y sólo lo interior puede transformar lo interno. La creencia proviene del exterior; no puede servir de ayuda porque no alcanza el centro de tu ser, que es donde está la duda.
¿Cómo empezar? Confiando en tu dudar. Ése es mi método para obtener confianza. No creas en Dios, no creas en el alma, no creas en el más allá. Confía en tu duda, y la conversión habrá empezado al momento. La confianza es una fuerza tan poderosa que incluso si confías en tu duda la habrás iluminado. Y la duda es como la oscuridad. Esa pequeña confianza en la duda empezará a cambiar tu mundo interior, el paisaje interno.
¡Y cuestiona! ¿Qué has de temer? ¿Por qué tanta cobardía? Cuestiona… cuestiona todos los budas, cuestióname a mí, porque si existe alguna verdad, no temerá tu cuestionamiento. Si los budas son verdaderos, serán verdaderos; no necesitas creer en ellos. Cuestiónalos… y un día verás que la confianza ha surgido.
Cuando se duda y se duda hasta el fin, el resultado más lógico es que más tarde o más temprano tropezaremos con una verdad. La duda anda a tientas por la oscuridad, pero la puerta existe. Si el Buda pudo llegar a la puerta, si Jesús también pudo hallarla, si yo puedo encontrarla, ¿por qué no vas a poder tú? Todo el mundo puede llegar hasta la puerta, pero tienes miedo de andar a tientas, así que te limitas a sentarte en un rincón oscuro creyendo en alguien que ha encontrado la puerta. No conocemos a ese alguien, sólo has oído hablar de él a otros que a su vez lo han escuchado de boca de otros, y así sucesivamente.
¿Cómo es que crees en Jesús? ¿Por qué? ¡Si no le has visto! Y aunque le hubieses visto, no te habrías dado cuenta de que era él. El día que fue crucificado fueron miles los que se reunieron para verle, ¿y sabes lo que hicieron? ¡Le escupieron en la cara! Puede que tú también estuvieses en esa multitud, porque no eran diferentes de nosotros. La humanidad no ha cambiado.
Contamos con mejores carreteras y vehículos para que nos lleven de un sitio a otro, mejor tecnología –el hombre ha caminado por la Luna–, pero no ha cambiado. Por eso digo que muchos de vosotros podríais haber estado en la multitud que escupió a Jesús. No habéis cambiado. ¿Cómo podéis creer en Jesús? Le escupisteis en la cara cuando estaba vivo, ¿y ahora creéis en él, al cabo de dos mil años? Es un esfuerzo desesperado por ocultar vuestra duda. ¿Por qué creéis en Jesús?
Hay una sola cosa que si desapareciese de la historia de Jesús, todo el cristianismo se vendría abajo. Si una cosa, una sola cosa, como el fenómeno de la resurrección –tras ser crucificado y permanecer muerto durante tres días, Jesús regresó–; si sólo eso desapareciese, todo el cristianismo desaparecería. Creéis en Jesús porque tenéis miedo a la muerte, y él parece ser el único hombre que ha regresado de la muerte, que la ha derrotado.
El cristianismo se ha convertido en la mayor religión del mundo. El budismo no podrá ser tan importante, por la sencilla razón de que el miedo a la muerte ayuda a la gente a creer en Cristo más que en el Buda. De hecho, hay que tener agallas para creer en el Buda, porque el Buda dice: «Te enseño la muerte total». No está satisfecho con la muerte pequeña. Dice: «Esta muerte pequeña no sirve, porque regresarás. Yo te enseño la muerte total, la muerte suprema. Enseño la aniquilación, de manera que nunca tengas que regresar, para que desaparezcas, para que te disuelvas en la existencia, para que no existas más, nunca más; para que no quede rastro de ti».
El budismo desapareció en la India, totalmente. Un país del que se dice que es tan religioso, y el budismo desapareció por completo. ¿Por qué? Porque la gente cree en religiones que enseñan que viviremos tras la muerte, que el alma es inmortal. El Buda decía que lo único que valía la pena realizar es que no se es. El budismo no podía sobrevivir en la India porque no ofrecía un refugio contra el miedo.
El Buda no le dijo a la gente: «Creed en mí». Por eso su enseñanza desapareció de la India, porque la gente quiere creer. La gente no quiere verdades, quiere creencias.
Creer es fácil. La verdad es peligrosa, ardua, difícil; tiene un precio. Uno tiene que buscar e indagar, y sin garantías de que se hallará, sin garantías de que exista verdad alguna en ningún sitio. Puede que no exista.
La gente quiere creer, y el último mensaje del Buda al mundo fue: «Appo dipo bhava», «Sé tu propia luz». Sus discípulos lloraron, diez mil sannyasins le rodeaban… estaban tristes, claro está, y vertieron lágrimas; su maestro se iba. Y el Buda les dijo:
–No lloréis. ¿Por qué lloráis?
Ananda, uno de los discípulos, dijo:
–Porque nos dejáis, porque erais nuestra única esperanza, porque teníamos la esperanza de que a través de vos podríamos obtener la verdad.
Para responder a Ananda, el Buda dijo:
–No te preocupes por eso. Yo no puedo darte la verdad; nadie puede dártela, no es transferible. Debes alcanzarla por ti mismo. Sé tu propia luz.
Mi actitud es la misma. No necesitáis creer en mí. No quiero creyentes aquí.