El libro de la vida y la muerte. Osho

El libro de la vida y la muerte - Osho


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búsqueda, por eso cree. El creyente quiere ser liberado, salvado, necesita un redentor. Siempre está buscando un mesías, alguien que pueda comer por él, masticar por él, digerir por él. Pero si soy yo el que come, a ti no se te pasará el hambre. Nadie puede salvarte excepto tú mismo.

      Aquí lo que se necesitan son buscadores, indagadores, y no creyentes. Los creyentes son la gente más mediocre del mundo. Así que olvidaos de creer, pues os estáis buscando problemas. Empezáis creyendo en mí, y entonces surge la incredulidad, porque no estoy aquí para satisfacer vuestras esperanzas.

      Yo vivo a mi manera, y no os tengo en cuenta. No tengo en cuenta a nadie, porque si empezamos a tener en cuenta a los demás, uno no puede vivir su propia vida de manera auténtica. Tened en cuenta algo y os convertiréis en farsantes.

      George Gurdjieff solía decir a sus discípulos algo fundamental: «No tengáis en cuenta a los demás, si no no creceréis nunca». Y eso es lo que está sucediendo en todo el mundo, que todos se ponen a tener en cuenta a los demás: «¿Qué pensará mi madre? ¿Qué pensará mi padre? ¿Qué pensará la sociedad? ¿Qué pensará mi esposa, mi marido…?». ¿Qué puede decirse de los padres…? ¡Incluso temen a los hijos! Porque piensan: «¿qué pensarán nuestros hijos?». La gente tiene en cuenta a los demás, y entonces resulta que hay millones de personas a las que tener en cuenta. Si vamos por ahí teniendo en cuenta a todo el mundo, entonces nunca seremos individuos, sólo un batiburrillo. Con tantos compromisos como habéis adquirido, tendríais que haberos suicidado hace mucho.

      Se dice que hay gente que muere a los treinta años y que los entierran a los setenta. La muerte sucede muy pronto. Creo que decir que a los treinta no es correcto, la muerte sucede incluso mucho antes. Alrededor de los veintiuno, cuando la ley y el estado te organizan, convirtiéndote en un ciudadano, ése es el momento en que muere una persona. De hecho, es cuando te reconocen como ciudadano: ahora ya no eres peligroso, ya has dejado de ser salvaje, ya no eres un bruto sin refinar. Ahora todo está bien en ti, todo correcto; ahora te han ajustado a la sociedad. Eso es lo que significa el que tu nación te conceda el derecho de voto: la nación puede estar ahora tranquila porque te ha destrozado la inteligencia, y por ello puedes votar. No hay nada que temer; ahora eres un ciudadano, un hombre civilizado. Has dejado de ser un hombre, ahora eres un ciudadano.

      He observado que la gente muere alrededor de los veintiún años. A partir de entonces, la existencia es póstuma. En las tumbas deberíamos empezar por escribir tres fechas: nacimiento, muerte y muerte póstuma.

      Se dice que una persona es ingeniosa cuando sabe resolver dificultades, y que es sabia cuando sabe cómo evitarlas. Sé sabio. ¿Por qué no cortarlo todo de raíz? No creas, y no habrá razón para ser incrédulo, y la dualidad nunca surgirá, y no necesitarás hallar una manera de salir de ello. Por favor, no os metáis en eso.

      La verdad es individual, y la masa no se preocupa por la verdad. Le preocupa el consuelo; le preocupa la comodidad. La masa no consiste en exploradores, aventureros, en gente que se adentra en lo desconocido, valientes… que arriesgan sus vidas para hallar el significado de sus vidas y de la vida de todo lo que existe. La masa sólo quiere que le regalen los oídos con cosas agradables y cómodas, para así relajarse tranquilamente en esas palabras de consuelo.

      La última vez que me acerqué por mi pueblo natal fue en 1970. Uno de mis antiguos maestros, con quien siempre había mantenido una relación cariñosa, se hallaba en su lecho de muerte, así que lo primero que hice fue dirigirme a su casa.

      Su hijo me recibió en la puerta y me dijo:

      –No le moleste, por favor. Está a punto de morir. Le quiere a usted, le ha estado recordando, pero sabemos que su presencia puede arrebatarle su consuelo. No le haga eso cuando está a punto de morir.

      Yo le contesté:

      –Si no estuviese precisamente a punto de morir habría hecho caso de tu consejo, pero ahora tengo que verle. Si justo antes de morir abandona sus mentiras y consuelos, su muerte tendrá un valor mucho mayor que el que ha tenido su vida.

      Aparté al hijo a un lado y entré en la casa. El anciano abrió los ojos, sonrió y dijo:

      –Me estaba acordando de ti y al mismo tiempo sentía miedo. Me enteré de que venías al pueblo y pensé que tal vez llegarías antes de que muriese y así podría verte por última vez. Pero al mismo tiempo sentí mucho miedo, ¡pues encontrarse contigo puede resultar peligroso!

      Le dije:

      –Ciertamente será peligroso. He venido en el momento justo. Quiero que acabe con todos sus consuelos antes de morir. Si puede morir inocente, su muerte tendrá un valor tremendo. Eche a un lado todo lo que sabe porque se trata de un conocimiento prestado. Aparte de sí a su dios porque sólo es una creencia. Aparte de sí la idea de cualquier cielo o infierno porque no son más que su codicia y su miedo. Ha permanecido aferrado a esas cosas durante toda su vida. Al menos, antes de morir, reúna el coraje suficiente… ¡ahora ya no tiene nada que perder!

      »Un hombre moribundo no tiene nada que perder: la muerte lo hará todo pedazos. Es mejor que abandone sus consuelos por propia voluntad y que muera inocentemente, lleno de pasmo e interés, porque la muerte es la experiencia suprema de la vida. Es su auténtico crescendo.

      El anciano dijo:

      –Tenía miedo y ahora me pides lo mismo. He rendido culto a Dios durante toda mi vida, y ahora resulta que sólo es una hipótesis… Nunca lo he experimentado. He rogado a los cielos, y sé que ninguna de mis oraciones fue nunca contestada; no hay nadie para hacerlo. Pero ha sido un consuelo a través de los sufrimientos de la vida y de sus ansiedades. ¿Qué más puede hacer un hombre desvalido?

      Le contesté:

      –Ahora ya no está desvalido, ahora no hay ansiedad alguna, ni sufrimiento, ni problemas; todo eso pertenece a la vida. Ahora la vida se escurre de sus manos; tal vez pueda permanecer en esta orilla unos pocos minutos más. ¡Reúna valor! No vaya al encuentro de la muerte como un cobarde.

      Cerró los ojos, y me dijo:

      –Haré todo lo posible.

      Toda la familia se hallaba reunida y estaban enfadados conmigo. Eran brahmanes de casta alta, muy ortodoxos, y no podían creer que el anciano estuviese de acuerdo conmigo. La muerte fue una conmoción tal que hizo pedazos todas sus mentiras.

      Te puedes pasar la vida creyendo en mentiras, pero en la muerte sabes perfectamente bien que los barquitos de papel no te serán de gran ayuda en el océano. Es mejor saber que hay que nadar y que no se tiene barco alguno a mano. Aferrarse a un barquito de papel es peligroso; puede evitar que nades. En lugar de llevarte a la otra orilla, puede hacer que te ahogues.

      Todos estaban enfadados conmigo, pero no pudieron decirme nada. El anciano cerró los ojos, sonrió y dijo:

      –Es una desgracia que nunca te haya querido escuchar. Ahora me siento tan ligero, sin cargas. No tengo miedo alguno; no sólo no tengo miedo sino que siento curiosidad por morir y ver cuál es el misterio de la muerte.

      Murió, y la sonrisa permaneció en su rostro.

      3. LAS MÚLTIPLES CARAS DE LA MUERTE

      En la historia de la mente humana se pueden hallar tres expresiones de muerte. Una de ellas es la del ser humano ordinario que vive apegado a su cuerpo, que nunca ha conocido nada mejor que el placer de la comida o el sexo, cuya vida no ha sido más que comida y sexo; que ha disfrutado de la comida, del sexo, llevando una vida muy primitiva; cuya existencia ha sido muy grosera, que ha vivido en el porche de su palacio, sin llegar a entrar nunca en él, y que ha pensado siempre que eso era la vida. En el momento de la muerte tratará de apegarse. Se resistirá a la muerte y luchará contra ella. La muerte llegará como una enemiga. Por eso en todas las sociedades del mundo la muerte aparece descrita como oscura y maligna. En la India dicen que el mensajero de la muerte es muy feo –oscuro, negro–, y que llega sentado en un búfalo grande e igualmente feo.

      Ésa es la actitud normal. Esa gente ha errado; no han sido capaces de llegar a conocer todas las dimensiones de la vida.


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