Una camaradería de confianza. John Piper

Una camaradería de confianza - John  Piper


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acerca de las relaciones entre Spurgeon, Müller, y Taylor, siento una gratitud especial por la matriz de relaciones de mi vida. Sólo Dios sabe cómo sería mi vida si alguno de ellos no hubiera estado.

      Mi oración ahora es que estos tres «Cisnes» canten de una manera que beneficie tu vida. Lo que ellos tienen que enseñarnos y mostrarnos acerca de la camaradería de confianza en Dios, en toda Su bondad, gloria, y poder, es enorme. Deja que te guíen hacia una vida de mayor fe y gozo, y hacia un compromiso radical con la misión de Cristo en este mundo.

      George Müller fue quien dijo eso, con esa bendita y santa vida de fe respaldando cada una de sus palabras; y yo era como un niño sentado a los pies de su tutor, aprendiendo de él.

      Charles Spurgeon

      Ninguna misión existente en nuestros días tiene nuestra plena confianza y nuestros buenos deseos tanto como la obra del Sr. Hudson Taylor en China. Esa obra se conduce bajo aquellos principios de fe en Dios, los cuales se encomiendan de manera muy afectuosa a lo más profundo de nuestra alma. El hombre que está a cargo es «instrumento para honra, santificado, útil al Señor». Sus métodos de procedimiento exigen nuestra veneración.

      Charles Spurgeon

INTRODUCCIÓN Una Camaradería de Confianza enla Majestuosa Bondad de Dios

      Exiliados que transformaban a los indígenas

      

n cierto sentido, Charles Spurgeon, «el más grande predicador» del siglo XIX,4 George Müller, quien se hizo cargo de miles de huérfanos, y Hudson Taylor, quien fundó la Misión al Interior de China, fueron hombres muy destacados en su asombrosa época. Pero en otro sentido, ellos fueron como hombres exiliados sobre la tierra — una camaradería de confianza en algo que iba más allá de este mundo. Esa no es una declaración excepcional, ya que se podría decir lo mismo de casi cada cristiano que cree en el evangelio y quiere servir a favor de las necesidades temporales y eternas de su prójimo.

      Las raíces de esta observación simple se encuentran en la Biblia. Por una parte, se nos dice que los cristianos son «extranjeros y peregrinos» (1 Pedro 2:11) cuya «ciudadanía está en los cielos» (Filipenses 3:20). Por otra parte, el apóstol Pablo dijo: «A todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos» (1 Corintios 9:22). No es sorprendente que los cristianos fructíferos sean personas relevantes para su época, y sin embargo, también sean personas fuera de sintonía con la época.

      El distintivo divino del cristianismo es que la encarnación y la transformación están edificadas en la mera naturaleza de la venida de Cristo. Él fue uno de nosotros. Y era infinitamente diferente a nosotros. Él encajaba. Pero también cambió todo. Por lo tanto, el cristianismo se esparce de la misma forma —de generación en generación y de cultura a cultura. Se adapta a la cultura y altera la cultura. Se viste con la ropa de la cultura y transforma el corazón de la cultura. Y después ese cambió de corazón afecta a la ropa y a todo lo demás.

      Andrew Walls, un ex profesor de misiones en la Universidad de Edimburgo, les llama a estas dos verdades el «principio de indigenización» y el «principio de peregrinaje». Ambos están enraizados en el corazón de la fe cristiana —las doctrinas de la justificación y la santificación. «Por una parte, esa es la esencia del evangelio, que Dios nos acepta como estamos, únicamente sobre la base de la obra de Cristo, no sobre la base de aquello en lo que nos hemos convertido ni en lo que tratamos de convertirnos».5 Eso significa que nosotros traemos nuestras formas de vida condicionadas por la cultura ante Cristo.

      Pero como Walls lo señala:

      [Existe] otra fuerza en tensión contra el principio de indigenización, y eso también surge del evangelio. No sólo Dios, en Cristo, toma a las personas tal como están: «Las toma para transformarlas en lo que Él quiere que sean (…) El cristiano hereda el principio de peregrinaje, el cual le susurra que no tiene una ciudad permanente y le advierte que ser fiel a Cristo lo pondrá fuera de sintonía con su sociedad; porque ni en el Este ni en el Oeste, ni en tiempos antiguos ni en tiempos modernos, ha existido una sociedad que sea capaz de absorber en su sistema la Palabra de Cristo sin padecer alguna clase de dificultad o sufrimiento.6

      Hombres relevantes en su época

      Spurgeon, Müller, y Taylor fueron evidentemente hombres destacados del siglo XIX. La vida de Müller abarcó casi todo el siglo (1805–1898). Por su parte, Spurgeon fue consumido antes por causa de la gota y la enfermedad de Bright a la edad de 57 años (1834–1892). Taylor murió dentro de los primeros cinco años del siglo XX (1832–1905). Pero lo que los hacía hombres de la época no era meramente su fecha de nacimiento. Eran parte de una gran oleada política, industrial, y religiosa. Uno no podía haber vivido en el siglo XIX sin haber sido afectado por algunos de los cambios más grandes de la historia del mundo.

      Ciudadanos de un gran imperio

      Estos tres hombres fueron parte de la cultura británica, aunque Müller nació en Prusia, pero inmigró a la edad de 24 años. Eso significa que ellos fueron parte de un imperio cuando se encontraba en el punto máximo de su influencia. Sólo hubo una monarca desde 1837 hasta el final del siglo, la Reina Victoria —esa era la época victoriana. Esa estabilidad estuvo armonizada con medio siglo de paz desde 1850 en adelante. A nivel mundial, «La Gran Bretaña estaba a la altura de su prestigio internacional».7

      El hombre de estado más prominente de mediados del siglo, Lord Palmerston, expresó la importancia del Imperio Británico en el sentido de que «así como cualquiera en el mundo antiguo podía anunciar que era un ciudadano romano y el poder del Imperio de Roma lo protegía, así la autoridad Británica, es un escudo para todos aquellos que pueden afirmar que son súbditos de la corona sin importar el lugar en el que se encuentren».8

      Primeros miembros del mundo moderno

      La Revolución Industrial y la era de las invenciones estaban arrastrando a la Gran Bretaña hacia el mundo moderno. En 1851, la ciudad de Londres fue anfitriona de la Gran Exposición, en la que se exhibieron muchos productos nuevos. «Pero el principal objetivo era celebrar la pericia técnica de la Gran Bretaña, el primer país que se industrializó».9 Entre los años 1852 y 1892, en la Gran Bretaña la producción de algodón se triplicó. La producción de carbón aumentó de 60 millones de toneladas en 1851 a 219 millones de toneladas 50 años después. Y lo mismo pasó en los Estados Unidos. La producción de carbón en ese periodo saltó de 7 millones a 268 millones de toneladas.

      Las vías férreas se expandieron drásticamente. Los barcos de vapor reemplazaron ampliamente a los veleros. Esta era la época de Thomas Edison y Alexander Graham Bell, ambos nacidos en 1847. Las luces eléctricas, la radio, el teléfono, y otros inventos estaban transformando la vida a lo largo del mundo. Los patrones de la vida común que se habían seguido por milenios empezaron a cederle el paso a un nuevo mundo.

      Los descubrimientos médicos fueron abundantes. «En la Gran Bretaña se fundaron más de 70 hospitales especiales, entre los años 1800 y 1860 (…) Entre los fármacos que fueron aislados, inventados, o descubiertos de 1800 a 1840, se encuentran la morfina, la quinina, la atropina, la digitalina, la codeína y el yodo».10 Y junto con la industria, las invenciones, y los descubrimientos vino la prosperidad. «Por primera vez, muchas familias tenían dinero para gastar más allá de lo que necesitaban para subsistir».11

      Herederos de los grandes despertares

      El primero y el segundo Gran Despertar le habían dado un ímpetu duradero al mundo cristiano. Al mismo tiempo que la población se iba extendiendo, las iglesias se expandieron de manera significativa. Por ejemplo, entre 1800 y 1850, el número de Metodistas en Inglaterra creció de 96 000 a 518 000. Lo mismo ocurrió con las iglesias en Gales y Escocia. En los Estados Unidos también hubo un aumento drástico.


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