Encuentro del cristiano con el ateo o agnóstico. Ramon Rosal

Encuentro del cristiano con el ateo o agnóstico - Ramon Rosal


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–verbal y no verbal- según el tipo de destinatarios, en una presentación de la fe cristiana a personas agnósticas o ateas.

      El capítulo cuarto ofrece un breve informe sobre el Cristianismo en un lenguaje no convencional. Informe que he utilizado en diversas ocasiones a modo de Primer Anuncio (kerigma). En el lenguaje utilizado he tenido en cuenta las características psicológicas de los destinatarios, principalmente profesionales de la psicología clínica y la psicoterapia. Ha tenido consecuencias positivas en algún proceso de conversión que he podido vivir como guía espiritual y psicológico, y a los que me he referido en el capítulo primero.

      Capítulo primero

      EL ENCUENTRO CON PERSONAS

      AGNÓSTICAS O ATEAS.

      RESPUESTA A DOCE PREGUNTAS

      1. Introducción

      Todo ciudadano cristiano se encuentra actualmente, en nuestro país en una sociedad con un porcentaje creciente de ciudadanos agnósticos o ateos. Aparte está un número creciente de cristianos no católicos y de creyentes religiosos vinculados a religiones no cristianas.

      Un católico actual tiene la alegría de saber que, según el magisterio actual de la Iglesia ya no se defiende la doctrina de que fuera de la Iglesia no haya salvación (extra Ecclesia nulla salus), sino que la salvación es alcanzable por cualesquiera creencias religiosas, y también por agnósticos y ateos de buena voluntad, que cultiven su sensibilidad de conciencia y sean fieles a ella.

      la divina providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuánto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio y otorgado por quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan la vida (Concilio Vaticano II, 1964. Constitución Lumen Gentium, n. 16)

      Además, el magisterio oficial de la Iglesia ha reconocido la parte de culpa de los cristianos en la propagación del ateísmo, declarando, por ejemplo, lo siguiente:

      Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto a que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión (Concilio Vaticano II. Constitución Gaudium et Spes, n. 19).

      El cristiano que se relaciona y dialoga hoy con agnósticos y ateos no presupone –como muchos presumían en generaciones anteriores– que la única vía para que éstos reciban inspiraciones y gracias del Espíritu Santo y alcancen luego la plenitud de la vida de los resucitados, tenga que ser su conversión a la fe cristiana.

      El cristiano es un especialista en detectar esta presencia de la acción del Espíritu en la vida diaria de las personas, de la comunidad y de la historia.

      Los cristianos, gracias a la fe que se manifiesta en la esperanza y se realiza en el amor, detectamos la presencia de Cristo en el corazón del mundo, mediante un doble movimiento:

      La irradiación de la luminosidad de Cristo que hemos recibido en el interior de la comunidad mediante la Palabra y el Espíritu.

      La asimilación de los efectos de la presencia del Espíritu en la vida de mucha gente de nuestro entorno social cotidiano. Gentes de todas las edades, sexos, religiones, razas, culturas, lenguas, ideologías y tendencias políticas. La irradiación y la asimilación es un doble movimiento que se enriquece mutuamente (Prat, 2005, p. 473).

      Sin embargo el cristiano con una fe madura es consciente también de su responsabilidad principal de colaborar en la tarea evangelizadora de la Iglesia; es consciente de que esta responsabilidad es uno de los deberes éticos peculiares que le diferencian de un agnóstico o ateo humanista con sensibilidad moral. Y es también consciente de que evangelizar implica contribuir a renovar o humanizar todas las actividades en la sociedad civil y en la Iglesia, bajo la influencia del Evangelio y del Espíritu Santo. Pero además sabe que evangelizar implica también buscar oportunidades para que ciudadanos agnósticos o ateos con los que se relacione en su vida tengan oportunidades para conocer a Jesucristo y su mensaje, sus “buenas noticias”, de forma auténtica, sin falsificaciones que, como se decía en la cita del Vaticano II “han velado más que revelado el genuino rostro de Dios”.

      El reconocimiento de la posibilidad de salvación eterna y de influencia del Espíritu Santo en la vida de los agnósticos y ateos no anula el importante mandato de Jesús a sus discípulos.

      Id, pues, a todos los pueblos y hacedlos discípulos míos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estoy con vosotros, día tras día hasta el fin del mundo (Mateo, 28,19).

      Nuestros compañeros ciudadanos agnósticos o ateos, que en muchos casos tienen unas versiones sobre el Cristianismo que son auténticas caricaturas, o expresiones de una fe pueril, o fideísta, sin el testimonio de una auténtica experiencia personal, es decir, una mera herencia familiar o cultural, tienen derecho a poder recibir una información y testimonio de una versión auténtica y adulta del Cristianismo, y de todo lo que en esta fe implica una buena noticia y una esperanzadora ayuda para encontrar sentido a la vida y a la muerte.

      Este capítulo tiene tres objetivos:

      1 Informar brevemente sobre hechos vividos directamente en el diálogo con agnósticos o ateos y mi acompañamiento de nueve procesos de conversión a la fe cristiana.

      2 Informar sobre hechos de los que obtuve información a través del testimonio escrito de conversos del siglo XX.

      3 Informar sobre pautas o precauciones, principalmente psicológicas y éticas, aconsejables para los que quieran implicarse en la actividad evangelizadora respecto a ciudadanos agnósticos o ateos.

      2. Hechos vividos directamente o a través de

       testimonios escritos de ateos conversos

      2.1. ¿Qué experiencia he podido vivir sobre el

       acompañamiento de procesos de conversión

       desde el agnosticismo o ateísmo a la fe cristiana?

      Desde el año 1979, es decir, durante cuarenta años, he vivido rodeado principalmente de personas agnósticas o ateas. Fundé un Instituto para la práctica de la psicoterapia y la formación de psicoterapeutas, siguiendo un enfoque de orientación existencial-humanista. Había comprobado que una parte de las personas que en Europa acudían a los centros de Psicología Humanista no lo hacían sólo para recibir una ayuda psicoterapéutica, sino también para encontrar una cosmovisión que les ayudase a encontrar sentido a sus vidas, una vez que se habían desvinculado de Iglesias cristianas, católica o evangélicas.

      Sobre cerca de cuatro mil personas que han pasado por nuestro instituto como pacientes o alumnos, o como colaboradores terapéuticos o didácticos, no han sobrepasado el 14% los que se consideran católicos. Si consideramos a cristianos desvinculados de toda Iglesia –católica o evangélica– el total sigue sin alcanzar el 25%. Un 50 % -es decir, unas dos mil personas– han sido, respecto a una fe religiosa, indiferentes, o agnósticos, o ateos, o lo que podemos llamar “indefinidos” es decir, personas que sin considerarse indiferentes respecto a esta importante cuestión, han ido aparcando ocuparse de ella. El 25% restante lo representaban teístas o panteístas sin vinculación a una religión concreta, algunos budistas e hinduistas y seguidores inconscientes de la New Age. En los últimos diez años el porcentaje de católicos ha disminuido al 10%.

      Todo este colectivo –excepto los colaboradores– ha desconocido el carácter de cristianos-católicos de las dos personas que dirigimos el instituto. Los terapeutas del equipo –sean ateos, agnósticos, cristianos, etc.– se abstienen como norma de dar a conocer su posición en cuanto a creencias –o increencias– religiosas, políticas, etc., puesto que su revelación perjudicaría, a veces, la buena relación que se tiene que dar en esta profesión, entre psicoterapeuta y paciente; y más siguiendo un enfoque existencial-humanista.


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