Encuentro del cristiano con el ateo o agnóstico. Ramon Rosal
o ex-profesor, como posible guía existencial (o espiritual), llega el momento de que éste pueda dar testimonio de su fe cristiana. En otros casos, podrá dar el testimonio de su ateísmo, o agnosticismo, o su vinculación a alguna fe religiosa no cristiana.
Durante estos años, a partir de nuestras relaciones interpersonales con colegas del equipo –y algunos ex-alumnos– se han producido nueve procesos de conversión a la fe cristiano-católica, desde una posición anterior atea, agnóstica o, quizás, indiferente. Concretamente han sido cinco psicólogas-psicoterapeutas, un médico, una filósofa (profesora de enseñanza media), una trabajadora social y una empresaria. Además se ha confirmado su posición de creyentes cristianas por parte de personas que se encontraban en una posición ambivalente, con un pie dentro y el otro fuera de la fe cristiana. Sobre esta experiencia he ofrecido información en el libro Cincuenta ateos y agnósticos convertidos al Cristianismo (2017).
2.2. ¿Qué principales prejuicios pude comprobar que
constituían un obstáculo en estas personas para
experimentar la fe?
Quizás habría que decir “generalizaciones” en vez de “prejuicios”, puesto que podemos considerar que son hechos reales en la vivencia de la fe de un porcentaje de cristianos y que pueden dar pie a que los observadores los conviertan en defectos esenciales de la fe cristiana. Entre ellos puedo señalar las suposiciones de que:
a) La fe cristiana es una mera herencia familiar o cultural, que mantienen de forma sumisa y un poco pueril las personas de mentalidad conservadora.
No constituye en general una auténtica experiencia personal, con clara repercusión en convicciones razonables, sentimientos y aspiraciones vividas como lo que es principal en la vida.
b) La fe religiosa es incompatible con la razón y la ciencia. La inteligencia queda inhibida en ella.
Lamentablemente, cristianos de nivel cultural superior (por ejemplo catedráticos de Universidad católicos) se encuentran frecuentemente incapaces de dar razones de su fe a sus colegas ateos que se las pidan. Su formación científica requeriría disponer de una cultura teológica suficiente que muchas veces está ausente. Su vivencia de la fe cristiana no ofrece señales de haber sido integrada en su inteligencia. Aunque también es cierto que a sus compañeros ateos les ocurre muchas veces lo mismo. Con frecuencia su ateísmo se limita a ser la consecuencia de una rebelión desde la adolescencia, respecto a la religiosidad de sus padres. En otros casos implica un estilo de personalidad conservadora que mantiene pasivamente el ateísmo que se les transmitió ya en la infancia. Otro tipo de ateísmo es consecuencia de una indigestión del nacional-catolicismo de los años del franquismo. Pero las razones inteligentes, con cierta base filosófica o científica escasean, o están ausentes. El origen de su posición se encuentra sólo, o casi sólo, en unas reacciones emocionales.
En cualquier caso, esta objeción sobre la irracionalidad de la fe religiosa, y la incompatibilidad entre la razón y la ciencia, ha disminuido mucho en la sociedad postmoderna, más bien despreocupada de la razón y muy centrada en la dimensión vivencial, en lo “experiencial” entendido como emocional.
c) No se acaba de comprobar suficientemente la verdadera capacidad humanizadora de la fe cristiana, su eficacia en la reforma de estructuras sociales, políticas y económicas, que impidan el crecimiento de la justicia social y la protección y defensa de de los derechos humanos.
En parte se debe a que muchos católicos no tienen el suficiente conocimiento sobre la historia de la Iglesia, para poder ofrecer información sobre las valiosas contribuciones que aportaron hermanos suyos en la fe –católicos o protestantes- tanto antes como después del Manifiesto Comunista de Karl Marx, para luchar contra las dolorosas injusticias sociales que se derivaron de la Revolución Industrial, producidas desde finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Con esta afirmación no pretendo idealizar la historia de la Iglesia, corresponsable de no pocas injusticias, cometidas en contradicción con el Evangelio. Pero es hora de saber difundir las actuaciones admirables de los cristianos. También es hora de responsabilizar a los católicos jóvenes y adultos a considerar como un capítulo esencial de su formación continuada el contenido principal de la Doctrina Social de la Iglesia. En especial lo ofrecido en los siguientes documentos del magisterio oficial: Encíclica Rerum Novarum, de León XIII, sobre la situación de los obreros (1891); Encíclica Quadragesimo anno, de Pío XI, sobre la restauración de orden social y su perfeccionamiento de conformidad con la ley evangélica (1931); Encíclica Mater et Magistra, de Juan XXIII, sobre el reciente desarrollo de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana (1961); Pacem in terris, de Juan XXIII, sobre la paz en los pueblos; Constitución pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, sobre la Iglesia en el mundo actual (1965); Encíclica Populorum progressio, de Pablo VI, sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos (1967); Carta apostólica Octogesima Adveniens, de Pablo VI (1971); Encíclica Laborem Exercens, de Juan Pablo II, sobre el trabajo humano (1981); Encíclica social Sollicitudo rei sociales, de Juan Pablo II, al cumplirse el vigésimo aniversario de la Populorum Progressio (1987); Encíclica social Centesimus annus, de Juan Pablo II, para conmemorar la encíclica Rerum Novarum de León XIII (1991); Encíclica Caritas in Veritate (2009) de Benedicto XVI; y Encíclica Laudato Si (2015) del Papa Francisco.
Veo también procedente destacar, entre los documentos de las Conferencias Episcopales que se han ocupado de la justicia social, los de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, en especial: la segunda, celebrada en Medellín, en 1968; la tercera celebrada en Puebla (México), en 1979; la cuarta celebrada en Santo Domingo, en 1992; y la quinta, celebrada en Aparecida (Sao Paulo), en 2007, en la que el cardenal Bergoglio, actual Papa Francisco, fue el coordinador principal en la redacción del documento. Los documentos surgidos de estas Conferencias pueden considerarse resituados dentro de la perspectiva teológica de la liberación:
En efecto, la tercera (Puebla, 1979) introdujo el tema de la Doctrina Social de la Iglesia dentro de la evangelización liberadora (Documento de Puebla, n. 472-479). Interpreta el significado histórico y teológico de la DSI como “el aporte de la Iglesia a la liberación y promoción humana” (n. 472), y le asigna como finalidad actual “la promoción de liberación integral de la persona humana, en su dimensión terrena y trascendente, contribuyendo así a la construcción del reino último y definitivo (n. 475). (Vidal, 1991, p. 176).
La exhortación de Pablo VI Evangelii Nuntiandi sustituyó oficialmente el término misión por evangelización. Al mismo tiempo se ensanchó este concepto, al incluir los latinoamericanos la lucha por la justicia, la promoción humana y la liberación, los africanos la inculturación y los orientales el diálogo interreligioso […]
La exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi de 1975 afirmó que “entre evangelización y promoción humana –desarrollo, liberación- existen efectivamente lazos muy fuertes” (EN 31). Al inaugurar la Conferencia de Puebla dijo Juan Pablo II –de acuerdo con este texto de Evangelii nuntiandi- que la “misión evangelizadora tiene como parte indispensable la acción por la justicia y las tareas de promoción del hombre, y que entre evangelización y promoción humana […] hay lazos muy fuertes de orden antropológico, teológico y de caridad”. En resumen, la lucha por la liberación es “parte integrante”, “parte indispensable” o “dimensión constitutiva” de la evangelización. Nuevamente volvió sobre este tema la XXXII Congregación General de los Jesuitas (1 de marzo de 1975), al aprobar un punto crucial que dice: “La evangelización no puede actualizarse sin promoción de la justicia. La acción para transformar las estructuras está estrechamente ligada a la obra de la evangelización (Floristán, 2005, p. 607).
d) La Iglesia católica tiene mucho dinero que utiliza para su propio provecho.
Esta afirmación fue uno de los argumentos que en nuestro país se escuchó con más frecuencia, por parte de los que quisieron que la Iglesia Católica española desapareciese. Pesa todavía mucho sobre la población la influencia de la campaña del comunismo en los años treinta, en tiempos de Stalin. Con esta campaña se aspiraba a erradicar el Cristianismo de nuestro país, asesinando a todos los sacerdotes, religiosos y laicos eclesialmente comprometidos, e incendiando templos y otros edificios religiosos. Respecto