Mis suspiros llevan tu nombre. C. Martínez Ubero

Mis suspiros llevan tu nombre - C. Martínez Ubero


Скачать книгу
para estar juntos, tú los estas echando a perder con tu intransigencia. ¡Déjanos en paz, ya estamos bastante creciditos para saber lo que queremos hacer, sin necesidad de que nadie nos diga lo que es mejor o peor para nosotros!

      Alex agarró mi mano e intentó que pasásemos hacia el interior de la casa, pero Raúl me amenazó:

      –¡Sisí, voy a llamar ahora mismo a papá y le voy a contar que te estás acostando con este tío!

      Me volví hacía él y le contesté:

      –¡Haz lo quieras! ¡Si quieres darle un mal rato llenándole la cabeza con esta tontería, hazlo! ¡Cómo si las preocupaciones que tiene ahora no fuesen ya bastante! Pero si vas a seguir adelante ten en cuenta una cosa, tú y yo terminamos aquí, vete olvidando que tienes una hermana. –Agarré con fuerza la mano de Alex y nada más dar un par de pasos separándome de Raúl me volví y le dije–: ¡Ahora nos vamos a comer, hemos estado toda la mañana juntos y no nos había dado tiempo aún!

      Me di la vuelta y continué andando de la mano de Alex con los ojos casi entornados y rezando para que Raúl no hiciese la tontería de llamar a mi padre.

      Al cabo de un instante escuché cómo el motor de la furgoneta se ponía en marcha, supuse que necesitaba algún tiempo para pensar que hacer, pero a mí me había chafado por completo aquel maravilloso día.

       Después de comer algo rápido Alex se despidió de mí con un beso, sin importarle que su hermano y mis amigas estuvieran delante y volvió a sus prácticas con el piano. El ambiente no era el más agradable, todos estábamos incómodos por la situación que se había creado entre mi hermano y yo, Miriam fue la primera en romper el hielo.

      –¡Jo, qué mal rollo! Con lo contentos que estábamos.

      La miré, mi humor no era el mejor en ese momento tampoco.

      –¡Yo no he tenido la culpa! Es que realmente no sé qué ve de malo mi hermano en Alex. No podía pedir alguien mejor para mí, ni siquiera cuando le conté lo que me había ocurrido con Carlos se lo tomó tan mal.

      Fran entró en la conversación:

      –Creo que yo he sido el culpable de todo esto.

      Las tres lo miramos.

      –Estoy tan enfadado con mi abuelo por culpa de la gira de Alejandro, que no he dejado de despotricar sobre él, tu hermano lleva estos tres meses escuchándome hablar mal sobre el mío, como si el pobre hubiese tenido otra opción que aceptar el destino que mi abuelo lleva trazando para él desde que murieron mis padres.

      Mónica le contestó rápidamente:

      –¡Eso es absurdo! En el tiempo en el que vivimos nadie obliga a nadie a hacer algo que no quiere, si tu hermano no quisiera hacer la gira, tu abuelo no podría obligarlo.

      Él la miró, dio un suspiro y le respondió:

      –Se nota que no conoces a mi abuelo, no lo consiguió con mi padre y se propuso no fracasar en este empeño con mi hermano, lo lleva obligando a tocar ocho horas diarias desde que tenía diez años. Alejandro es un hombre muy íntegro y se siente agradecido por criarnos a los dos, o por lo menos mi abuelo le ha hecho sentirse obligado a estarlo con él, es un manipulador. Ahora está organizando esta estúpida gira y tendremos que mudarnos a los Ángeles, le he pedido mil veces que me deje quedar en España, pero él se niega, por lo único que no le obligo a hacerlo es por no abandonar totalmente a mi hermano en sus manos –lo miraba algo sorprendida, siempre había pensado que Fran tenía un poco de envidia de su hermano, pero era al contrario, lo que realmente sentía era lástima por él, por la situación en la que se había visto envuelto a causa de la ambición y manipulación de su abuelo. Fran continuó hablándome–…Y tú hermano no te lo ha dicho, pero cuando le contaste lo que te ocurrió con aquel tío, le dio tal cantidad de golpes que no pudo asistir a clase durante una semana.

      Me quedé perpleja. ¡No me había dicho nada, me dijeron que se había caído “chuleando” con la moto! Miriam dio un grito que me sorprendió sacándome de golpe de mis pensamientos:

      –¡Vamos a olvidarnos ahora de esto! Tenemos que empezar a organizar vuestro cumpleaños, estamos a miércoles y es el sábado.

      –¡Lo que me faltaba, más jaleos!

      –Déjate de tonterías, no están ahora las cosas para fiestas.

      –Bueno hoy no, pero tu hermano va a entrar en razón seguro y si es verdad que vosotros os vais –dijo dirigiéndose a Fran–, la fiesta nos servirá también de despedida.

      Fran hizo un mohín con su boca y nos dijo:

      –No veo por qué no, déjame que yo hable con tu hermano y tú deberás hacerlo con el mío –me dijo a mí.

      –Fran, yo no tengo ganas de hacerle esa encerrona, él necesita tranquilidad, sabes lo que opina tu abuelo de todas estas cosas.

      –¿Sabes que mi hermano no ha tenido nunca ni un solo capricho en su vida por no disgustar al viejo? Ha hecho siempre su santa voluntad, ¡déjalo que intente vivir un poco, el año que le espera no se lo desearía ni a mi peor enemigo!

      –¡Bueno, se lo preguntaré, pero no creo que le haga ninguna gracia!

      Mis amigas sin atender a mi respuesta, empezaron a hacer planes de la que querían liar. Pegué un suspiro levantando mis manos hacia el cielo. ¡Nada, ni caso!

      Eran más de las ocho de la tarde cuando vi llegar a mi hermano, yo estaba sentada en una de las sillas del jardín intentando echar una ojeada a uno de mis libros. Él bajó del coche, me puse en pie esperando que viniese hacia mí, pero no lo hizo y lo llamé:

      –¡Raúl! ¡Raúl, por favor!

      Me miró, se quedó quieto, sabía que dudaba lo que hacer, entonces insistí:

      –¡Por favor, déjame explicarte! No quiero que estemos enfadados.

      Él jugaba con las llaves sin levantar la cabeza y con la voz bastante baja me contestó:

      –Yo tampoco quiero estar disgustado contigo, solo intentaba que no te hicieran daño.

      Yo corrí a abrazarlo, él había sido siempre mi héroe, mi compañero de juegos, mi confidente. De pequeña, cuando tenía pesadillas me metía en su cama y él me abrazaba con tanta fuerza que todos mis miedos desaparecían, estábamos conectados por algo más fuerte que el cariño.

      –Sé que me voy a sentir horrible cuando se vaya, pero Raúl, me he enamorado como una idiota de él, ¿cómo crees que me sentiría si ni siquiera intentara tener una relación, por muy corta que sepa que esta vaya a ser, solo por miedo a lo que me duela después? Debo intentarlo, pero por algún extraño motivo necesito saber que tengo tu aprobación, me he sentido tan mal intentando engañarte, sin poder contarte todo lo que me estaba pasando, sabes que nunca te he ocultado nada.

      Me abrazó con mucho cariño.

      –Por favor perdóname, he sido un entrometido, no debía haberme metido en tu vida del modo en el que lo he hecho, pero tienes razón y lo peor es que lo sabes, vas a pasarlo fatal cuando se vaya.

      Me agarré a su brazo y comenzamos andar hacia el interior de la casa.

      –Lo sé, pero ya nos preocuparemos de esa parte cuando ocurra, ¿de acuerdo?

      Él besó mi frente y cogió mi mano con fuerza.

      –Sabes que eres lo único que tengo en este mundo, aparte de papá, es como si sintiera la obligación continuamente de cuidarte y no me doy cuenta que tú ya sabes hacerlo solita.

      Sonreí al escucharlo.

      –¿Por eso vas pegando palizas a diestro y siniestro a mis conquistas? –Me miró algo sorprendido, haciendo un gesto con sus ojos preguntándome a qué me referiría. Yo le expliqué–: No te hagas el tonto, me he enterado que tu ex querido amigo Carlos no se cayó de la moto, sino que lo “tiraron”.

      Sonrió


Скачать книгу