Viaje al centro de ti - Los 12 mandamientos del siglo XXI. Luis Fernando arean Alvarez
iba a hacer ese día no era lo que me gustaría, decidí empezar a pensar cómo podría cambiar mi vida.
Me duché, tomé mi Chai tea latte y salí decidido a comenzar una transformación. ¿Cómo? Todavía no lo sabía, pero tenía claro que no quería vivir la vida que otros habían elegido para mí, ni tener una felicidad que no estaba en mis manos.
En El éxito y Cómo hacer posible lo imposible recomendaba que lo mejor para cambiar tu mundo es viajar. Uno de los motivos de esta recomendación es debido a que mi toque de varita tuvo lugar en un viaje inesperado.
Cada noche rezaba pidiendo respuestas, alguna señal que me indicase qué camino tomar. Y cada mañana la misma rutina, pero aquella madrugada algo había cambiado.
UN DÍA DISTINTO
Al mirarme al espejo pensé cuántas veces, durante ese camino, me había sentido absolutamente perdido, con la sensación de que no estaba cumpliendo el objetivo en mi vida, incluso planteándome si en realidad esta tenía alguno. Llegué a pensar que quizás el objetivo era precisamente ese, solo su búsqueda y nada más. Como ves, cuando estás desesperado, te das tú mismo respuestas para consolarte que jamás se te hubiesen ocurrido.
Si tu vida tiene un objetivo, ¿estás absolutamente seguro de que lo que estás haciendo te llevará a él? Es más, ¿no se te pasa mil veces por la cabeza que lo que estás haciendo no te está conduciendo a ningún sitio? A mí sí, más de una vez lo había pensado, pero estaba tan concentrado en lograr aquello que se suponía que tenía que conseguir que nunca me detuve a escuchar la respuesta. Nunca me paré a reflexionar si aquello era lo que yo en verdad quería hacer. Tan solo lo hacía y todos los que me rodeaban parecían estar orgullosos de mí. Por aquel entonces creía que eso era lo importante. Si los demás estaban contentos, yo también. Qué gran error. No pensaba que era al revés, ahora sé que
Si yo estoy feliz, todos a mi alrededor también lo estarán.
Uno de esos días en los que más dudas surgen es cuando tu mundo se desploma, tal y como me pasó a mí. Me di cuenta de que no era invencible, me sentí vacío, porque lo que me llenaba se había ido y desde ese vacío empecé a pensar para qué había hecho lo que había hecho y si realmente quería hacerlo. Comencé a perder la fe. Y fue entonces cuando me planteé si había merecido la pena tanto esfuerzo. Y después de semanas de desaliento, llegó el mayor bajón. Me seguí planteando muchas cosas y de nuevo las dudas inundaron tanto mi cabeza que me ahogaban.
Fue una mañana del mes de mayo cuando me levanté completamente sin fuerzas para poder seguir. Me rendí. Me rendí y miré al cielo entregándole mi esfuerzo, todo lo que tenía y lo que no tenía. Me rendí, algo que nunca pensé que admitiría, confesándome que ya no podía más. Y justo ese mismo día me llamó, ¿casualidad?, mi hermana Ana para comentarme que a su amiga Sara del colegio Logos le habían ofrecido un viaje a Israel, organizado por la Escuela Bíblica, con un grupo de cuarenta personas. Me dijo que ni ella ni Sara podían ir y me preguntó si me apetecía hacerlo a mí con mi hija.
Mi hija Daniela y yo empezamos por aquel entonces una tradición: dedicarnos quince días al año a realizar un viaje juntos. Hoy seguimos manteniendo esa costumbre y, estemos donde estemos cada uno, en cualquier parte del mundo, siempre nos dedicamos esas dos semanas para visitar solos algún lugar que ella escoge. Como ha estudiado Relaciones Internacionales, suele elegir países con sistemas políticos un tanto especiales para conocerlos más de cerca. Hemos compartido experiencias en Japón, India, Cuba, Kenia, Estados Unidos, Canadá…
La idea de irme en autobús por Israel con un par de curas y cuarenta «abueletes» —pensé que no habría muchos jóvenes— en junio, uno de los meses más calurosos en Israel, escuchando a diario los sermones de los curas no era exactamente lo que más me apetecía en aquel momento. No era el plan de mi vida y por supuesto, sin pensarlo, dije que no. ¡Por Dios!, qué pereza de viaje y qué poco atractivo. Pasaría de lo más glamuroso a lo más simple. En vez de animarme, me iba a hundir en un estado de ánimo peor.
Mientras tanto, como un zombi, asistía a reuniones donde intentaba conseguir el dinero que necesitaba o alguna salida que me devolviera de nuevo al mercado. Pero las reuniones, lejos de mejorar, empeoraban la situación cada vez más. No veía salida por ningún lado. ¿Sería mi final en esta profesión?
A lo largo de la semana siguiente, Sara siguió insistiendo a mi hermana para que me convenciera porque el viaje merecía la pena y todavía quedaban dos plazas. Ana me contó que varios miembros de la familia de su amiga lo habían hecho y me dio más detalles.
Me comentó que te mandaban un cancionero para cantar todos juntos en el autobús. Iban a hoteles de no mucha calidad porque había que apoyar a los palestinos cristianos, que son los dueños de esos hoteles, y no iban a los buenos de lujo que hay en Israel porque pertenecen a los judíos que están oprimiendo al pueblo palestino. Cuanto más me hablaba de ello, más seguro estaba de que había hecho muy bien diciendo que no.
LA PEOR REUNIÓN DE MI VIDA
Y mientras tanto yo continuaba peleando, sufriendo y, lo más importante, intentando que nadie notara que me había rendido. Si no hubiese sido por el Red Bull que me tomaba nada más llegar a la oficina cada día, no hubiera tenido ni siquiera fuerzas para mantenerme en pie.
Un día me citó mi abogado para hacerme un resumen de la situación de la empresa. Me dijo que por ser mi padre socio, todos los acreedores iban a ir detrás de él y que, además de perder mi casa, embargarían la de mis padres y las de mis hermanas.
El primer pensamiento que me vino es lo curiosa que es la vida, porque precisamente le había regalado un porcentaje de la compañía a mi padre en una situación muy particular. En mis comienzos, en un momento concreto, necesité cuatro mil euros que él me prestó. Y por ese préstamo le cedí el veinte por ciento de la empresa. Ahora ese regalo se había convertido en mi gravísimo problema porque iban a reclamarle a él todas mis deudas al aparecer como socio.
Tenía unos meses para conseguir dos millones de euros, resolver la situación y parar los embargos. Hoy sigue siendo mucho dinero, pero en 2004, con treinta años y en plena crisis nacional, obtenerlo me parecía imposible.
Por primera vez rompí a llorar delante de tres abogados que tenía enfrente. No podía más. Es la única vez en mi vida que pensé que a lo mejor morirse podía haber sido la mejor solución.
DESOLADO Y SIN GANAS DE NADA
Salí de aquella reunión sin ninguna esperanza, pues las exigencias que pedían hacían inviable conseguirlo, y me fui a mi oficina completamente desolado. La tengo a pocos minutos, en la plaza de Canalejas 6, nada más atravesar la Puerta del Sol.
Al entrar por la puerta vi a mi hermana hablando con una monja. Me quedé algo contrariado, pero tal y como iba la mañana ya nada me sorprendía mucho.
—Te iba a llamar ahora porque ha venido la hermana Mari Carmen —me dijo Ana—. Es la amiga de Sara de la Escuela Bíblica que te comenté. El viaje de Israel es la semana que viene. ¿Por qué no vais Daniela y tú?
Estaba tan desolado que aquella coincidencia me pareció de nuevo demasiada casualidad.
Las casualidades son los milagros que la gente no creyente no quiere ver.
Milagros que van sucediendo por la vida a lo largo de nuestro camino.
Cuando me confirmó que quedaban aún dos plazas libres, sentí que era una señal. Esta vez le dije que me lo pensaría. Entré a mi despacho y llamé a mi hija Daniela para contárselo. Me contestó que si yo decidía ir, ella me acompañaría.
Buscando más apoyos para animarme, salí y pregunté a mi hermana Ana.
—¿Te vienes y vamos los tres?
—Solo quedan dos plazas y no hay posibilidad de conseguir más en este viaje —contestó la hermana Mari