Escultura Barroca española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la sociedad del conocimiento. Antonio Rafael Fernández Paradas
propiamente un mueble, juega un importante papel en la decoración de los interiores y es soporte de una rica decoración tallada. Dada su funcionalidad, presenta una tipología muy variada, pues incluiría desde las sencillas puertas que cierran cualquier vano, ya sea ventana o puerta, a los grandes canceles que protegen del ruido exterior las puertas principales de los templos. La variedad de técnicas utilizadas es muy amplia y se pasa de sencillas puertas de paneles lisos, a aquellas realizadas por medio de casetones o peinazos, las más frecuentes, a las de rica talla sobrepuesta y las de paneles policromados. En muchas ocasiones, el portaje se hacía en consonancia con el mobiliario de la habitación al que iba destinada, creando interiores perfectamente armonizados como sacristías, salas de tacas, etc.
El tipo más común de puertas de interior es el que está decorado por sencillos casetones, que se irán complicando según el período. Estos suelen ser de distinto tamaño y forman en el centro registros cruciformes, que se enriquecen con fondos ocupados por menuda talla de motivos vegetales y ricos copetes, que incluso albergan pinturas como las puertas situadas a ambos lados del crucero de la iglesia de San Gil de Écija (Sevilla), donde el marco se abre en un esbelto copete que enmarcan sendas pinturas de Alejo Fernández sobre la vida de san Gil. Las puertas son obra de Juan Guerrero, quien en noviembre de 1770 daba recibo de 957 reales por el valor de las mismas[2]. (Fig. 1) Otras veces, los peinazos y molduras se distribuyen de forma más complicada, pero lo que realmente las diferencia es el marco que rodea la puerta, decorado con ricos copetes o “caprichos”. Lo más frecuente es que se abran en los ángulos en pequeñas orejetas que pueden ser cuadradas, triangulares, de oreja de cerdo, curvas o mixtilíneas. Es frecuente encontrar también batientes decorados con temas que recuerdan la labor de los yeseros, con temas clásicos, e incluso aquellas que organizan la decoración con temas estrellados entrelazados, que recuerdan los motivos de lacería de tradición mudéjar. Otro tipo es el de las puertas que presentan tableros tallados, donde predomina la rocalla como único motivo ornamental, denominándose en la época a la chinesca. Menos frecuentes son las puertas de paneles lisos policromados con temas figurativos, destinados frecuentemente a puertas de sagrario o al ámbito doméstico. Unas y otras enriquecen su decoración con temas de talla figurativos, como escudos o anagramas religiosos.
Fig. 1. Puerta. San Gil. Écija.
En el mismo apartado y con las mismas características ornamentales que el portaje, habría que incluir las puertas de las tacas, elemento imprescindible en algunas dependencias y capillas. En las Instrucciones, redactadas por Carlos Borromeo tras el Concilio de Trento[3], se presta especial atención a las tacas que debían colocarse en las capillas bautismales, donde además de la pila debía haber un armario para guardar el crisma o Santos Óleos. Sobre las mismas es frecuente que aparezca una inscripción en latín alusiva a su función (Sacrarium seupiscina y Olea Sacra). Las tacas aparecen también en las capillas sacramentales, por regla general más ricas, talladas y doradas, destinadas a guardar los vasos litúrgicos. También son frecuentes en las sacristías y en los vestuarios destinados a los beneficiados de las iglesias, así como en otras muchas dependencias.
Con la misma función de cerrar un vano se encuentran los canceles, concebidos a manera de contrapuerta, por regla general de tres frentes, dos laterales y uno central, cubiertos y adosados a las jambas de la puerta. Sirven para establecer un ámbito de transición entre exterior e interior y su misión es la de aislar el templo de las inclemencias del tiempo y de los ruidos callejeros. Su estructura es muy variada y en muchas ocasiones se asemejan a las grandes obras arquitectónicas, pudiendo presentar plantas muy variadas, rectangulares, trapezoidales, semicirculares —cubriéndose a veces con soluciones cupuliformes—, e incluso planos, a modo de grandes fachadas de madera. Las más frecuentes son las rectangulares y trapezoidales, mientras que las planas suelen ser más tardías en el tiempo. En unos y en otros, el frontal del cancel aparece dividido en dos hojas donde, a veces, en el tercio superior, se abren unos vanos cerrados por vidrieras. Por lo común, estas quedan siempre cerradas a excepción de celebrarse en el templo grandes manifestaciones o para sacar los pasos procesionales de Semana Santa, mientras que el acceso cotidiano se hace a través de unas puertas batientes, localizadas en los laterales.
Por su función de separar y conformar espacios cabría incluir también las rejas que, al igual que las barandas, es frecuente que se construyan en hierro o bronce. Sin embargo, en algunas ocasiones se realizan en madera, principalmente aquellas destinadas a cerrar el coro. Dentro de este apartado abría que citar también las rejas reglares de los conventos femeninos si bien, en la mayoría de los casos, se limitan a un marco de madera sencillamente decorado.
Otro mueble que comienza a tener una presencia importante en los templos a principios del siglo XVII es el armario-archivo, con la creación de una dependencia parroquial destinada ex profeso para su colocación. Fue en el Concilio de Trento cuando se ordenó a los párrocos la confección y custodia de los libros de registro bautismales, de defunciones y matrimoniales, que de hecho fueron en España y en los demás países católicos de Europa el único registro hasta la organización del registro civil en el siglo XIX. La estancia destinada a tal fin, además del armario propiamente dicho, se completaba con una mesa o bufete, un sillón, alguna taca y, en ocasiones, un banco corrido de fábrica adosado a la pared. Estructuralmente, estos muebles responden a modelos civiles y lo que cambia es su función, la de custodiar en ellos la documentación que se genera en el templo. Así aparecen divididos con puertas, destinadas a albergar los distintos libros parroquiales. Este tipo de muebles aparece también en las comunidades religiosas, normalmente de menor tamaño pero con la misma función, si bien en vez de los libros parroquiales se guardan los que emanan de la comunidad.
Estos muebles pueden ser exentos o empotrados pero, por regla general, responden a un mismo esquema, basado en su funcionalidad de estructura rectangular, donde se abren diferentes puertas. La decoración va a ir evolucionando a una mayor carga decorativa. A mediados del siglo XVIII van a alcanzar mayores proporciones y la decoración se va a hacer más abundante. Los más sencillos son aquellos que decoran sus puertas con motivos geométricos de casetones, que recuerdan las labores de lacería, mientras otros presentan los fondos tallados con temas florales. Lo más sobresaliente son los remates, en forma de crestería y con copetes en la parte central para albergar el anagrama del templo o alguna imagen devocional.
Entre el mobiliario religioso que ha experimentado más deterioro es aquel que ha perdido su funcionalidad, como es el caso de las sillerías de coro, consideradas las estructuras más importantes dentro del mobiliario religioso, dadas sus proporciones y valor artístico. En muchas ocasiones, han sufrido lamentables alteraciones, cuando no han sido definitivamente erradicadas de los templos. En el Barroco, los artistas creadores de estas obras fueron tanto escultores de gran renombre como entalladores, ensambladores y carpinteros de lo primo, quienes continuaron con el modelo de sillería trazada por Juan de Herrera para El Escorial.
La sillería coral hay que considerarla una evolución del banco y su razón de ser estriba en la necesidad de resaltar y separar del resto de los fieles a los canónigos, beneficiados, prebendados o frailes, acotando en el templo el espacio destinado a los rezos y los cantos del estamento clerical. La estructura de las sillerías se mantiene prácticamente constante, sin sufrir apenas variaciones a lo largo de los siglos. La planta, normalmente es rectangular, con tres frentes ocupados por sillas que forman una U, cerrándose el cuarto lado mediante una reja. Lo que sí varía es su ubicación en el templo, existiendo tres localizaciones básicas: el presbiterio, la nave central en su intersección con el crucero y la zona de los pies de la iglesia. En España, el lugar preferente para su instalación es el centro de la nave mayor —con un frente abierto hacia el altar—, aunque en los edificios monásticos también pueden ocupar la tribuna o coro alto y, en ocasiones, el presbiterio.
Lo habitual es que las sillerías tengan dos órdenes de asientos, siendo el segundo más elevado y, por tanto, reservado para los más altos dignatarios. No obstante, en pequeñas iglesias y monasterios es frecuente encontrarlas de un solo orden de asientos. Ya sean de dos órdenes o de uno solo, en el centro se coloca la silla episcopal, prioral o presidencial, a veces independiente y con dosel. Los asientos son abatibles y tienen en la parte posterior