Daguerrotipos. Juan Carlos Núñez Bustillos
común denominador entre todo este material de entrevistas es el lugar en donde fueron realizadas: la ciudad de Guadalajara.
En las siguientes páginas el lector conocerá y reconocerá a personajes de la vida cultural del país y en algunos casos a extranjeros que visitaron tierras tapatías y dejaron su impronta.
El resultado es este libro con treinta encuentros significativos en torno a la palabra. Asumo, por supuesto, mi mediación, es decir, la contravención consciente de la objetividad casi fría que exige el periodismo para, en cambio, explícitamente aceptar mi participación, mi propio mirar empático no exento de emociones en torno a estos encuentros. Así, ¿en qué género podemos consignar este volumen? Periodismo cultural, sin duda; pero tocando el registro autobiográfico como parte de una trayectoria profesional y, eventualmente, los tintes humanistas y reflexivos a los que la palabra intercambiada en estos encuentros nos conduce. Creo que tomaré prestado el concepto acuñado por mi querido maestro Juan José Arreola, y alterándolo un poco diré que estos textos son “invención varia”, solamente.
Sólo me resta esperar a que el lector acepte encontrarse, efectivamente, con cada uno de nuestros personajes y conversar con ellos a través de este libro. Seguramente ellos le dirán, en algunos casos más de lo que yo he logrado consignar, es decir, aquello que entre palabras salta como gazapo, y entre renglones se cuela como rocío matinal: un cachito del espíritu de cada uno de los entrevistados.
Mi agradecimiento a todos aquellos que en mi trabajo de comunicadora me han distinguido con el regalo de su palabra, de su amistad, de su confianza y de su testimonio que ahora comparto con el lector.
Mi agradecimiento a todos aquellos que apoyaron este proyecto, tanto durante las entrevistas a lo largo de estos años como en la difícil empresa de capturar al vuelo la palabra oral y llevarla al papel.
Mi agradecimiento también a Ignacio Bonilla, presidente del Seminario de Cultura capítulo Guadalajara, cuya labor inteligente y generosa al frente de esta institución ha permitido a muchos de nosotros, los miembros del Seminario, realizar y compartir nuestros proyectos.
Y agradezco de manera especial la invaluable colaboración de mi compañero de vida, Pancho Madrigal, su acompañamiento agudo y exigente, pero también amoroso, en la revisión y acotación de textos, paso a paso, a lo largo del camino andado hasta llegar a la conclusión de este trabajo.
Ahora sólo falta el encuentro con usted... para que la experiencia sea completa.
ALICIA ALONSO
Nunca dejaré la danza... tengo tanto aún por realizar, que no me alcanzaría la vida.
Entrevista realizada el 20 de mayo de 1991 en el Teatro Degollado en la ciudad de Guadalajara.
Entrevisté a Alicia Alonso en el camerino principal del teatro Degollado el 20 de mayo de 1991. Ella tenía en ese entonces poco más de setenta años de edad. La figura más admirada del mundo del ballet contemporáneo en ese momento, prima ballerina assoluta, coreógrafa y creadora de un movimiento artístico, de un estilo balletístico para Latinoamérica, actuaba en Guadalajara y habíamos acudido a verla prácticamente todos los del gremio de la danza en nuestra ciudad.
Tantos años seguí de cerca su trayectoria en el ballet, su ideología comprometida y valiente, su perfil tan nuestro, tan latino, que en ese momento, al estar frente a ella, temí romper la magia con una inútil pregunta, pues jamás —yo lo sabía bien— tendría la medida para interrogar a un espíritu grande como el de la Alonso. Sin embargo, su amabilidad y actitud generosa me animó, y fue así como tuve la oportunidad de conversar unos momentos con ella en el intermedio de la función del Ballet de Cuba, esa noche, en el teatro Degollado.
Ella había bailado ya en la primera parte de la presentación de ese día, interpretando, en una espléndida coreografía clásica, al personaje de la reina Dido del relato de la Eneida, de Virgilio. Ahí estaba ella, en medio del escenario —la acababa yo de ver— como una llamarada roja y poderosa, con esa fuerza suya, extraordinaria, alimentada por la evocación del mito de la despechada reina de Cartago que habría de inmolarse en la pira funeraria, después de clavarse en el pecho la espada de Eneas. Aún vistiendo el corto traje de ligeros velos rojos, Alicia descansaba ahora, sentada frente al espejo en su camerino. Volvería a salir hasta el final del programa, en un cierre espectacular, con una coreografía neoclásica llamada Diva, dedicada a María Callas (in memoriam). Así que yo debía aprovechar ese corto tiempo del que disponía para intentar conversar con ella sin abrumarla demasiado.
Alicia Alonso había aceptado la entrevista cuando supo, por su asistente personal con quien yo había hablado previamente, que además de periodista yo formaba parte del Ballet de Bellas Artes de Jalisco, y que conocía y admiraba toda su trayectoria. ¡Cómo iba a negarme unos minutos de conversación!
Cuando ingresé a su camerino, ella se retocaba el maquillaje, dejando caer el polvo en golpecitos de esponja sobre su rostro frente al espejo, y me miró a través de él, clavando sus ojos, acentuados por el negro del delineador, en el agua–plata del espejo.
“Sigue siendo hermosa a pesar de su avanzada edad”, pensé, admirándola. Pero, ahora que lo reflexiono, más que hermosa, Alicia Alonso es y será siempre una presencia que rebasa lo puramente corpóreo. Su espíritu sobrepasa su menuda figura y le brota con vigor por los ojos.
Ella continuó maquillándose —noté que lo hacía casi mecánicamente, sin fijar demasiado la mirada— levantando la ceja derecha y acomodándose el turbante que le ocultaba todo el cabello, dejando su frente amplia al descubierto —la frente despejada es elemental en la presentación de una bailarina de ballet clásico. Sobre el tocador del camerino había todo tipo de afeites de teatro, y a un lado, en lo alto, colgando de un gancho de madera, sus zapatillas de ballet, las que se había retirado para relajar por unos momentos sus pies desnudos y recios, como garras de pájaro.
Estar frente a aquella mujer, menuda y frágil, y al mismo tiempo enérgica y fuerte, deja sin palabras a cualquiera, y yo no fui la excepción en los primeros momentos de la entrevista. Debía aprovechar el escaso tiempo que ella me había concedido y así lo hice. Empezamos a conversar.
Ella, antes de hablar sobre sí misma, se refirió al movimiento de la danza en Jalisco en estos términos: “Veo que aquí, en Guadalajara, se está desarrollando mucho movimiento en el ballet, y que se ha despertado un gran gusto por este arte. Nosotros estamos mandando profesores de Cuba para que junto con los profesores de aquí, podamos estar más unidos que nunca”. Luego me habló de su largo nombre de pila: Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del Hoyo, que ella abrevió, sencillamente, por Alicia Alonso, al casarse, a los quince años, con Fernando Alonso.
Me contó que nació en La Habana, Cuba, el 21 de diciembre de 1920, de padres españoles. Me narró también cómo desde pequeña se inició en la danza, y me habló de su debut en el teatro de La Habana; de su compromiso con la revolución; de su fe en el pueblo cubano, y de sus ideales. Recordó también la fundación de la Compañía de Ballet Clásico de Cuba, al frente de la cual se encuentra desde 1959, y de cómo fue surgiendo la escuela de ballet cubano, más allá del patrón europeo, creando una nueva técnica.
Me sorprendió la claridad de su palabra y su capacidad de síntesis, aprovechando con habilidad los escasos minutos con los que contábamos. Seguramente habría repetido tantas veces esas respuestas en diversas entrevistas a lo largo de su vida. Sin embargo, lo hacía con naturalidad, como si la entrevistaran por primera vez.
Me contó, emocionada, sobre la reciente coreografía Poema del amor y del mar, de Alberto Méndez, que interpretó en España al lado del bailarín ruso Rudolph Nureyev, “apenas el año pasado” (Palacio de la Misericordia de Palma de Mallorca, el 31 de julio de 1990), dijo, en la que participó también la soprano Victoria de los Ángeles. (Me quedé sin aliento al imaginar el privilegio de contemplar