Autonomía y dependencia académica. Fernanda Beigel
dominante que había tenido en la universidad “tradicional”. Las ciencias económicas desplazaban al derecho en un doble sentido: tanto en el volumen de la matrícula como en la función social que se preveía para los egresados. Entre las carreras que mayor crecimiento experimentaron se encontraba Educación, que fue favorecida por la feminización. En varios países de la región se fundaron escuelas de sociología, ciencia política, psicología social, antropología, trabajo social y periodismo. La aparición de nuevas carreras de ciencias sociales también se extendió a las universidades católicas, que hicieron una fuerte apuesta por las áreas de educación, psicología y sociología.[5]
Las primeras diplomaturas para graduados en ciencias sociales abrieron un incipiente flujo regional alternativo. Al comienzo, estas escuelas para graduados suplían las deficiencias de formación de aquellos países en los que había ausencia de escuelas de grado, y luego se consolidaron como carreras de un nivel diferenciado de Maestría. Como resultado de esta vertiginosa expansión, al final de la década de 1960 existía una enorme variedad de marcos reglamentarios y con el rótulo de “educación superior” se incluía estudios universitarios y no universitarios, estudios de pregrado y de posgrado (UNESCO-PNUD, 1981: VIII-3).
El crecimiento y la diversificación del sistema acompañaba, desordenadamente, el aumento geométrico de la tasa bruta de escolarización universitaria.[6] Argentina inició el período con una TBEU más bien alta (5.2 en 1950) y llegó a una tasa de 21,2, en 1979. Brasil y Venezuela tuvieron el mayor ascenso absoluto de la TBEU: el primero aumentó en este período de 1 a 16,8 y el segundo de 1,7 a 23,4 Si bien en todos los países se produjo un importante crecimiento, México y Chile registran un rango medio de ascenso de la TBEU: entre 1950 y 1980, aumentaron desde 1,5-1,7 a 11,8-11,4 (UNESCO-PNUD, 1981: VIII-12).
Un capítulo significativo para comprender este proceso de institucionalización lo constituye la creación de centros regionales de investigación económico-social o enseñanza de las ciencias sociales que surgieron con el patrocinio de diferentes agencias de ayuda externa, entre 1945 y 1970, y alcanzaron distintos niveles de desarrollo y prestigio académico. Algunos nacieron bajo el patrocinio de organismos dependientes de las Naciones Unidas, otros con el auspicio de la Organización de Estados Americanos o con el respaldo de agencias gubernamentales de cooperación (principalmente de Estados Unidos) y finalmente otro conjunto de centros fueron sostenidos por la Iglesia Católica. Buena parte de ellos se instalaron en Chile, en gran medida, como resultado de la existencia allí de la CEPAL.[7] Además de las oficinas regionales de UNESCO y FAO, otros centros se instalaron en esta ciudad: el Instituto Interamericano de Estadística; el Centro Interamericano de Enseñanza de Estadística Económica y Financiera, CIEEF (1952); la Escuela de Estudios Latinoamericanos ESCOLATINA (1956), la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO (1957); el Centro Latinoamericano de Demografía, CELADE (1957), el Centro de Desarrollo Social para América Latina, DESAL (1960), el Instituto Coordinador de Investigaciones sobre la Reforma Agraria, ICIRA (1962), El Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social, ILPES (1962) y el Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales, ILADES (1965). La creación de la FLACSO y su instalación en Chile fue el resultado, por una parte, de la proactividad diplomática chilena para atraer los fondos de ayuda existentes en la UNESCO y por la otra, de las nuevas elites universitarias que se articularon para conducir el proceso. El Estado chileno no sólo aportó la infraestructura y algunos docentes, sino que financió en gran parte el funcionamiento de este centro, alcanzando niveles superiores al aporte de la UNESCO durante buena parte del período de patrocinio (Beigel, 2009b: 327).
En 1967 surgió un organismo regional de las ciencias sociales que entraría en franca competencia con FLACSO, cuando emprendió acciones conducentes a crear un programa regional de posgrado con sedes en varias ciudades. Nos referimos al Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), creado en 1967, y arraigado en Buenos Aires. Este proyecto ponía en duda el carácter regional de FLACSO, y disputaba la acumulación de capital académico concentrado hasta el momento en la única sede de Santiago. Por tratarse de un organismo regional, la FLACSO recibía alumnos y expertos de todo el continente y se vinculaba con los centros nacionales miembros de CLACSO mediante la contratación de profesores, el reclutamiento de sus alumnos y las actividades de colaboración e intercambio. Estaba fuertemente arraigada al suelo chileno, pero no podía equipararse con los centros nacionales, sencillamente porque era un organismo intergubernamental.
Las disputas no se hicieron esperar. En 1968, FLACSO fue admitida en CLACSO sólo como “centro miembro honorario”, argumentándose que “no cumplía los requisitos de autonomía institucional” establecidos por el estatuto. La FLACSO estaba en pleno proceso de separación de la UNESCO pero no estaba aún consumada. Sin embargo, parece evidente que esa autonomía era interpretada como autonomía “nacional”, pues una vez que la FLACSO dejó de depender del programa de ayuda de UNESCO (1969) tampoco fue admitida inmediatamente. Un seguimiento detenido de las memorias de ambas instituciones entre 1968 y 1971 muestran que la disputa FLACSO-CLACSO evidenciaba otro trasfondo: la competencia regional por la captación de recursos externos (Beigel, 2009b: 343).[8]
El papel de Chile y la fugaz consagración de las ciencias sociales latinoamericanas
Mientras se fortalecía el papel de Chile como espacio de internacionalización y destino de cientistas sociales de todo el mundo, un conjunto de fuerzas centrífugas modificaban el escenario internacional y nuevas tendencias sacudían el corazón mismo de las elites intelectuales y políticas que venían conduciendo el proceso desde Santiago. El asesinato de Kennedy, el cierre del Concilio Vaticano II, el Mayo Francés, la Primavera de Praga y la Guerra de Vietnam terminaron afectando directamente los frágiles equilibrios que se habían construido en la región desde la segunda postguerra. El triunfo del candidato demócrata cristiano en las elecciones de 1964 y el golpe de Estado producido en Brasil, parecían consolidar el liderazgo de este país austral como plataforma de regionalización, pero las circunstancias internacionales y el cambio en el escenario político nacional hicieron que virara de sentido. De ser un foco de irradiación de la Alianza para el Progreso y el principal ejecutor de las reformas sociales promocionadas tanto por la Iglesia Católica como por el gobierno de Estados Unidos, Chile pasó a ser el estandarte del socialismo democrático y líder del tercermundismo. Se convirtió en un escenario principal para la radicalización de católicos y socialistas en un proceso que desembocó en el triunfo de Salvador Allende en las elecciones presidenciales de 1970.
Los cientistas sociales de distintas nacionalidades que trabajaron en Chile en esta etapa, regresaron a sus países con condiciones favorables para la inserción en las universidades y los centros de investigación. Las titulaciones de posgrado adquiridas en Santiago; el prestigio logrado en los eventos académicos; la presencia en el curriculum de posiciones ocupadas en las universidades chilenas o los centros regionales dependientes de organismos internacionales; la edición de obras producidas en Chile, así como otras fuentes de capital académico-militante fueron valorizados al compás de la radicalización política y sirvieron como credenciales de peso en las disputas de los campos académicos nacionales. Todo esto favoreció la consagración regional de una nueva generación de cientistas sociales y aumentó la circulación de los conocimientos sociales en revistas y libros. Así, entre 1960 y 1973, el circuito académico regional vivió un período excepcional de productividad, en el que surgieron teorías y conceptos que contribuyeron a la consolidación de tradiciones sociológicas propiamente latinoamericanas.
El ambiente internacional convulsionado contribuyó ciertamente en el interés por la producción intelectual de nuestra región y ofreció un contexto favorable para la circulación del pensamiento latinoamericano dentro del tercer mundo. El flamante circuito académico regional que venía creciendo desde Buenos Aires, Santiago, México DF y São Paulo salió a competir internacionalmente en dos terrenos: los Estudios Latinoamericanos y los Estudios del Desarrollo (Development Studies). El primero lo disputó intensamente.