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nutría del escándalo del Proyecto Camelot como veremos más adelante y también de los fracasos de la Alianza para el Progreso. En el segundo campo intervino con el enfoque de la dependencia, proponiendo una perspectiva radical en un ámbito encabezado hasta entonces por las academias anglosajonas. Sin embargo, esta competencia fue fugaz y los éxitos fueron fragmentarios: una mínima porción de los escritos de los dependentistas se tradujeron al inglés y esta teoría padeció, como veremos en el capítulo 6, una campaña de desprestigio ciertamente mayor que la consagración individual alcanzada por algunos de sus exponentes. En definitiva, los conocimientos sociales desarrollados durante este período tuvieron una circulación restringida y concentrada en la región, una recepción selectiva en el mundo anglosajón y un espacio subordinado dentro de las jerarquías del sistema académico mundial.
Cuando se produjo el golpe de Estado en 1973, el eje del circuito se desplazó a México, junto con una buena parte de los cientistas sudamericanos que habían residido en Chile, que se radicaron en el país azteca, en la segunda ola de exilio de académicos de la región. En la tercera parte de este libro veremos que con las dictaduras del Cono Sur se desató un proceso de segmentación cada vez mayor de las universidades, con la creación de circuitos de prestigio cada vez más estamentados y aislados entre sí. En algunos casos, como en Chile y Argentina, se ejecutó una política deliberada de “desinstitucionalización” de las ciencias sociales, cuyas repercusiones siguen haciéndose visibles en el presente.
[1]. Este peso se modificó paulatinamente con el ingreso de los países descolonizados: para fines de la década de 1950, sobre un total de 71 Estados miembros, las delegaciones latinoamericanas sumaban 19. Esta proporción siguió disminuyendo cuando la Organización alcanzó los 119 miembros, en 1970.
[2]. La UNESCO modificó, paulatinamente, su clasificación de las áreas de conocimiento. Según el Informe IESALC-UNESCO (2006), se reconocen actualmente 8 áreas del conocimiento: Humanidades y Artes; Educación; Ciencias Sociales, empresariales y jurídicas; Ingeniería industria y construcción; Ciencias (Naturales); Salud y bienestar social (Ciencias Médicas); Servicios; y Agricultura. En las universidades latinoamericanas, estas áreas fueron diferenciándose según las experiencias de institucionalización. En las universidades nacionales argentinas, por ejemplo, ha sido una tendencia relativamente general la separación progresiva en cuatro áreas del conocimiento de lo social: a) Derecho, b) Filosofìa, Letras y Humanidades, c) Ciencias Sociales y d) Ciencias Económicas. En Brasil, en cambio, existen dos grandes áreas para reunir estas disciplinas, las ciencias humanas y las ciencias sociales aplicadas.
[3]. El número doble de Social Science Information, publicado por SAGE en 2005, expresa los resultados de un trabajo reflexión y colaboración entre diferentes investigadores latinoamericanos y europeos, coordinado por Hélgio Trindade, que se desarrolló en la EHESS-MSH de Paris. Representa un muestrario del nivel de desarrollo alcanzado por los estudios de historia de las ciencias sociales en la región y un importante nivel de acuerdos acerca de los procesos de institucionalización de estas disciplinas durante el siglo XX (Trindade, 2005c).
[4]. Los autores distinguen como cuarta vía a los estudios de investigadores independientes, que escribieron informes sociales o antropológicos a partir de estudios de caso. Dado que buena parte de estos investigadores sirvieron en oficinas públicas y que muchos publicaron sus hallazgos en el periodismo parece más conveniente separar estos antecedentes según el ámbito de su producción.
[5]. El primer pico de creación de universidades católicas fue en 1960 y el segundo en la década de 1980. El último impulso, a mediados de la década de 1990, contribuyó significativamente en la consolidación de un modelo dual –público/privado– de educación superior en la región (Zapiola, 2006).
[6]. Entre 1950 y 1970 la TBEU a nivel regional creció de 1,9 a 6,9. La feminización de la matrícula tiene un alto impacto en el proceso. Informe PNUD-UNESCO, 1981, vol. 3, p. VIII-7.
[7]. En su primera asamblea, la CEPAL había acordado que su sede sería, asimismo, la sede de las agencias de la organización.
[8]. Finalmente, en 1971, la FLACSO fue aceptada como miembro ordinario y pleno del CLACSO, pero la tensión entre un centro nacional y un organismo regional no tardaría en estallar junto con todo el campo académico chileno, cuando sobrevino el golpe militar, en septiembre de 1973.
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