Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos. Enrique Villarreal Aguilar

Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos - Enrique Villarreal Aguilar


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las conversaciones de los padres una justificación que todos comentan para deslindar su responsabilidad como tales, señalando: “Cometí este y aquel error, ¿por qué nadie me enseñó a ser padre o madre?, ¿no existe una escuela para padres?”

      Mientras, ya le fastidiaron la vida a sus hijos. En Derecho existe una máxima que señala: la ignorancia no exime de responsabilidad.

      De alguna manera, nosotros somos los responsables de la educación de nuestros hijos; somos los garantes de su futuro y el aval de su porvenir. Cuando nos casamos pensamos en lo que vamos a hacer como pareja; pero casi nunca pensamos en los que vamos a hacer como familia. Una vez que nazcan nuestros hijos, ¿cómo los vamos a educar?, ¿cuáles son las reglas que vamos a tener en el hogar?

      Mis padres, como muchos de nuestros padres, fueron intolerantes ante nuestros caprichos y la educación que nos proporcionaron fue demasiado estricta. Sin embargo, a pesar de sus restricciones, salimos adelante y fuimos felices. Sin querer, nos volvimos audaces y esa audacia de algún modo se ha perdido con la juventud de ahora y ha cambiado en forma de agresión.

      Los menos quieren educar a sus hijos como los educaron sus padres, volviéndose autoritarios e intransigentes; otros quieren cambiar drásticamente la forma en que los educaron y darles a sus hijos todo los que ellos no tuvieron, volviéndose permisivos y tolerantes. Lo peor es que mientras el autoritarismo asfixia, el permisivismo liquida. Eso en el mejor de los casos, cuando los padres piensan en sus hijos, porque otros ni siquiera piensan en ellos, simplemente se vuelven proveedores materiales y creen que con eso ya cumplieron.

      En una conferencia que impartí hace algunos años sobre superación y escuela para padres, un destacado autor de libros de historia vociferó ante unos quinientos espectadores:

      ––A mí no me sirven de nada las conferencias de escuela para padres, son obvias.

      Y le pregunté, interrumpiendo mi conferencia: ––¿Le parece obvio el tema?

      Me contesto:

      ––¡Sí, por supuesto!

      Le volví a preguntar:

      ––¿Eres casado?

      Me contestó que no.

      ––¿Cuántas veces te has casado? Tres, fue su respuesta.

      ––¿Tienes hijos?

      Contestó que una niña.

      ––¿Es feliz? ––volví a preguntar.

      Y su respuesta fue:

      ––¡Qué te interesa!

      Volví a preguntar,:

      ––¿Es feliz?

      ––No sé ––respondió.

      Y le contesté:

      ––Precisamente para eso sirven estas conferencias, para que no existan padres como usted, ya que nuestro principal interés es que nuestros hijos sean felices.

      Se puso de pie y se fue entre el aplauso de la multitud.

      Muchos creemos que con ofrecerles cosas materiales a nuestros hijos ya cumplimos como padres, ya que les estamos dando todo lo que nosotros no tuvimos, cuando lo que ellos piden a gritos es nuestro amor, que los escuchemos y que los entendamos. El dinero pasa a un segundo término.

      Cuando el dinero ya cumplió su cometido, el amor grita, desesperado: “te necesito”. Todo hombre sabio ama a su familia.

      Escúchenlo una vez más, papás que sólo proporcionan dinero en el hogar:

      “Cuando el dinero ya cumplió su cometido, el amor grita desesperado, te necesito. Todo hombre sabio, ama a su familia”.

      Estimados padres: nos pasamos toda la vida tratando de que nuestros hijos sean felices; trabajamos día y noche para que no falte nada en nuestra casa, pero nos olvidamos de lo más importante: nuestros hijos.

      Sócrates decía al respecto: “Si yo pudiera escalar al lugar más alto de Atenas, proclamaría con mi voz: ‘Ciudadanos, ¿por qué trabajan tanto para buscar riqueza y toman tan poco tiempo con los niños, quienes un día lo heredarán todo?’”.

      Ésta es una de las grandes contradicciones en la vida: trabajamos para nuestros hijos pero no les damos lo más importante: nuestra presencia y atención, que es lo primero que reclaman.

      Damos tiempo de cantidad, pero no tiempo de calidad. Rara vez comemos con nuestros hijos y casi nunca los escuchamos. A veces platicamos con ellos en la comida o algún fin de semana con toda la familia, pero casi nunca salimos con ellos y les dedicamos tiempo.

      Dale Carnegie señala: “Cada semana debemos dedicarle tiempo a cada uno de los miembros de la familia, donde se haga lo que ellos quieran, no lo que quieran los demás. Así que un día del fin de semana es el de alguno de la familia y él decide lo que vamos a hacer todos en ese día, pero también hay que brindarle su espacio a cada uno de nuestros hijos y pareja, donde nos cuenten sus sueños, sus pretensiones, sus anhelos para poderlos guiar y enseñarles el camino”.

      Eso es lo primero que debemos de entender los padres; somos guías de nuestros hijos, no son de nuestra propiedad, nos los han prestado para después dejarlos ir.

      Un hermoso proverbio hindú señala: “A los hijos les dejamos dos cosas: raíces y alas”.

      Las raíces son los principios bajo los cuales van a regir su vida, las alas las tendrán para volar e irse de la casa para formar su propia vida.

      Cuántos errores hemos cometido porque no nos enseñaron a ser padres.

      Éste es el momento de establecer un parte aguas en nuestra vida y pensar cómo vamos a educar a nuestros hijos. ¿Cuánto tiempo de calidad les vamos a dedicar?

      ––Papi, ¿cuánto ganas por hora? ––con voz tímida y ojos de admiración un pequeño recibía así a su padre al término de su trabajo.

      El padre dirigió un gesto severo al niño y repuso: ––Mira hijo, esa información ni tu madre la conoce. No me molestes, estoy cansado.

      ––Pero, papá ––insistía el pequeño––, dime por favor cuánto ganas por hora.

      La reacción fue menos severa; el padre sólo contestó:

      ––Ochocientos pesos por hora.

      ––Papi, ¿me podrías prestar cuatrocientos pesos? ––preguntó el pequeño.

      El padre, muy enojado y tratando con brusquedad al hijo, le dijo:

      ––Así que esa es la razón de tus preguntas. Vete a dormir y no me molestes, muchacho aprovechado.

      Cayó la noche. El padre meditó sobre lo sucedido y se sentía culpable. ¡Tal vez su hijo necesitaba algo! Como quería descargar su conciencia, se asomó al cuarto del niño. Con voz baja, preguntó:

      ––¿Duermes, hijo?

      ––Dime, papá ––respondió el niño.

      ––Aquí tienes el dinero que me pediste ––respondió el padre.

      ––Gracias, papá ––contestó el pequeño mientras metía su manita bajo la almohada, extrajo unos billetes y dijo: ––Ahora ya completé, papi, ¡tengo ochocientos pesos!

      ¿Me podrías vender una hora de tu tiempo?

      Estimados padres, ¿cuánto tiempo le vamos a dedicar a nuestros hijos? A escucharlos, a entenderlos, a quererlos. No se requieren muchas horas (tiempo de cantidad) en la que estén encerrados en una habitación poniéndose jetas, sino unas cuantas horas para platicar de todo lo que les acontece: cuáles son sus sueños, quiénes son sus amigos, cómo los tratan los demás, cómo les va en el colegio... Recuerden, no existe ninguna relación, comunión ni compañía más amorosa, amistosa


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