Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos. Enrique Villarreal Aguilar
se vuelvan invisibles ante nosotros, que dejemos de observar lo que hacen, lo que desean, lo que sueñan, porque así estaremos perdiendo parte de nuestra razón de ser, de nuestra razón de trascender y ellos podrían desviarse por un camino que nos puede amargar la existencia a todos.
Ahora es un buen momento para dejar de decir “es que no nos enseñaron a ser padres” y empezar a tener una excelente relación con nuestros hijos: a amarlos, comprenderlos y demostrarles el inmenso cariño que inspiran en nuestra alma.
Hijo, sólo por hoy voy a sonreír cuando vea tu rostro; intentaré no regañarte a la menor provocación.
Sólo por hoy no pelearé contigo por la ropa que quieres ponerte ni por cuanto tardas y la prisa que tengo.
Sólo por hoy te llevaré al parque a jugar, me olvidaré de los negocios y mis problemas y pensaré sólo en ti.
Sólo por hoy voy a dejar los platos en la cocina y a pedirte que me enseñes cómo armar ese rompecabezas o a jugar con tus videos.
Sólo por hoy voy a desconectar el teléfono y a apagar la computadora para sentarme junto a ti en el jardín y hacer pompas de jabón.
Sólo por hoy no voy a reclamarte, ni siquiera a murmurar, cuando tú grites y llores cuando pase el carro de los helados, y voy a salir contigo a comprarte uno.
Sólo por hoy no voy a preocuparme sobre qué va a ser de ti cuando crezcas.
Sólo por hoy te estrecharé en mis brazos y te contare la historia acerca de cuando tú naciste, de la gran bendición que eres en mi vida y, sobre todo, de lo mucho que te quiero.
Sólo por hoy te dejaré salpicar en la tina: no me voy a enojar.
Sólo por hoy te dejaré despierto hasta tarde, mientras nos sentamos en el jardín a contar las estrellas y a pedir deseos.
Sólo por hoy, cuando pase mis dedos entre tu cabello mientras rezas, daré gracias a Dios por el mayor regalo que he recibido.
Sólo por hoy voy a pensar en las madres y en los padres que están en estos momentos buscando a sus hijos extraviados, que los visitan en sus tumbas, en lugar de cobijarlos en sus camas; en aquellos padres que están llorando en los hospitales, sufriendo con sus hijos, clamando en su interior por su recuperación por no poder hacer nada más.
Y cuando te dé un beso de buenas noches, te voy a estrechar un poco más fuerte y un poco más largo, diciéndote al oído: ¡¡¡hijo, te amo!!!
Así agradeceré a Dios por ti y no le pediré nada, excepto un día más en el que pueda repetir: sólo por hoy...
Errores de liderazgo
Líder es aquel que tiene seguidores. El liderazgo es el conjunto de capacidades de un individuo para influir en un grupo de personas.
Créanme, si a alguien siguen nuestros hijos y si alguien puede influir en ellos, somos los padres. El problema es que vamos perdiendo liderazgo a través del tiempo debido a nuestra inseguridad al momento de guiarlos.
Cuando tomamos clases de liderazgo o dirección se nos enseña que existen tres tipos de liderazgo.
El autócrata: cuando un director se hace cargo de toda la responsabilidad y en él se centran todas las decisiones; nadie puede opinar más que él.
Dejar hacer (laissez faire): ejerce poco control y deja que cada quien haga lo que quiere y como quiere. No meterse en la vida de los demás.
Demócrata: decide todo consultando a su equipo, entre todos toman una decisión y emiten un veredicto sobre lo que más conviene a todos.
Tal parece que esos modelos de liderazgo se repiten en nuestras casas y, posteriormente, en las casas de nuestros hijos así como en sus oficinas. Esto se remonta al tiempo bíblico: “Por tus frutos te reconocerán” (Mateo 7:20), porque aunque no lo creamos, los líderes tienen sus bases en el hogar y los jefes que ves en las oficinas son en muchos casos producto de lo que sus padres hicieron de ellos. Ojo: no siempre se comportarán igual con su familia. Con ella van a ser diferentes. Su conducta, en muchos casos, es producto de cómo los educaron sus padres. Sófocles señala: “¿Qué adorno más grande puede haber para un hijo que la gloria de su padre, o para un padre que la conducta honrosa de su hijo?” En la familia el liderazgo cambia de nombre.
El autócrata es autoritario: el padre trata de tener controlados a sus hijos, es estricto y se apega a las reglas que impone. Brinda poco amor y afecto. La mayoría de los hijos son infelices y tienen poca comunicación con sus padres y los demás. La conducta del padre afecta a los hijos en su forma de ser.
El dejar hacer ahora es permisivo: Tratan a sus hijos de igual a igual, como si fueran sus amigos. Buscan la aceptación de sus hijos y éstos los desobedecen constantemente. Pierden autoridad ante ellos. Establecen pocas reglas y no cumplen sus amenazas cuando sus hijos los desobedecen, por lo tanto, éstos hacen lo que quieren con sus padres.
El demócrata se convierte en democrático. Mantiene una figura de autoridad frente a sus hijos estableciendo un ambiente cordial. Establece reglas y permite que sus hijos se expresen y digan lo que sienten. No ejercen control, sólo establecen reglas y si alguien no las cumple impone sanciones, no golpes. Enseña a sus hijos a ser responsables y a tener confianza en sí mismos, haciéndolos independientes, adaptados y maduros.
Como lo mencionamos anteriormente, muchos tuvimos padres autoritarios que nos ponían límites severos y crecimos con la mentalidad de que no íbamos a permitir eso con nuestros hijos, que con ellos seríamos totalmente diferentes: que los dejaríamos ser y nos comportaríamos como amigos. Por supuesto que también les compraríamos todo lo que nosotros no tuvimos para que ellos pudieran disfrutar la vida y que no se amargaran como nosotros.
Sin embargo, caímos en el error de ser padres permisivos y dejamos ser a nuestros a hijos a costa de nuestro propio mal, porque esos hijos ahora nos reclaman y nos dicen “no te metas en mi vida, déjame ser yo y vivir mi juventud”.
Esto lo reflexionó un sacerdote...
Escuché a un joven gritarle a su padre:
––¡No te metas en mi vida!
Y pensé cómo le respondería si tuviera un hijo.
––¡Hijo, un momento, no soy yo el que se mete en tu vida, tú te has metido en la mía! Hace muchos años, gracias a Dios, y por el amor que mamá y yo nos tenemos, llegaste a nuestras vidas, ocupaste todo nuestro tiempo, aun antes de nacer: mamá se sentía mal, no podía comer, vomitaba todo lo que ingería y tenía que guardar reposo. Yo tuve que repartir mi tiempo entre las tareas de mi trabajo y las de la casa para ayudarla. Los últimos meses, antes de que llegaras a casa, mamá no dormía y no me dejaba dormir.
Los gastos aumentaron increíblemente, tanto que gran parte de lo nuestro se gastaba en ti, en un buen médico que atendiera a mamá y la ayudara a llevar un embarazo saludable; en medicamentos, en la maternidad, en comprarte todo un guardarropa. Mamá no veía algo de bebé que no quisiera para ti: un vestido, un moisés... Todo lo que se pudiera, con tal de que tú estuvieras bien y tuvieras lo mejor.
––¡¡¡No te metas en mi vida!!! ––Llegó el día en que naciste:
Hubo que comprar recuerdos para los que te vinieran a conocer (dijo mamá); hay que adaptar un cuarto para el bebé. Desde la primera noche no dormimos; cada tres horas, como si fueras una alarma, nos despertabas para que te diéramos de comer; algunos días te sentías mal y llorabas y llorabas, sin que nosotros supiéramos qué hacer, pues no sabíamos qué te sucedía y hasta llorábamos contigo.
––¡¡¡No te metas en mi vida!!!
––Empezaste a caminar. Yo no sé cuándo he tenido que estar más detrás de “ti”, si cuando empezaste a caminar o cuando creíste que ya sabías. Ya no podía sentarme tranquilo a leer el periódico o a ver una película, o el partido