Relatos de un viejo impertinente. Cristián Aguadé
las doce un minuto… de pronto recordé que la cita era a la una, de modo que andaba una hora adelantado. Deshice camino, fui a la oficina, firmé unos documentos y con el tiempo justo me dirigí a la segunda clínica.
El tráfico había aumentado y era claro que llegaría atrasado, lo cual no me preocupó demasiado, pues siempre me hacían esperar. Era un día en que todo salía al revés. Y allí estaba el doctor, esperándome con cara larga, pues según él, se había desocupado a la hora precisa. Me disculpé, entregué los exámenes requeridos, los miró con atención, determinando que no había nada irregular. Al parecer mi dolor en el pie no estaba originado por lo que él había imaginado y no tenía la menor idea qué lo producía. Para consolarme, me dijo que como yo siempre sufría de dolores en las piernas, daba lo mismo uno que otro, pues el más fuerte anula los demás. Relacioné lo que me decía con lo que me había sucedido unas horas antes. Efectivamente, buscando mi Mercedes, la preocupación no me había hecho sentir el dolor.
Camino de vuelta, no podía sacarme de la cabeza la casi imposible coincidencia de los dos coches iguales, a escasa distancia uno de otro: igual marca, no demasiado abundante en el mercado, el mismo modelo, idéntico color y ambos ubicados junto a columnas exactamente iguales. ¿No sería la señora la encarnación del espíritu juguetón? Su aspecto de hacendosa dueña de casa no lo sugería. Se tiene la idea de una imagen más exótica para estos invisibles seres, pero deben haber mutado para pasar desapercibidos, —me decía.
Manejando distraído, no me di cuenta oportunamente del cambio de luz roja en el semáforo. Paré bruscamente frente a una señora que cruzaba con un bastón. Me miró acusadora. No sé si estaba obsesionado, pero me pareció tener cierta semejanza a la del Mercedes en la clínica, sólo que aquella andaba sin bastón. Al llegar a mi estacionamiento alargué el brazo para tomar el mío. No estaba en el lugar de siempre entre los dos asientos. Recapitulé mentalmente el trayecto. Lo veía acompañándome en mi recorrido por el estacionamiento… Colgado en el consultorio del médico que me examinó el pie… Al salir de la última clínica… No había caso, había desaparecido dentro del auto en el corto trayecto hasta mi casa.
Cansado de tanto atentado contra mi persona y habiéndoseme despertado un hambre feroz después de tantos contratiempos, decidí mandar al carajo mi espíritu burlón, y tomar otro bastón de los tantos que tenía, pues no era la primera vez que me jugaba esta mala pasada.
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