¡Viva la libertad!. Alexandre Jollien
de alimentarse de ella. No le queda más que una fuente de consuelo y de sosiego: la figura de su apego. Todo lo demás pasa a un segundo plano, por no decir que desaparece por completo de su foco de interés. Es esto justamente lo que tiene de adicción.
Alexandre: Lo que hace tan pertinaz la dependencia afectiva radica quizá en una mitología íntima, en un error de apreciación: creer que el otro tiene la capacidad de colmar nuestra necesidad visceral de consuelo, nuestras carencias. El adicto así encadenado hace acopio de toda una serie de efectos secundarios y se inflige un maltrato inaudito. En este ámbito, no es nada seguro que pueda alcanzarse la sanación mediante la fría razón y la mera voluntad. No basta con llenar una página Excel con las ventajas y los inconvenientes de una relación, y comprobar que solo conseguimos migajas, para parar en seco la caída en picado y dejar de estar atrapado en el otro, pegado a él como con cinta adhesiva.
Christophe: En cualquier caso, es una dimensión esencial de la dependencia afectiva. Pasado un tiempo, las personas que son víctimas de ella se dan cuenta de que los inconvenientes (pérdida de libertad, miedo al abandono) son bastante más considerables que las ventajas. Solo que estas atañen a una necesidad fundamental: recibir amor y seguridad. La persona prefiere entonces renunciar a su libertad y a su dignidad. Acordaos de la canción Ne me quitte pas («No me abandones»), de Jacques Brel: «No me abandones, no lloraré más, no hablaré más. Me quedaré escondido, viéndote bailar y sonreír, y oyéndote cantar y reír. Déjame ser la sombra de tu sombra, la sombra de tu mano, la sombra de tu perro…». Cuando uno llega a ese estado, la libertad interior queda muy lejos…
Alexandre: Lo que empeora más aún la dependencia es la vida semiclandestina a la que induce. ¿Quién se atrevería a ir de frente y confesar sin ambages: «Soy completamente dependiente, estoy enganchado a la botella»; o bien: «No puedo más, ese tipo me vuelve loco», o «Esa mujer me trae de cabeza»? ¿Cómo no temer la reacción de nuestro entorno y dejar de disimular ante nuestros allegados, ante los demás, ante el médico, ante uno mismo, el malestar con que cargamos? Los amigos de bien, aquellas y aquellos que nos aman sin condiciones, pueden convertirse en auténticos artesanos de la sanación interior. Pero, ¿cómo van a intervenir si les escondemos nuestras llagas, nuestros traumas, el terrible engranaje en el que nos hemos enredado? El primer paso quizá podría ser el de atrevernos a ser transparentes, alejar de nosotros el embarazo y la vergüenza: «Sí, estoy enganchado a esa persona, me trae loco. ¡Auxilio!». Por lo demás, es también una señal: cuando alguien empieza a contar patrañas, a mentir, a representar un papel, a maquinar, todo da a entender que si contemporizamos, lo ponemos en peligro.
Por no hablar de ese sentimiento de culpabilidad que impide atacar los verdaderos problemas y retrasa nuestro avance. ¿Cómo vencer esa insidiosa voz interior que no deja de repetir: «¡Estás mucho mejor de lo que crees!»? Matthieu, cuando nos recuerdas nuestras auténtica naturaleza, esa felicidad que reside en lo más profundo, demuestras que es posible recurrir a una dinámica imponente que dispersa la desesperación, el fatalismo, la resignación. Cuando uno está sumido en la dependencia, puede olvidar por completo que estamos hechos, como tú dices, para la felicidad, que la naturaleza búdica que irradia en nosotros procede de una libertad inconcebible.
Abocarse a la gran sanación, sustraerse a la adicción, es tal vez, en un primer momento, atreverse a optar por una lucidez total, por la transparencia, dejar de mentirse a uno mismo y de contarse patrañas. La disociación de que hablabas entre placer y deseo es inmensamente liberadora. Ese tipo me hace perder la chaveta, esa mujer me quita el sueño, necesito este anestésico, esta droga que no me proporciona ningún goce, ningún placer. Intento en vano apagar la insatisfacción por todos los medios, a riesgo de mandarlo todo al traste. De ahí este interés vital, crucial: observar ese caos, emitir un diagnóstico, identificar las diferentes grandes tareas de una existencia.
Christophe: Pero lo que hace difícil la lucidez y el compartir es que hablar sin máscaras a los demás de la dependencia que uno sufre es tanto como declarar la propia debilidad, ¡desnudarse delante de todos! ¡Y eso supone un gran esfuerzo! Ahora bien, como explicaba Matthieu, uno de los problemas de la dependencia es que cuesta mucho hacer esfuerzos, cambiar nuestra manera de ser.
Matthieu: ¿De dónde nace el sentimiento de carencia? En términos generales, puede originarlo la falta de satisfacción de las necesidades fundamentales: comida, bebida, sueño, etc. El estado carencial que siente la persona a la que se priva de una sustancia de la que era dependiente es igualmente provocado por reacciones fisiológicas. En cuanto al estado de carencia que hace que deseemos intensamente una situación o a una persona, en el caso de una dependencia afectiva, tiene que ver con un sentimiento de falta de completitud que no está exento, una vez más, de interacciones fisiológicas: uno tiene la impresión de que le falta una cosa sin la cual le es inconcebible experimentar una satisfacción duradera. Al incurrir en esto, uno es víctima de una ilusión por la cual supone que el estado de plenitud resulta de un cúmulo de objetos, de situaciones y de personas indispensables para alcanzar una felicidad imaginaria. Ahora bien, la «plenitud» no significa que uno tenga que estar «lleno» de todo tipo de cosas. Se trata más bien de un sentimiento de coherencia y de satisfacción profunda, por sí mismo «pleno». Es la libertad interior por excelencia: un sentimiento de paz y de unidad, libre de las parejas atracción y repulsión, carencia y satisfacción. Es a la culminación de esta libertad a lo que tienden las personas que meditan, a lo largo de años de práctica. Pero mucho antes de alcanzarla, es ciertamente posible vivir la experiencia de momentos de plenitud, cuando uno pasea por el bosque con amigos queridos, o se sienta a la orilla de un lago de montaña, o a contemplar un inmenso paisaje desde lo alto de una cima, o ante un fuego de leña mientras escucha una música sublime, o en cualquier otra circunstancia en que la agitación de los pensamientos cede para dar paso a la simplicidad natural de la mente. Saborear esta forma de libertad depende de nuestro nivel de familiarización con el modo de funcionamiento de nuestra mente, pero también de nuestra capacidad para liberarnos de los automatismos de nuestro pensamiento. Una vez obtenida la libertad interior, ya no hace falta nada más.
Caja de herramientas frente a la dependencia
CHRISTOPHE
— Admitir que no existe una solución simple y única. Comprobamos a menudo cómo las personas a las que atendemos subestiman la complejidad de las estrategias que hay que desplegar para liberarse de las dependencias. No es tan solo una cuestión de voluntad. Dicho de otro modo, no es que haya simplemente que contraponer nuestro cerebro a la afectividad o a nuestras pulsiones. Se trata en realidad de una empresa magna, con tres grandes frentes:
• frente psicológico, con dos ejes principales: ¿cómo luchar contra la adicción?; ¿cómo enriquecer mi vida, abrirme a otros intereses, y así fortalecerme?;
• frente de mi entorno: ¿qué es lo que hay en mi entorno, que me remite una y otra vez a mis errores?; ¿qué es lo que me ayuda en mi lucha?;
• frente de mis relaciones: ¿hacia quién debería volverme para hallar consuelo, para obtener información?
— Reflexionar sobre el retorno de las tentaciones. Hay que ser conscientes de que, tarde o temprano, volveremos a vernos expuestos ante el desencadenante de la adicción (ya sea el alcohol, la droga, el tabaco, las imágenes de contenido sexual, etc.). ¿Cómo vamos a reaccionar entonces? Es preferible plantearse la pregunta de antemano, por no decir entrenarse para ello. En ciertos casos concretos, y en determinados momentos, hay terapeutas del comportamiento contra las adicciones que prescriben ejercicios a sus pacientes: les proponen permanecer delante de una botella, respirar de la copa de vino, retener un sorbo en la boca, escupirlo y vaciar la botella por el fregadero. El haberlo hecho «en la realidad» aumenta las posibilidades de reproducir el acto posteriormente, en soledad.
— Tener presente que las adicciones son temibles. No afectan más que a nuestras necesidades fundamentales. ¡Uno no se hace adicto a un par de calcetines, o a una lámpara! Uno se hace adicto al alcohol, al amor, al sexo, al azúcar, a cosas que satisfacen nuestras necesidades…