¡Viva la libertad!. Alexandre Jollien
años hubiera sido presa de tales crisis de pánico. Ha proseguido con sus retiros y enseña de un modo profundo y transparente la naturaleza de la mente.
Uno de sus consejos más destacables es el de no considerar el pánico como un enemigo, lo cual genera una tensión suplementaria —uno tiene miedo de la súbita presencia del pánico—, sino de hacer de él un amigo: «Buenos días, pánico, ¡bienvenido!»; y utilizarlo para progresar hacia la libertad interior. Para precisar, propone cuatro estrategias: comenzar por observar atentamente el pánico, en particular las sensaciones físicas que desencadena, a la manera de un espectador que contemplara la crecida de un río. En tu caso, querido Alexandre, el problema sería más bien el de la ansiedad, en otras personas pueden ser los celos, o la desesperación. Si se da el caso de que, en lugar de disminuir, el pánico aumenta, la segunda estrategia consiste en concentrarse en otra cosa: los sonidos que nos rodean, la cadencia de nuestra respiración, un paisaje que se ofrece ante nuestros ojos. También podemos concentrarnos en otra emoción perturbadora alternativa. En su caso, Mingyur Rinpoche generaba artificialmente ira en su interior, para acto seguido concentrarse en ella. Esto permite familiarizarse con la manera de gestionar las emociones perturbadoras y entrenarse con una de ellas, la ira en este caso, que es menos invasora que el pánico.
Es más fácil manejar así la situación, pues la ira generada por este medio es menos perturbadora que la ansiedad, que es nuestra dificultad principal. Si tampoco esto sirve de ayuda, el tercer método consiste en retroceder para tomar perspectiva y observar aquello que se esconde detrás del pánico: el miedo al pánico, la aversión al pánico, la resistencia al pánico. Finalmente, si nada funciona, la última opción es hacer una pausa: dar un paseo, darse una ducha, jugar con los hijos, ir a ver a los amigos, etc.
Alexandre: Mingyur Rinpoche proporciona también una herramienta extraordinaria: la visión panorámica, esa inmensa disponibilidad interior que se une al vasto espíritu promulgado por el zen. En la angustia, por una extraña ilusión óptica, la conciencia se fija, se focaliza en un punto, en las preocupaciones del día, olvidando todo lo demás. A partir de esto, el ejercicio consiste en tomar conciencia de lo que nos rodea, de aquello que hay junto a la angustia, y abrirse al mundo, que es bastante más grande que mi «yo» agitado.
Christophe: Aprender a afrontar las crisis, a dejar de temer sus retornos, es esencial. No obstante, esto no es algo que pueda decidirse, hay que trabajarlo, sobre la base del principio del adagio latino: Si vis pacem, para bellum («Si quieres la paz, prepara la guerra»); si quieres vivir feliz y eres una persona con ansiedad, debes ser capaz de enfrentarte a las oleadas de la ansiedad para no volver a ahogarte en ella. Se trata de todo un entrenamiento. Y lo que acabas de describir es uno de los medios de actuar sobre la ansiedad: uno trabaja el «músculo» de su atención. Todos los estudios científicos muestran que cuanto más ansiosa está la persona, más focaliza su atención sobre el objeto de su ansiedad; y desatiende todo lo demás. Ahora bien, la visión que debemos privilegiar, en nuestra vida en general, pero prioritariamente en los períodos de ansiedad, es, a la inversa, una visión panorámica: ver el problema o la posibilidad del problema, pero también todos los recursos para afrontarlo, todo cuanto también existe y no es el problema.
Tal es el empeño por ejemplo de la psicología positiva, que es también una psicología de los recursos: aplicarse con regularidad a ensanchar la mirada y a apreciar aquello que va bien en la vida, aquello que funciona, aquello que ayuda y nos hace fuertes. Cuando sobrevengan los miedos, estos recursos nos permitirán luchar mejor contra la adversidad, con sus múltiples partes: su parte real (las personas que sufren de ansiedad también tienen problemas de verdad, ¡como todo el mundo!), su parte amplificada (solo que los ven a través de una lente de aumento), su parte imaginada (pues a menudo se sumergen en sus escenarios catastróficos improbables, ¡con mapaches rabiosos y muchas otras cosas más!).
Matthieu: Además, aquello que se presenta a la imaginación puede adoptar formas infinitas, cada cual más amenazadora que la anterior.
Christophe: Sí, y es la parte más difícil de afrontar. En definitiva, las personas con trastornos de ansiedad no se las arreglan tan mal frente a las dificultades reales y concretas, pero se debaten hasta el agotamiento al enfrentarse a todo lo demás. Y es porque el cerebro presa de ansiedad trata lo que es un riesgo como si fuera la realidad, con la misma seriedad y energía. Puesto que el riesgo existe, reacciono como si fuera una desgracia real. Porque mi mente focaliza su centro de atención en el temor, sin perspectiva. Algo que puede ayudarnos es respetarle al miedo su espacio, pero, justamente, sin dejarle apropiarse de todo el espacio. Y luego, invitar a nuestra mente a hacer el resto: prestar atención a la respiración, al propio cuerpo, a los sonidos, observar con atención nuestro entorno, aferrarnos en suma a lo real, a lo tangible; a partir de ahí, contemplar nuestros pensamientos de la misma manera, con perspectiva, dejar que fluyan, como dejamos fluir cada exhalación. Y cada vez que veamos que nuestra mente vuelve a contraerse, retroceder y volverse de nuevo hacia los miedos, comenzar otra vez, volver a abrir más y más la atención hacia todo lo que está presente, y no solo el miedo…
Existen montones de técnicas, pero lo que las personas con ansiedad deben comprender, es que no pueden utilizarse en plena tempestad: no es cuando el avión se estrella cuando hay que aprender a utilizar el paracaídas. Se precisa una especie de entrenamiento existencial, si partimos del principio de que la condición humana conlleva experimentar regularmente momentos de ansiedad o de desesperación. Es un bagaje psicológico del que, a mi parecer, no podemos prescindir; a riesgo de ser destruidos por las crisis de ansiedad cuando nos sobrevienen, o de caer en la dependencia de los tranquilizantes, del alcohol, de los demás, en nuestra búsqueda de seguridad.
EN EL NÚCLEO DE LA SANACIÓN, CONFIAR Y PENSAR EN LOS BUENOS MOMENTOS
Christophe: Una cosa que me ha llamado la atención al escucharte, Matthieu, es que en un momento determinado, en plena angustia, para salir de ella, se da algo parecido a un acto de fe. Si sufro miedos que me incapacitan, me cuesta mucho creer en lo que me dice el terapeuta, o en lo que me dice Matthieu, o los maestros tibetanos. Sin embargo, tengo que hacerlo, tengo que ir a todas, debo intentar aplicar sus consejos, puesto que es una vía validada por la ciencia, un camino que esos maestros han recorrido. Y ese instante en que la persona con ansiedad deja de creer en sí misma, deja de pensar que tiene razón, que está en peligro, que sus hijos están en peligro, o de creer férreamente en cualquier otro miedo, ese brevísimo instante es decisivo. En ese instante la situación puede dar un vuelco, la persona puede decirse a sí misma: «Quizá me equivoco, estoy perdido, mis miedos me ciegan, estoy sometido a ellos. Esto no funciona. Mejor probar, pues, a soltar mis certezas negativas, arrojarme al vacío y agarrar la mano que me tiende el maestro o el terapeuta, escuchar sus consejos, aplicar su método».
Matthieu: Es lo que distingue la creencia de la confianza. La creencia ordinaria consiste en creer en algo que no está justificado por ninguna prueba. La creencia ciega es seguir creyendo en algo aunque se haya demostrado que tal creencia es errónea. La creencia puede seguir modalidades infinitas, puesto que no necesita sustentarse en la realidad. La confianza, por su parte, consiste en fundamentar la opinión propia ya sea en la experiencia directa, ya sea en el razonamiento lógico y la inferencia válida, ya sea en un testimonio digno de confianza.
Christophe: Pero supone también un acto de fe, en cierto modo: en latín, fides significa tanto «confianza» como «creencia». Por este motivo sin duda a muchas personas con ansiedad les cuesta dar este paso sin que un cuidador les haya explicado, tranquilizado, acompañado. Su mente les dice: «¡Nooo! Ahí hay peligro, no tomes riesgos, ¡no sigas!». Los consejos únicamente pueden llegar a la persona si proceden de alguien en quien ella confía. Es conmovedor comprobar cómo hay personas a las que ayudan nuestros libros, nuestra voz a distancia, sin habernos visto nunca. No es tan solo porque lo que escribimos tenga sentido y sea útil, es también porque han establecido una relación de confianza con nosotros.
Matthieu: Para que esto sea así, es preciso también sentir una gran benevolencia en la persona en la que depositamos nuestra confianza. Es necesario poder pensar, como es el caso