Un soltero difícil. Charlotte Maclay

Un soltero difícil - Charlotte Maclay


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de secretaria.

      Entre toses, Griffin se atragantó de nuevo. Como parte de su trabajo, Rodgers se aseguraba de que Griffin no fuera interrumpido cuando estaba en compañía de una mujer manteniendo a raya las llamadas de teléfono, sobre todo cuando eran de otra mujer.

      –¡Oh, Dios! Ese resfriado suyo es horrible. Creo que será mejor que le prepare un caldo de pollo. ¿Sabe? No hay nada mejor que…

      –No –contestó él.

      –La verdad, señor Jones, creo…

      –¡Siéntate!

      Loretta se sentó en la silla más cercana a la mesa de nogal con los ojos abiertos como platos.

      –No voy a hacerte daño –aseguró él.

      Ella asintió vigorosamente como una de esas muñecas chinas cabeceantes.

      –Solo voy a explicarte por qué esto no va a salir bien, el que seas mi mayordomo, me refiero. No es nada personal, espero que lo entiendas. Es simplemente que eres una mujer.

      «Y embarazada», añadió para sus adentros.

       Intentando componerse, Griffin se metió las manos en los bolsillos del pantalón. Las mangas de la americana se tensaron contra sus músculos y decidió quitársela.

      –Señora Santana, hay ocasiones en que me visitan jóvenes señoras. Jóvenes atractivas con las que a veces tengo relaciones íntimas.

      Un fuerte sonrojo ascendió por el cuello femenino y tiñó sus mejillas dramáticamente esculpidas.

      –Yo no soy quién para juzgar los actos de los demás, señor Jones.

      –Sí, bueno… –se aclaró la garganta–. A esas jóvenes puede que no les haga gracia que tenga a una adorable joven como usted como mi… empleada.

      Y mucho menos a una sexy mujer embarazada, sospechaba. Y de lo que sí estaba seguro era de que a él no le gustaba la idea. Él no quería ser responsable. ¿Y si se caía… o entraba en un parto prematuro? Podían pasar miles de cosas.

      –No se me ocurriría interferir en su vida personal, señor Jones. Ni siquiera me verán, si eso es lo que usted quiere. Seré más silenciosa que un ratón –el color de sus mejillas pasó del rosa al escarlata al alzar la barbilla con un gesto de obstinación–. Además, no puede discriminarme porque sea mujer. El gobierno no lo permite. Una mujer tiene ciertos recursos en la actualidad.

      Él frunció el ceño. Había tenido un día muy largo, la competencia le estaba ganando terreno y ahora tenía a una mujer embarazada lanzando una velada amenaza de denuncia. ¡No le gustaba nada!

      –Además, si considera discriminarme por estar embarazada, debería saber que cuarenta y dos de los cincuenta estados tienen leyes en contra de dicha discriminación. Y California es uno de ellos.

      Griffin tardó un momento en comprender que el silbido que oía era el de la tetera. Frunciendo el ceño hizo un gesto para que ella fuera a apagar el fuego.

      Loretta saltó de la silla como si la hubieran pinchado. En la encimera, se apresuró con las bolsas de té mientras Griffin sopesaba sus opciones. Desde luego, sacar a la fuerza a Loretta Santana de la casa no era una de ellas, aunque era lo que le hubiera gustado. Pero nunca le haría eso a ninguna mujer y mucho menos a una embarazada.

      Maldición. ¿Por qué la anciana madre de Rodgers había tenido que empeorar? Siempre había estado al borde de la muerte, por lo que Griffin podía recordar.

      La única razón por la que él tenía mayordomo era porque Rodgers había estado con su padre toda la vida. Cuando su padre había muerto hacía un par de años, Griffin había heredado al mayordomo junto con una empresa multimillonaria. Una herencia que ningún hombre podría rechazar.

      Loretta colocó una taza frente a él. Para asombro suyo, olía de maravilla, a una mezcla de pino de bosque y de rosas de primavera. Griffin se sentó y dio un sorbo. Quizá le aliviara el picor de garganta que le había estado molestando todo el día.

      –Entonces dime por qué quieres ser mi mayordomo.

      Ella se reclinó contra el asiento enfrente de él. En un mundo de sirenas, ella sería una ganadora: frágil y vulnerable. Y sin embargo, había algo en la forma en que mantenía la cabeza erguida que sugería una obstinación que sería mejor no provocar.

      –Fue el único trabajo que me ofreció la agencia –sus frágiles hombros se encogieron un poco–. Es difícil encontrar mayordomos en la actualidad. El salario no es especialmente bueno, ¿sabe? Y yo necesitaba el trabajo de verdad para poder obtener el seguro médico para mí y para el hijo de Isabella.

      La mirada de él se deslizó hacia su vientre, oculto por la mesa.

      –¿Vas a tener el hijo de otra persona?

      –Mi tía había intentado muchos años quedarse embarazada y cuando llegó a los cuarenta empezó a desesperarse. Decidieron probar con una madre de alquiler y yo me ofrecí.

      Ah, Isabella y Wayne. El té de hierbas definitivamente le estaba despejando la cabeza.

      –Entonces… ¿no te quedaste… de la forma habitual?

      –¡Oh, no! Eso es algo horrible de pensar acerca de mi tío Wayne.

      –¿Y no había otra persona que pudiera hacer el trabajo?

      –Mis otras tías son demasiado mayores y mis primas ya tienen niños, aparte de que sus maridos eran muy reacios a la idea. Además, la mayoría de ellas no tuvieron embarazos fáciles.

      Griffin apretó los dientes. Quizá los embarazos difíciles fueran genéticos en su familia; embarazos con riesgos incluso.

      –¿Y no pudo Wayne contratar a otra persona? No le hubiera costado mucho más que…

      –Somos una familia, señor Jones. Cuando la familia tiene problemas, uno hace lo que tenga que hacer.

      –Yo no le dedicaría a mi tío ni un minuto y mucho menos me quedaría embarazado por él –masculló Griffin.

      Además, su tío Matt era la competencia, el director de la compañía electrónica que tenía a su empresa de cabeza.

      Loretta lanzó una carcajada musical.

      –No creo que su tío le pida que se quede embarazado.

      –Probablemente no –acordó él con una sonrisa. Ni tampoco podía imaginarse a su tía, que parecía más seca que un cardo, pidiéndole que la fecundara. Se estremeció ante la idea–. Entonces, ¿para qué necesitas el seguro médico? Yo diría que lo lógico es que tus tíos corrieran con los gastos.

      –Mis tíos murieron en un accidente de coche.

      –¿Qué? Lo siento. ¿Pero no te dejaron algo con lo que…?

      –No eran ricos, señor Jones. No como usted. Y estoy segura de que ni siquiera pensaron nunca en hacer testamento. E incluso aunque lo hubieran hecho, después del doble funeral no hubiera quedado suficiente para pagar mis facturas de médicos… o las del niño.

      ¡Dios, cómo odiaba aquellas historias dramáticas, sobre todo cuando parecían reales!

      –¿Te ha estado viendo algún médico?

      –¡Claro! Ellos pagaron por adelantado mis cuidados prenatales y el doctor ha sido lo bastante bueno como para no cobrarme ningún extra. Pero el parto no entra en ellos, ni del hospital o el pediatra.

      Los ojos empezaron a brillarle de nuevo como diamantes en un lago de chocolate.

      –Incluso si te dejara trabajar para mí, que no te he dicho que lo haga –añadió con rapidez al ver el brillo de sus ojos–, ¿no diría el seguro que había unas condiciones preexistentes? No cubrirán…

      –Eso funciona diferente por completo en las agencias de trabajo temporal. Si duro lo suficiente, estoy cubierta desde el día


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