Las disciplinas de una mujer piadosa. Barbara Hughes

Las disciplinas de una mujer piadosa - Barbara Hughes


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La Biblia dice que la meditación debería ser continua, «de día y de noche» (Salmo 1.2; 119.97, 148; Salmo 63.6). De manera ideal, ustedes podrían hacer que la meditación fuera parte de sus devociones, sus momentos de quietud apartadas con Dios. Sin embargo, aun nuestras vidas atareadas pueden ser interrumpidas por la meditación bíblica —en el automóvil, durante el recreo para almorzar, mientras que esperamos el autobús. Escriban el texto en una tarjeta y colóquenlo en su bolsillo o bolsa. Tómenlo de allí en los momentos libres. Murmúrenlo. Memorícenlo. Órenlo. Díganlo. Compártanlo.

      LA CONFESIÓN

      La confesión puede llevarse a cabo en cualquier momento. Lo ideal es que tenga lugar cada vez que pecamos. Sin embargo, con frecuencia ocurre que somos demasiado orgullosas o que estamos muy cargadas emocionalmente como para reconocer nuestro pecado en el momento en que lo cometemos, por ejemplo, cuando perdemos los estribos en una discusión. No obstante, si estamos sobrecargadas de pecados es imposible la devoción.

      Si han estado poniendo de lado la confesión de sus pecados a Dios, tienen que hacerlo antes de su tiempo de devoción. Es muy raro que yo comience a orar con otra cosa que no sea la confesión. Soy adepta al pecado y muy inepta a «admitirlos» hasta que ya no me queda otra cosa por hacer. Cuando nos acercamos a Dios en oración debemos confesar nuestro pecado.

      Cuando meditamos en las Escrituras, pueden salir a la luz pecados ocultos, de modo que nuestros momentos de devoción pueden verse colmados de reiteradas confesiones. El Salmo 139, el cual comienza con la contemplación de la omnipotencia y omnisciencia de Dios, finaliza con una oración por la investigación divina del alma del salmista: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno» (139.23-24).

      Éstas son confesiones espontáneas ofrecidas a Dios a medida que nuestros pecados nos vienen a la mente. Asimismo, nuestra disciplina de oración debería incluir alguna confesión sistemática. Debemos examinarnos con regularidad teniendo en cuenta a Romanos 3.9-20, el cual revela que todas las áreas de nuestra vida están manchadas por el pecado. Cuando mi esposo dirige a nuestra congregación en la confesión de pecados, a menudo envía nuestra atención hacia la verdad llevándonos a confesar que pecamos en nuestros pensamientos, palabras y hechos.

      Pensamientos: «No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (versículos 10-12).

      Palabras: «Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labio; su boca está llena de maldición y de amargura» (versículos 13-14).

      Hechos: «Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz» (versículos 15-17).

      No estoy diciendo que simplemente le fallemos a Dios, sino más bien que nuestro pecado afecta profundamente cada parte de nuestro ser. Reflexionar de esta manera sobre nuestros pecados puede ayudarnos a confesar pecados específicos en cada una de estas áreas, pecados ya sea de comisión como de omisión por medio de nuestra propia falta.

      No podemos exagerar la importancia de la confesión. «Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado» (Salmo 66.18; véase también el Proverbio 28.13). El pecado que no ha sido confesado nos lleva a evitar la oración porque Dios parece distante, pero la confesión restaura nuestra relación con Él y nos restituye a su favor.

      LA ADORACIÓN

      Los aspectos de devoción de nuestro tiempo de oración dan como resultado la adoración, o sea, le decimos a Dios qué es lo que atesoramos sobre Él. La reverencia, que a menudo está ausente, debe caracterizar siempre a nuestros momentos con Dios. Y junto con la reverencia necesitamos concentración. Eso significa que nuestras mentes deben estar comprometidas por completo. Ésta es la razón por la cual le debemos brindar a nuestras devociones aquel momento de nuestro día en el cual estemos más frescas y más atentas.

      La reverencia por Dios nos hace concientes de nuestro humilde estado. La humildad conduce a la alabanza. Cuando alabo a un amigo o a un nieto, reconozco algo que aprecio acerca de esa persona: «¡Bien hecho!» les digo si él o ella han alcanzado algún objetivo o realizado un buen trabajo en algún área. O «Tú eres siempre tan amable», o «¡Realmente eso fue muy generoso de tu parte!» Así es como ocurre con Dios: yo le digo lo que aprecio acerca de Él. La alabanza es lo que haremos durante la eternidad, diciendo cosas tales como: «Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Apocalipsis 4.11).

      La contemplación se encuentra en el corazón de la adoración, especialmente cuando lo consideramos a Dios según se manifiesta en su creación. Los Salmos no sugieren nunca que Dios esté en su creación, pero nos dicen que sus excelencias pueden ser vistas en sus obras creadas. El Salmo 29 le tributa gloria a Dios a través del medio visual de una gran tormenta. El Salmo 19 comienza: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría» (19.1-2). Escuchemos a Dios que habla por medio de la creación, dice el salmista. Como contraste, el Salmo 139 celebra la omnisciencia de Dios (versículos 1-6), la omnipresencia (versículos 7-12), y la omnipotencia (versículos 13-16) en la creación de la mente y el cuerpo humano.

      ¿Se han quedado ustedes alguna vez «sin aliento» ante la naturaleza?14 En esos momentos, la naturaleza irradia la gloria de Dios. Si ustedes han sido testigos del poder de una tormenta en la región central de los Estados Unidos, saben a lo que me refiero. Un verano, mientras que estaba quitando los yuyos en mi jardín en Wisconsin, vi unas nubes negras siniestras que aparecían del oeste como una gran ola que se devoraba todo lo que encontraba a su paso. La tormenta cayó con tanta furia de repente que mi madre de ochenta y un años, y mis pequeñas nietitas y yo corrimos hacia la casa. Nos quedamos paradas en el porche mirando la tormenta que envolvía el cielo azul sobre el este, con relámpagos que iban de un horizonte al otro. Mi madre estaba tan maravillada que tomó su cámara y tiene fotografías para corroborar el acontecimiento que nos hizo gritar en alabanza al extraordinario poder de Dios en la creación.

      A través de las Escrituras, los teólogos han discernido alrededor de veinte atributos de Dios. La contemplación de esos atributos ha sido un camino de larga tradición que nos conduce a la adoración. Si nos pasamos veinte días consecutivos en la compañía de un libro como el de J. I. Packer, Conociendo a Dios, que es un libro sobre los atributos de Dios, podremos obtener ideas que elevarán tanto nuestra mente como nuestra alma.15

      Ustedes pueden expresar su ferviente adoración con la palabra hablada. A veces me doy cuenta de que estoy cantando—aun mis melodías desafinadas expresan alabanza a Dios. Oremos o leamos o cantemos la Palabra de Dios a Él. Los Salmos son perfectos para esto porque son un manual de adoración, pero existen también magníficos himnos del Nuevo Testamento, tal como el Magnificat de María (Lucas 1.46-55). Su canción está entre mis favoritas.

      Los himnos tradicionales de la iglesia y las hermosas canciones de la Biblia, las cuales son más recientes, son una fuente de alabanza poética a las que les han agregado la melodía. No cometan el error de descuidar esa rica fuente de teología y adoración. ¡Ellas son vuestra herencia!

      LA SUMISIÓN

      La adoración muy naturalmente lleva a la presentación de nuestro cuerpo, de toda nuestra vida, como el máximo acto de adoración. Ésta es la manera en que habló Isaías de su gran experiencia con Dios: «Heme aquí, envíame a mí» (Isaías 6.8). De igual manera, después que el apóstol Pablo dijo: «Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén» (Romanos 11.36), él de inmediato nos llamó a la sumisión: «Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios» (Romanos 12.1, NVI).

      Nuestra devoción trae como resultado una entrega conciente


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