¿Algo pendiente?. Adelaida M.F.

¿Algo pendiente? - Adelaida M.F.


Скачать книгу
—le contesta Candela. Después, me sonríe y me da un apretón en el brazo—. Voy a contarte un secretillo —me susurra—. Cuando eráis pequeños, teníamos muchas esperanzas puestas en vosotros.

      —¿En nosotros? —inquiero extrañada.

      —Sí, en que vuestra amistad os llevara a algo más.

      Un nudo me encoge el estómago.

      —Creo que era un poco imposible —le respondo encogiéndome de hombros.

      —Lo sé, pero me hubiese encantado tenerte como nuera, cariño. Y no es tarde todavía —añade guiñándome un ojo.

      Me dan ganas de decirle que toda la culpa la tiene su hijo, que fue el que me partió el corazón y el que acabó con esa posibilidad; pero la verdad es que éramos dos chiquillos.

      A lo mejor, incluso aunque me hubiese correspondido, habría sido duro para los dos tener que separarnos. Y hay poca probabilidad de que los amores de colegio duren para toda la vida.

      8

      Cuando volvemos a casa, son las seis y media de la tarde. Mis pies ya no pueden más y mi falta de ejercicio es evidente; no aguanto nada. En cuanto regrese a Madrid y encuentre un trabajo, me apunto al gimnasio. Eso dependiendo de cuánto sea mi presupuesto. Aun así, le diré a Lucía que se venga conmigo a correr los días que no tenga que trabajar; aunque es capaz de mandarme a freír espárragos, con lo que le cuesta salir de casa en sus días libres. Si no hay cervecita de por medio, no hay quien la mueva del sillón.

      Oliver está en el comedor, tumbado en el sofá viendo la televisión. Lo saludo con una sonrisa y me encamino escaleras arriba a darme una buena ducha. Se me había olvidado el calor que hace en Barcelona en pleno julio.

      Después, me pongo unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta suelta de tirantes. Me tumbo en la cama y saco el teléfono. Lucía va a pensar que la he tenido abandonada durante todo el día.

      En ese momento, mi madre llama a la puerta y se asoma.

      —Oye, Victoria, vamos a ir a casa de Pablo y María a cenar. ¿Te vienes o te quedas?

      Pablo y María son otros amigos de mis padres. Pongo cara de fastidio antes de preguntar:

      —¿Oliver va?

      —No. Se queda aquí.

      —Yo también, entonces. No puedo con mi alma.

      —Vale, se lo digo a Oliver.

      Asiento y se marcha.

      ¿Y si a Oliver no le apetece quedarse a solas conmigo?

      A lo mejor tiene planes o quiere invitar a alguien, vete tú a saber. Llamo a Lucía.

      —Me tienes olvidada.

      —He estado de turismo por Barcelona, por eso no he podido mandarte nada. Y te he comprado un detallito —añado con una sonrisa.

      —Entonces, quedas perdonada. ¿Qué es lo que me has comprado?

      —Ya lo verás. No seas ansiosa.

      —Vaaale. Por cierto, ¿dónde está esa foto que me debes?

      —¿Qué foto? —Me hago la despistada.

      —La de tu apagafuegos, chica, que me tienes en ascuas.

      —Ya te he dicho que no voy a echarle una foto, Lucía.

      —No seas puñetera, Victoria. Hazlo por mí.

      No puedo verla, pero me la imagino poniendo morritos.

      —Pero si tú tienes a tu médico, ¿qué más quieres?

      —Uf, mi médico, qué bien suena. Lo del bombero es solo mera curiosidad. Venga, mujer —me insiste.

      —¿Cómo narices voy a sacarle una foto sin que se dé cuenta?

      —Pues háztela con él.

      —Claro. Tenemos esa confianza de superamigos.

      —¿Y a qué esperas para que volváis a serlo?

      —A que las ranas críen pelos. ¡Yo qué sé! No solo tengo que poner de mi parte yo. Y todavía no hemos estado a solas. Aunque esta noche nuestros padres no van a estar.

      —Ponte algo sexi y lígatelo —me anima Lucía.

      —No voy a ligármelo.

      —Entonces, tú te lo pierdes.

      —Anda, déjalo ya y háblame de Jaime. ¿Qué tal vas con él? —le pregunto cambiando de tema.

      —Estamos hablando de ti. —La escucho gruñir.

      —Sí, hemos hablado de mí y ahora te toca a ti. Cuéntame, mañana tenéis la cita, ¿no?

      —Sí, y estoy muerta de miedo. Encima, estás lejos y no puedes aconsejarme sobre el modelito.

      —Pruébate las opciones, me pasas fotos y listo. Y en el hospital con él, ¿todo bien?

      —Sí, es muy profesional. Aunque anoche… —Se queda callada.

      —Anoche, ¿qué?

      —Coincidimos los dos solos en los vestuarios y… nos liamos. Mucho.

      —Hala, hala. ¡Qué morboso!

      —El ambiente empezó a caldearse y tuvimos que parar. No era plan de que nos pillaran.

      —¿Y después?

      —Después él se quedó trabajando, todavía le quedaban un par de horas, y yo me fui a casa.

      —Cuando llegue el momento, vais a cogeros con ganas.

      —Es que me hace sentir tan especial que me apetece ir paso a paso.

      Continuamos unos minutos más hablando hasta que escucho a mis padres y a los de Oliver despedirse de él y la puerta de la entrada cerrándose.

      —Oliver y yo acabamos de quedarnos solos —le susurro con un pinchacito en el estómago.

      —Uuuuh, pues aprovecha. Te dejo, que voy a cenar y a la cama; mañana de nuevo a las siete estoy en planta. Suerte, y no te olvides de la foto.

      Me despido de ella y cuelgo.

      Después, me miro una última vez en el espejo y salgo de la habitación. Bajo las escaleras sintiéndome un poco cohibida y con una sensación extraña de incertidumbre.

      Oliver sigue donde estaba cuando llegamos: medio tumbado en el sofá, con el teléfono en la mano y la televisión encendida.

      —Hola —lo saludo.

      Se sobresalta un poco y levanta la cabeza.

      —Qué susto me has dado. No has perdido tu vena de espía —bromea con una sonrisa.

      Mi pecho se agita extrañamente y suspiro. Cuando era pequeña, me quedaba embobada viéndolo sonreír, porque tenía…, tiene dos pequeños hoyuelos en las mejillas que… «Victoria, stop».

      —Ya sabes que siempre me ha fascinado esa profesión. Es tan de película —le respondo devolviéndole la sonrisa e ignorando el hormigueo en mi estómago.

      —Lo sé. Disfrutabas cuando jugamos a buscar pistas, ¿te acuerdas?

      Y me dan ganas de decirle que recuerdo cada momento que pasamos juntos, pero termino contestándole un escueto «sí». Me hace ilusión que él también recuerde eso.

      —Bueno…, ¿y qué plan hay para la cena? —le pregunto sentándome en el otro extremo del sofá, para no invadir su espacio personal.

      —Mi madre dice que hay comida en el frigo, pero podemos pedir una pizza


Скачать книгу