¿Algo pendiente?. Adelaida M.F.

¿Algo pendiente? - Adelaida M.F.


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seguir con la conversación.

      Se encoge de hombros.

      —Una peli de esas malas que echan siempre en este canal. —Me centro en la televisión, donde un pulpo enorme y un tiburón descomunal están enzarzados en una pelea—. ¿Tienes hambre? —me pregunta unos minutos después.

      —Un poco, la verdad. Pero si para ti todavía es temprano…

      —No, no —me interrumpe—. Por mí, genial. Tengo hambre también. Entonces, pizza, ¿no?

      —Claro, soy fan de la comida basura.

      —Yo no debería, pero bueno, no tendré más remedio que quemarlo mañana en el gimnasio.

      Me daba miedo llegar aquí y encontrarme con un Oliver completamente diferente. Ya había cambiado cuando me fui, pero que mi examigo se hubiera vuelto un tipo chulo, prepotente o desagradable me producía un desasosiego terrible. Todavía no puedo asegurar que debajo de esa amabilidad que aparenta no se encuentre un ogro, aunque la verdad es que me está sorprendiendo.

      Cuando pasas mucho tiempo sin ver a una persona con la que has compartido tanto, la nostalgia que sientes es abrumadora. Oliver está presente en casi todos los recuerdos de mi infancia y fue el protagonista de mi primer beso. Está claro que ya no somos unos críos y que hemos cambiado, la esencia de lo que fuimos también puede ayudarnos a retomar esa amistad. Y creo que los dos seguimos siendo, en el fondo, esos chiquillos que correteaban y se picaban el uno al otro. Tenemos ese «algo pendiente», una conversación que llevo años planeando en mi cabeza, palabras que no le dije en su momento o la oportunidad de quitarme, de una vez por todas, esa espinita que parece no permitirme pasar página.

      Oliver se levanta y vuelve un segundo después con el portátil. Lo deja encima de la mesa y se sienta junto a mí. La página de una pizzería está abierta en la pantalla. Su cercanía me pone un tanto nerviosa, sobre todo cuando, sin querer, nuestros muslos se rozan. Su aspecto no está ayudando nada a mis hormonas y no consigo pensar con la cabeza cuando lo tengo pegado a mi cuerpo.

      No tardamos mucho en ponernos de acuerdo con las pizzas; parece ser que nuestras favoritas coinciden —barbacoa y queso—, por lo que pedimos dos medianas. Yo con una pequeña suelo llenarme, pero él dice que su cuerpo necesita un buen chute de carbohidratos, y no me extraña con tanto músculo.

      Durante los veinte minutos aproximados que tardan las pizzas en llegar, seguimos viendo la televisión enfrascados en un extraño silencio que no me resulta incómodo. Tal vez porque el final apoteósico de la película nos tiene un poco enganchados a los dos. Y mira que no puede ser más mala. Ya que la trama es penosa, no habría estado mal que se hubiesen currado un poquito los efectos especiales.

      Oliver sigue a mi lado, con nuestros muslos casi rozándose, y siento el olor de su colonia impregnando mis fosas nasales. Qué bien huele el jodío.

      Cuando el timbre suena y se levanta para abrir la puerta, aprovecho para tomar aire. No puedo evitar deslizar la mirada por su cuerpo —sobre todo, por su trasero— y preguntarme cómo se verá con el traje de bombero. Mi vientre palpita y me remuevo en el sofá, nerviosa. ¿Tendrá alguna foto por ahí que pueda curiosear? «Para, Victoria, que esto está yéndosete de las manos». Oliver se da la vuelta y me levanto dispuesta a ayudarlo.

      —¿Saco los vasos y cojo las servilletas? —le pregunto.

      —Claro. Están ahí —me contesta señalándome unos cajones. Deja las pizzas encima de la mesa, y me acompaña a la cocina.

      Mientras preparo la mesa, él coge dos latas de refrescos, me las enseña y yo asiento.

      Comemos viendo la televisión, esta vez, un programa de entretenimiento. Intercambiamos algunas palabras, pero nada importante. Cuando recogemos y nos sentamos de nuevo en el sofá, me pregunta:

      —¿Te apetece ver alguna peli?

      —Si encuentras algo mejor que la del pulpo gigante… —le respondo.

      Suelta una carcajada, y mi estómago se retuerce. Durante unos segundos, veo en él a aquel chico de doce años, y siento nostalgia y miedo a partes iguales. Nostalgia por la amistad que perdimos y miedo porque estaba muy pillada por él.

      Ahora mismo el dicho ese de «donde hubo fuego, cenizas quedan» me da pavor.

      —Tú dime género y yo me encargo —me dice.

      —¿Qué tal terror o suspense?

      Asiente, conforme, y se levanta.

      —Vale, enseguida vuelvo.

      Lo veo alejarse por el pasillo. La pierna derecha le tira un poco al caminar, pero apenas se nota. Tengo una necesidad enorme de hacerle muchas preguntas; sobre el trabajo, por ejemplo. Me sorprendí cuando me enteré de a qué se dedicaba. Me siento un poco desilusionada porque Oliver ni siquiera se ha interesado por mi vida en Madrid y creo que lo más normal, después de estar tantos años sin ver a alguien, es ponerte al día con esa persona. Quizá solo es cuestión de tiempo, no lo sé.

      Cuando regresa con unos cuantos DVD en la mano, decido dejar de comerme la cabeza y disfrutar de la sesión de cine. Total, es el primer día, mejor esto a no hablarnos en absoluto.

      Al final, terminamos viendo Sinister. Yo no la había visto, pero él sí y le gustó mucho. La verdad es que no está mal, y mira que yo soy bastante exigente con el género de terror.

      Nuestros padres llegan pasadas las doce de la noche, se despiden de nosotros y se van a la cama. Diez minutos después, somos los siguientes. Cada uno a la suya, quiero decir.

      Oliver se despide de mí con un «buenas noches», y yo subo a mi habitación.

      Ya acostada, no puedo evitar el pequeño resumen mental del día de hoy mientras voy cogiendo el sueño.

      9

      La mañana siguiente, como no tenemos nada planeado, decido pasarla al sol en la piscina. Desayuno, me pongo el bikini, cojo un libro y me encamino hacia el jardín. Oliver está en el médico, en una revisión, y mi padre y el suyo han ido a ver unos nuevos edificios de esos impresionantes que están construyendo no muy lejos de aquí. Mi madre y Candela están en la cocina, planeando recetas.

      Aprovecho la tranquilidad de la casa y que no está Oliver pululando por aquí para lucir palmito. Aunque no me lo crea ni yo, me da un poco de corte que me vea de esta guisa.

      Después de unos cuantos chapuzones, me acuesto en una de las tumbonas y cierro los ojos. Durante un instante, me dejo llevar solo por el sonido de los pájaros y el de la depuradora de la piscina, y creo que incluso me quedo dormida. Segundos o minutos después, no sabría decirlo exactamente, un carraspeo me sobresalta.

      —Deberías echarte más protección o quitarte del sol, vas a quemarte.

      Abro los ojos para encontrarme con Oliver, que está sentado en la tumbona de mi derecha con un bañador azul marino y una camiseta blanca.

      —Ya, sí. Creo que me he quedado dormida —le contesto aturdida por su sorpresiva presencia. «Y ahora un poco alelada por ti, gracias»—. ¿Qué tal en el médico?

      Muevo mi tumbona hasta que queda a la sombra y no me pasa desapercibido cómo mi examigo me escanea de arriba abajo de reojo. Ahora soy yo la que carraspea, algo nerviosa.

      —Bien, en dos o tres semanas podré volver al trabajo.

      —Me alegro. —Le sonrío y, por unos segundos, nos quedamos mirándonos.

      —Voy… a darme un baño. Hace bastante calor —me anuncia con la voz un poco ronca.

      Se levanta y se quita la camiseta. Menudo espectáculo. Tengo que tragarme el gemido que casi me provoca ver su torso desnudo. Ahora compruebo que es verdad que existen los hombres con cuerpos como ese. Gabriel también estaba fuerte, aunque demasiado. Oliver está cachas, pero bien proporcionado.


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