Tratado de natación. Jose María Cancela Carral

Tratado de natación - Jose María Cancela Carral


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Adriano le dedicó de su puño y letra un honroso elogio que, según la antología epigráfica latina de Franz Bücheler (1870), en castellano rezaría poco más o menos esto: Me hice una vez pero que muy conocido por todas las tierras del país panónico pues de mil guerreros bátavos fui el primero que ante los ojos de Adriano atravesara nadando con equipo completo en toda su anchura las aguas del Danubio, que es un gran río.

      Respecto a las competiciones, hay quien dice que en la antigua Roma se disputaban ya unas carreras de natación. Seguramente se refiere a que todos los años tenía lugar en el mes de mayo una fiesta de natación en Ostia, puerto natural de Roma.

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       Figura 1.7.

       Detalle de la Fuente de Neptuno de la época romana. (Camiña et al., 2000)

      Si las espartanas eran admirables en natación, las mujeres romanas no lo eran menos, y no cedían en nada a los hombres en vigor y valentía, como ocurrió en el caso de Clelia y Cocles contra Pórsena. La natación formaba parte de su preparación ciudadana, como así mismo integraba el sistema de educación de las jóvenes lacedemonias. Gracias a la habilidad que adquiriera en el arte de nadar, Clelia, la joven romana que acabamos de citar y que se dice fue dada a Pórsena como rehén (507 a. C.), logró evadirse con nueve compañeras más atravesando después el Tíber a nado bajo una lluvia de flechas enemigas, y pudo entrar en Roma. También se recuerda que, queriendo Nerón hacer perecer a su madre Agripina, la hizo embarcar en un navío que debía partirse en dos a su voluntad en plena mar. Aunque así sucedió, pudo salvarse y escapar gracias a su habilidad nadando hasta la costa y refugiarse en su villa del lago Lucrito, en donde al final su hijo la haría asesinar.

      Pero aquellos romanos que se habían habituado durante tantos siglos a este ejercicio desde la adolescencia y que, como hemos visto, al salir de sus maniobras de Campo de Marte corrían a sumergirse en el Tíber, descansando allí de sus fatigas, perdieron esa costumbre suya tan viril, que cayó al final en desuso. Vegecio (390 d. C.), que vivió en tiempos del emperador Valentiniano II, en plena decadencia romana, se queja amargamente de un arte en desgracia, de la que ensalza su utilidad, tanto para los caballeros como para los infantes. Pero aun en su pesimismo se les escapan unas gotas de consuelo y de esperanza al informar de que los reclutas, incluso en plena decadencia de su patria, seguían teniendo obligación de aprender a nadar.

      Los galos y los galo-romanos, lo mismo que los francos, más tarde sus conquistadores, eran consumados nadadores, practicando este arte con entusiasmo. La reputación de los francos se ve testificada por un verso de elogio muy conocido de Sidonio Apolinario (475 d. C.), dedicado a su suegro el emperador Avito (Panegyricus, VII, SS 23): «Los hérulos vencen en la carrera; los hunos cuando se trata de lanzar el dardo, y los francos nadando. Pero tú los superas». Una de las principales pruebas a las que se sometían aquellos a quien les conferían la calidad de caballero consistía en una especie de inmersión en la que el novicio aspirante daba pruebas de su destreza nadando y en tiempo de Luis XI aún subsistían en Francia rastros de esta antigua costumbre.

      Pero no eran peores nadadores los germanos. Entre las naciones bárbaras que invadieron el Imperio Romano, se contaban varias que se distinguían por el arte de nadar, especialmente los germanos, de los que se puede decir que pasaban su existencia en el agua. Desde la más tierna infancia, los sumergían en un río y esta ablución fortificante era repetida todos los días.

      La prueba del agua fría era practicada en la mayor parte de los países eslavos, particularmente con el fin de distinguir a las brujas.

      El Juriscónsul dálmata Baltasar Bogisie, describe cómo, alrededor de 1870, pasaban las cosas en Herzegovina y Montenegro: el jefe de la villa reunía a todos los hombres que poseían armas y los motivaba poco más o menos así: «Que cada uno, como haré yo, lleve mañana por la mañana a su madre y su mujer; que las ate con una cuerda pasada por los sobacos y las eche vestidas al lago, el río o el pozo; las que se hundan deberán ser retiradas inmediatamente y reconocidas inocentes. Las que queden a flote son afectas a la brujería».

      Las más abundantes descripciones de la Saga septentrional fueron recogidas en los dos Eddas, poemas épicos escandinavos por excelencia, los cuales proporcionaron profusa materia sobre atletismo, pero especialmente, sobre natación. El Edda es una recolección de leyendas de los siglos VI, VII, VIII d. C., y puestas en verso, escrito por el islandés Soemund Sygfuson (año 1100). Todos ellos afirman hasta la saciedad de qué forma era apreciada y practicada la natación por los hombres del norte. En la remota antigüedad los jefes de la tribu, los héroes y los reyes eran ejemplares humanos de un valor, de una destreza y un poder físico extraordinarios; venían a ser los atletas más completos, más dignos y más necesitados de cada país o villa. Continuaron siéndolo en la Edad Media, en los pueblos bárbaros y conquistadores en la antigua, conservando la memoria de sus hazañas gracias a sus aedos, runoyas, escaldos, kanteleros, gleeme, poetas, juglares, bardos o trovadores (hoy cronistas o historiadores).

      En el poema Beowulf, escrito en Britania sobre el año 700 d. C. y cuyo manuscrito en anglosajón, del siglo X, se encuentra en el British Museum de Londres, se describe una brava competición entre Beowulf, príncipe de los Geats, y Brecca, uno de sus 14 compañeros de expedición, contra Grendel.

      El emperador Carlomagno (742-814), quien según su biógrafo Eginardo, era un hombre fuerte, de casi 2 m de estatura y también el mejor nadador de su tiempo, se bañaba con su séquito en los entonces preservados baños romanos de Führertum al igual que en otros nuevos baños del país y en los ríos. El grande entusiasmo por la natación de los francos también se refleja en el poema de elogio que Ermoldo el Negro, monje de Aniano, le dedicó a Ludovico Pio (814-840), hijo de Carlomagno, con el fin de que le perdonara el castigo que le aplicara por creerlo un conspirador. En él se relatan travesías en el río Loira, zambullidas de cabeza y otros aspectos de la natación de aquel tiempo. Suya, del rey Ludovico, parece ser la frase: «Quien no llegue por barco, que se vaya nadando».

      También los vikingos, los rubios escandinavos guerrerosatletas del norte, eran formidables nadadores; al igual que los normandos, los anglosajones (de Britania) y los celtas (de Hibernia).

      La natación entre los vikingos y demás guerrerosatletas del norte constituía una educación corporal completa, tal como la consideramos hoy en día. Existen descripciones de un realismo sorprendente. Dicen que cuando el sabio Gest visitó al rey Olaf en Islandia, los hijos de este último estaban nadando en el río Lach. Olaf llevó a su distinguido huésped al río. Los hijos del rey eran los mejores en esta diversión. Muchos otros jóvenes de distintos lugares también habían ido allí con la intención de nadar.

      El vigoroso Grettir (996-1031), un poeta islandés, había sido proscrito a causa de un asesinato y huyó a la más solitaria de las rocas de Drangö. Desde allí, para traer fuego un día, nadó con manto, pantalones y pieles de nadar en sus manos hasta la tierra poblada, que se encontraba a 2 kilómetros.

      Nos encontramos con muchas leyendas de actos heroicos de natación. En Thule, XIII, 314, relatan hazañas en las islas Feroe. En Thule, VIII, 250, nos hablan de hazañas en Islandia. El Kálevala (poema nacional finlandés) se describe la natación en Finlandia.

      En la Edad Media se abandonaron y olvidaron todos los aspectos físicos, apenas se conocía la natación, casi nadie sabía nadar, siendo sólo un medio utilizado por marineros y pescadores. Con la creciente explotación de los campesinos y bajas clases urbanas, su tiempo libre iba siendo cada vez menor, lo que hizo que les resultara casi imposible poder practicar los deportes. La situación se agravaba por el hecho de que los deportes en general se habían prohibido por influencia de los escolásticos. La natación y el baño fueron


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