Talmira. Víctor López Márquez

Talmira - Víctor López Márquez


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día, fui mandado a tomar una guarida de desertores del ejército templario.

      Cuidadosamente, me interné en una guarida custodiada por soldados y arqueros veteranos.

      Cuando menos se lo esperaban los bandidos, ataqué. En los primeros golpes derribé a dos, a los que le siguieron cuatro más.

      Los bandidos habían cometido un grave error. En vez de atacarme lanza en ristre, creyeron que, por tener unos ocho años caería de un espadazo, pero no sabían que ese niño (yo) era un veterano del combate cuerpo a cuerpo, por lo que mis mandobles siempre acertaban en el enemigo.

      Después de derribar a más de diez bandidos, me encontré con un hombre de extraño aspecto. Tenía la piel muy blanca y una larga barba gris.

      Me contó que pertenecía a una antigua orden del reino de hielo, y me suplicó que si no le mataba me enseñaría magias de escarcha. Acepté.

      (La orden de Hielo surgió en el reino de Helada, tierras de hielo y fuego, sobre el año 3400 de la primera edad, en los albores de los tiempos. La orden fue disgregada en el año 1054 de la tercera era, después de más de cinco mil años de mandato)

      Nos abrimos paso entre unas catacumbas llenas de peligros escondidos en cualquier lugar. Tuvimos que luchar contra bandidos, y hasta contra espectros.

      Al final, el rehén y yo llegamos hasta una sala donde se encontraba un poderoso jefe de aspecto fantasmal.

      Era de más de dos metros de altura, tenía el cuerpo lleno de vendas y ungüentos, y todavía se podía ver algo de podrida carne.

      —Sin duda murió de lepra[1] —comentó el rehén.

      Era mucho más alto de lo que parecía. De lejos era como de un metro sesenta, pero al acercarme me di cuenta de que medía un mínimo unos dos metros.

      —Creo que la vamos a liar…

      En el primer momento atacó. Por poco me daba un espadazo en la espalda, y, a juzgar por su fuerza, me habría abierto una buena brecha. Menos mal.

      El mago tampoco se defendía mal. Al contrario, no paraba de utilizar todo tipo de conjuros y hechicerías. Hasta llegó a congelarle un brazo al enemigo.

      El jefe esqueleto cayó en combate contra mí, al asestarle un terrible golpe en el cuello.

      Tras derrotar al jefe, conseguí llegar hasta una pared grabada de runas. Eran grandes, y seguro que mágicas, me costó descifrarlas, pero lo conseguí. Me permitió localizar una pequeña roca en la que había clavada una legendaria espada.

      En la espada ponía: ‘El que consiga esta espada será el héroe que cambiará la historia de la humanidad para siempre y nunca jamás’.

      Capítulo 2

       Misiones de locos

      Después de lo ocurrido en las catacumbas, ascendí dentro de la orden hasta ayudante de maestro templario. Era un trabajo muy duro, tenía que revisar que no faltara ni un arma en la galería, a la vez que evitar las trastadas que gastaban los aprendices.

      Sin embargo, la felicidad no pudo durar mucho tiempo. En el año 1090, cuando tenía diez años, La Cruz Blanca invadió el reino donde vivía, Amberes.

      Mi maestro y yo fuimos enviados a la frontera para luchar contra el invasor. La batalla de Airnalla iba a comenzar.

      En la batalla, los soldados Amberienses quedaron acorralados y prácticamente derrotados, pero la caballería conseguiría salvarlos.

      Los soldados del enemigo se habían creído capaces de derrotar a nuestros soldados teniendo un ejército constituido en gran parte por milicias de espadachines, las cuales se defendían medianamente y tenían una escasa moral. Parecían estar locos al concentrar sus tropas contra los grandes espaderos templarios, los cuales eran la mayoría soldados de élite, bien curtidos y experimentados.

      Los hombres de La Cruz Blanca huían hacia su castillo, pero nuestros arqueros dejaron pasar solo a cuatro de ellos.

      Luché fuertemente. En las primeras horas derribé a siete enemigos, lo cual era algo muy extraño para un aprendiz. Gracias a esta batalla, conseguí mi primera runa mágica.

      nc3 CATRISBA, LA RUNA DE LA SUERTE

      Tras derrotar al enemigo, recibí una buena recompensa y una nueva anotación en mi expediente:

       Nombre: Elior.

       Padres: Lord Gareborn y Lúcida.

       Rango: Aprendiz Experto Templario.

       Fuerzas:Manejo con la espada y la maza.Mucha habilidad.Posee un alto grado de sociabilidad.

       Debilidades:Posee una fuerza muy escasa.Debería mejorar su temperamento.

       Logros: Ha luchado sin morir en la batalla de Airnalla.Atacó y tomó la guarida de los desertores.

       Firmado por: Firmado por:

       Durcall III Lören.

       Total: Ha sido un buen alumno. Nota: 8

      Para celebrar mi subida de nivel de aprendiz a experto templario, invité a mis amigos a pasar un día en el campo. Estábamos jugando y divirtiéndonos cuando a Condor se le ocurrió escalar el monte Halrum.

      Condor, Vanessa, Anne y yo estuvimos más de dos horas escalando hasta llegar a lo alto del monte. Al llegar, divisamos en el horizonte una extraña torre de aspecto maligno. Pregunté:

      —¿Qué es eso?

      —No lo sé —respondió Condor.

      La torre pertenecía a Hasnnurt, liderada por el Señor del Caos, quién dirigía todas sus operaciones desde el centro de Sylvania, tierras que estaban situadas en territorio desconocido. Lo que sí se sabía era que esas tierras estaban en manos del mal, y que sus habitantes solían ser orcos, halogs, duendes, humanos del caos, trolls y nigromantes. Eran tierras muy inestables, en las que los diferentes caudillos luchaban entre sí solo por conseguir un poco más de poder y renombre.

      Capítulo 3

       Sigue el transcurso de mi vida

      Hoy cumplo diez años. Me encuentro en la sala de los Lores, para recibir una misión. El rey Durcall que se encuentra presente me dice:

      —Nuestros espías nos han revelado que sucesos extraños están ocurriendo en las cuevas de Milher. Hace poco desaparecieron por esos lares varias patrullas. Tu misión es entrar en las cuevas de la comarca y descubrir lo que está ocurriendo ahí.

      Salí de la ciudad dirigiéndome a la comarca. Mientras tanto, Condor estaba cazando conejos cuando, de repente, se encontró un hombre inconsciente. Condor, que era bastante cauteloso, no reveló lo que había visto por no ser acusado de su “casi muerte” por las autoridades, y marchó rápidamente a la ciudad.

      Estaba de camino cuando divisó un grupo de extraños jinetes negros. Era algo raro tener semejantes visiones por esas tierras.

      Eran jinetes del Caos. De armaduras negras, densas capas y carcomidas espadas, su misión era acabar con sus rivales sin llamar la atención.

      Condor tenía que huir, pero los jinetes estaban vigilando la zona. De repente apareció un grupo de extraños seres parecidos a los orcos. Entre ellos se encontraba un hombre que podía ser el jefe. Nadie lo sabía.

      —Hai —empezó a decir el jefe.

      —Hai —respondió el jinete.

      —Como quería nuestro señor, he reunido a todos los halogs de las montañas de los alrededores.

      —Tranquilo. Los necesitaremos… —respondió el jinete más alto.


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