El futuro comienza ahora. Boaventura de Sousa Santos
La intensa teología que se teje alrededor de esta escatología contempla varios niveles de invisibilidad e imprevisibilidad. El dios, el virus y los mercados son las formulaciones del último reino, el más invisible e impredecible, el reino de la gloria celestial o la perdición infernal. Sólo ascienden a él aquellos que se salvan, los más fuertes (los más santos, los más jóvenes, los más ricos). Debajo de ese reino está el reino de las causas. Es el reino de las mediaciones entre lo humano y lo no humano. En este reino, la invisibilidad es menos tupida, pero la producen las intensas luces que proyectan sombras densas sobre él. Este reino está compuesto por tres unicornios. Sobre el unicornio, Leonardo da Vinci escribió: «El unicornio, debido a su falta de templanza e incapacidad para dominarse a sí mismo, y también al deleite que le brindan las doncellas, olvida su ferocidad y salvajismo. Deja de lado la desconfianza, se acerca a la doncella sentada y se duerme en su regazo. De este modo, los cazadores logran cazarlo» (Da Vinci, 2016: 320). En otras palabras, el unicornio es un todopoderoso feroz y salvaje que, sin embargo, tiene un punto débil, sucumbe a la astucia de todo el que logre identificarlo.
Desde el siglo xvii, los tres unicornios han sido el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. Estos son los principales modos de dominación. Para dominar efectivamente, tienen que ser imprudentes, feroces e incapaces de ser dominados, como advierte Da Vinci. A pesar de ser omnipresentes en la vida de los humanos y las sociedades, son invisibles en su esencia y en la articulación esencial entre ellos. La invisibilidad proviene de un sentido común inculcado en los seres humanos por la educación y el adoctrinamiento permanentes. Este sentido común es, al mismo tiempo, evidente y contradictorio. Todos los seres humanos son iguales (afirma el capitalismo); pero, como existen diferencias naturales entre ellos, la igualdad entre los inferiores no puede coincidir con la igualdad entre los superiores (afirman el colonialismo y el patriarcado). Este sentido común es antiguo y Aristóteles ya debatió sobre él, pero no fue hasta el siglo xvii que se introdujo en la vida de las personas de a pie, primero en Europa y luego en el resto del mundo.
A diferencia de lo que piensa Da Vinci, la ferocidad de estos tres unicornios no sólo se basa en la fuerza bruta. También se basa en la astucia que les permite desaparecer cuando aún están vivos o parecer débiles cuando permanecen fuertes. La primera astucia se revela en un gran número de artimañas. Así pues, con la victoria de la Revolución rusa, parecía que el capitalismo había desaparecido en una parte del mundo. Sin embargo, simplemente hibernó dentro de la Unión Soviética y siguió controlando desde fuera (capitalismo financiero, contrainsurgencia). Hoy, el capitalismo adquiere más vitalidad en el corazón de su mayor enemigo de siempre, el comunismo, en un país que pronto será la primera economía del mundo: China. A su vez, el colonialismo ocultó su desaparición con la independencia de las colonias europeas, pero, de hecho, continuó metamorfoseándose en neocolonialismo, imperialismo, dependencia y racismo. Finalmente, el patriarcado parece estar muriendo o debilitándose debido a las importantes victorias de los movimientos feministas en las últimas décadas, pero, en realidad, la violencia doméstica, la discriminación sexista y el feminicidio siguen aumentando sin parar. La segunda astucia consiste en la aparición del capitalismo, el colonialismo y el patriarcado como entidades separadas que no tienen nada que ver entre ellas. La verdad es que ninguno de estos unicornios separados tiene el poder de dominar. Sólo los tres juntos son todopoderosos. Es decir, mientras haya capitalismo, habrá colonialismo y patriarcado. Las combinaciones pueden variar mucho dependiendo del país, pero globalmente prevalecen.
El tercer reino es el de las consecuencias. Es el reino en el que los tres poderes todopoderosos muestran su verdadero rostro. Esta es la capa que la gran mayoría de la población logra ver, aunque con cierta dificultad. Este reino tiene hoy dos paisajes principales donde lo siguiente es más visible y cruel: la concentración escandalosa de riqueza con la consecuente desigualdad social extrema; la destrucción de la vida en el planeta con la inminente catástrofe ecológica. Es ante estos dos paisajes brutales que los tres seres todopoderosos y sus mediaciones muestran hacia dónde nos llevan si continuamos considerándolos todopoderosos. ¿Pero son todopoderosos? ¿O acaso su omnipotencia sólo es el espejo de la incapacidad inducida por los humanos para luchar contra ellos? He aquí la cuestión.
La realidad suelta y la excepción en tiempos excepcionales
La pandemia otorga una libertad caótica a la realidad y cualquier intento de aprisionarla analíticamente está condenado al fracaso, ya que la realidad siempre va por delante de lo que pensamos o sentimos sobre ella. Teorizar o escribir sobre ella es poner nuestras categorías y nuestro lenguaje al borde del abismo. Como diría André Gide, es concebir a la sociedad contemporánea y su cultura dominante como una mise en abyme[1]. Los intelectuales son los que más deberían temer esta situación. Al igual que lo que ocurrió con los políticos, los intelectuales, en general, también dejaron de mediar entre las ideologías, las necesidades y las aspiraciones de los ciudadanos comunes. Median entre ellos, entre sus pequeñas y grandes diferencias ideológicas. Escriben sobre el mundo, pero no con el mundo. Hay pocos intelectuales públicos, y estos tampoco escapan al abismo de estos días. La generación que nació o creció después de la Segunda Guerra Mundial se acostumbró a tener un pensamiento excepcional en tiempos normales. Ante la crisis pandémica, les resulta difícil pensar en la excepción en tiempos excepcionales. El problema es que la práctica caótica y esquiva de los días va más allá de la teorización y debe entenderse en términos de subteorización. En otras palabras, como si la claridad de la pandemia creara tanta transparencia que nos impidiera leer y mucho menos reescribir lo que estábamos registrando en la pantalla o en papel. Son dos ejemplos que analizaré más tarde. Tan pronto como estalló la crisis pandémica, Giorgio Agamben se rebeló contra el peligro del surgimiento de un estado de excepción, un surgimiento que viene de lejos y que con la pandemia sólo se ha agravado. El Estado, al tomar medidas para vigilar y restringir la movilidad con el pretexto de combatir la pandemia, adquiere poderes excesivos que ponen en peligro la propia democracia. Esta advertencia tiene sentido y, como veremos en el Capítulo 5, fue premonitoria en el caso de algunos países. Pero se escribió en un momento en el que los ciudadanos, presos del pánico, se dieron cuenta de que los servicios nacionales de salud no estaban preparados para combatir la pandemia y exigieron que el Estado tomara medidas efectivas para prevenir la propagación del virus. La reacción no tardó en llegar y Agamben tuvo que dar marcha atrás. En otras palabras, la excepcionalidad de esta excepción no le permitió pensar que hay varios tipos de excepciones, y que, por lo tanto, en el futuro no sólo tendremos que distinguir entre Estado democrático y estado de excepción, sino también entre estado de excepción (estado de emergencia, de alerta, de calamidad, etc.) democrático y estado de excepción antidemocrático.
El segundo ejemplo se refiere a Slavoj Žižek, quien al mismo tiempo predijo que la pandemia apuntaba al «comunismo global» como la única solución futura. La propuesta se alineaba con sus teorías planteadas en tiempos normales, pero pareció totalmente descabellada en tiempos de excepción excepcional. Él también tuvo que reconsiderarlo. Por muchas razones, he argumentado que ha concluido el momento de los intelectuales de vanguardia. Los intelectuales deben aceptarse como intelectuales de retaguardia, deben estar atentos a las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos comunes y teorizar a partir de ellas. De lo contrario, los ciudadanos estarán indefensos ante los únicos que saben hablar su idioma y entienden sus preocupaciones. En muchos países, estos son los pastores evangélicos conservadores o los imanes del islamismo radical, apologistas de la dominación capitalista, colonialista y patriarcal.
La escala del planeta visto desde el virus
La pandemia provocó el mayor cambio de escala de la vida humana y del planeta después de 1972. El 7 de diciembre de 1972, los astronautas de la nave espacial Apolo fotografiaron por primera vez el planeta Tierra a 29.000 kilómetros de altura durante su viaje a la Luna. Fue entonces cuando surgió The Blue Marble, una sorprendente imagen de la Tierra que rápidamente se transformó en la más reproducida de la historia. Esta imagen cambió profundamente la representación dominante de la escala del planeta en el conjunto del universo. Lo que hasta entonces era infinitamente grande e inabarcable para la mayoría de los mortales surgía ahora como una pequeña esfera girando en un universo, ese sí, infinito. En esta nueva escala, el mundo aparecía miniaturizado, una pequeña casa común con el destino común que la hacía rotar de manera regular en