El vuelo del águila. Leonardo Boff

El vuelo del águila - Leonardo Boff


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Su estilo de vida se ha mundializado. Con él va unida la destrucción de ecosistemas, la amenaza nuclear y la falta de compasión, que relega millones y millones de personas a la miseria.

      Los indicadores de la situación mundial son alarmantes. Dejan poco tiempo para los cambios necesarios. Estimaciones optimistas señalan como límite el año 2030. A partir de esa fecha, nadie garantiza la sustentabilidad del sistema-Tierra.

      Por tanto, ahora, más que nunca, necesitamos sabiduría; sabiduría para captar las transformaciones imprescindibles; sabiduría para definir la dirección acertada; sabiduría para proyectar el sueño que nos guiará; sabiduría, en fin, para dar prioridad a las acciones concertadas que harán realidad ese sueño.

      Resumiendo, tres son los nudos problemáticos que urge desatar: el nudo de la extinción de los recursos naturales no renovables, el nudo de la soportabilidad de la Tierra (¿cuánta agresión puede soportar?) Y el nudo de la injusticia social mundial.

      No pretendemos detallar tales problemas, ya ampliamente conocidos; sólo queremos compartir y reforzar la convicción de muchos. Según ésta, la solución de los problemas mencionados no se encuentra en los recursos de la civilización vigente, pues el eje estructurador de ésta consiste en la voluntad de poder y de dominación. Someter la tierra, explotar al máximo sus recursos, conquistar pueblos y apropiarse de sus riquezas, buscar la prosperidad, incluso a costa de la explotación de la fuerza de trabajo y de la de la naturaleza: he aquí el sueño más grande que ha movilizado y sigue movilizando al mundo moderno. Ahora bien, esta voluntad de poder y de dominación está llevando a la humanidad y a la Tierra a un callejón sin salida fatal. O cambiamos o perecemos.

      Tenemos que cambiar nuestra forma de pensar, de sentir, de valorar y de actuar. Nos urge hacer un cambio revolucionario en nuestra civilización, bajo otra inspiración y a partir de otros principios más benevolentes para con la Tierra, sus hijos y sus hijas. De este modo, los seres humanos podrán salvarse y salvar también su bello y radiante planeta tierra.

      Más todavía. Apoyamos la idea de que los sufrimientos actuales poseen un significado que transciende la crisis de la civilización. Se ordenan a algo más grande. Revelan los trabajos de parto en que estamos señalan el nacimiento de una nueva etapa en el proceso de hominización. Están surgiendo los primeros brotes de un nuevo pacto social entre los pueblos y de una nueva alianza de paz y de cooperación con la Tierra, nuestra casa común.

      Rechazamos la idea de que los 4,5 billones de años de formación de la Tierra sólo hayan servido para su destrucción. Las crisis y los sufrimientos se ordenan a una gran aurora, que nadie podrá detener. De una época de cambio pasamos al cambio de época. Estamos dejando atrás un paradigma que plasmó la historia en los últimos quince mil años.

      Hace diez o doce mil años, el ser humano inauguraba el neolítico. Abandonó las cavernas y se aventuró a la conquista del mundo exterior. Mediante sucesivas revoluciones, que podemos llamar revoluciones del neolítico, lo transformó.

      La primera de ellas, la más universal de todas fue la revolución agrícola. Se domesticaron animales y plantas, se regaron los campos, se crearon villas y ciudades y se garantizó la infraestructura de la subsistencia material de los seres humanos. A partir de esta época, se empezaron a echar las raíces del patriarcado, es decir, de la dominación del principio masculino y de los hombres sobre las mujeres en la organización de la vida humana. Dicho en términos tecnológicos, fue una gran liberación. ¿Pero a qué costo?

      14 mil años después, se hizo la revolución industrial. Se creó la máquina, que se incorporó a la fuerza física del ser humano. Éste ya no tuvo necesidad de hacer grandes esfuerzos, cargar pesos y gastar su salud en la producción. Lo sustituyó la máquina. Se mantuvo e incluso se reforzó el patriarcado, pues crecieron los medios y las formas de dominación sobre las personas y sobre la naturaleza. No obstante, en relación a las carencias humanas, fue una considerable liberación. ¿Pero a qué costo?

      En nuestros días, trescientos años después, se hizo la revolución del conocimiento y de la comunicación. Se creó otro tipo de máquina, que se incorporó a la fuerza mental del ser humano: el cálculo, el trabajo intelectual, el descubrimiento por medio del computador, del robot y de la informática. Se avanzó hacia dentro del corazón de la materia, sacando informaciones de las partículas subatómicas y de las energías primordiales. Se penetró dentro del misterio de la vida, recogiendo las informaciones del código genético y revolucionando el futuro por la biotecnología y por el copilotaje de la evolución. Es una liberación tecnológica inimaginable. ¿Pero a qué costo?

      Es importante reconocer, sin embargo, que asistimos al surgimiento de lo femenino, que desenmascara la presencia del poder masculino en todos los campos de la vida familiar y social, en las expresiones del lenguaje, en la formulación del saber y en la institución de ritos y tradiciones, y denuncia el patriarcado como poder opresor de la mujer y del mismo hombre. El ecofeminismo de manera especial, ha obligado a lo masculino y a toda la cultura a una redefinición que busca más equilibrio y relaciones más inclusivas y participativas.

      Hay que reconocer que todas estas revoluciones, nacidas en el cambio del neolítico, transformaron, sin duda, la faz de la Tierra. Acortaron distancias y aceleraron el tiempo. Trajeron comodidades para la vida cotidiana, llenando, por ejemplo, nuestras casas de electrodomésticos y de otros instrumentos de comunicación. Cambiaron los paisajes. Donde ayer había mar, hoy hay una ciudad. Donde había una montaña, hoy funciona una fábrica. La misma composición físico-químico-biológica del Planeta es otra. El ser humano acumuló un poder inmenso pero peligroso.

      Este proceso conquistó, en mayor o menor escala, los cuatro puntos cardinales de la Tierra. Penetró en todas las culturas, hasta en las más recónditas del corazón de la selva amazónica o del interior del Sudeste Asiático. Allí puede faltar comida en la mesa, pero no falta un aparato de radio o un televisor que permite a sus moradores el estar unidos al mundo y soñar. Hoy, todo está pensado, proyectado y producido en función de la aldea global planetaria en que se está transformando nuestro planeta Tierra.

      Simultáneamente, este proceso es responsable de la devastación del sistema-Tierra, por la monocultura tecnológica y material, por el patriarcado todavía dominante, por la deshumanización y falta de compasión en las relaciones sociales. La Tierra y los humanos han pagado un precio demasiado alto por el tipo de desarrollo que proyectaron. La continuidad de este proceso puede destruirnos.

      Para superarlo, es importante identificar las causas que lo generaron. No basta, por consiguiente, señalar las fechas de su desarrollo histórico, como lo hicimos rápidamente. Urge denunciar al motor que empujó esta historia al punto dramático en que se encuentra en la actualidad. ¿Qué propósito se esconde detrás de este inmenso proceso técnico-científico-cultural, que es al mismo tiempo benefactor y perverso?

      Respondemos: se esconde la figura del Adán bíblico que, conforme al texto sagrado, siente el llamado de dominar la Tierra y todo lo que ella contiene: las aves del cielo y los peces del mar. Se oculta la figura mitológica de Prometeo, divinidad que robó el fuego del cielo y se lo entregó a los humanos, haciéndose así inspirador del proceso civilizador, asentado sobre el poder-dominación.

      La voluntad del poder y de dominación es el proyecto antropológico en vigor desde el neolítico. Su expresión clásica es el antropocentrismo, que ha marcado toda la trayectoria cultural a partir de entonces. Someter la Tierra, aprovecharse de sus recursos, ignorar la autonomía de los demás seres vivos e inertes, conquistar otros pueblos y someterlos para construir la prosperidad: he aquí el sueño más grande que ha movilizado siempre a esa porción de la humanidad, depositaria de los medios del poder, del tener y del saber.

      El proyecto de poder-dominación alcanzó su expresión máxima a partir del siglo


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