El vuelo del águila. Leonardo Boff
debe ser “el maestro y el dueño de la naturaleza”; y también Francis Bacon (1561-1626), el padre del método científico, que veía el laboratorio como una cámara de torturas de inquisidor. Se debe forzar, coaccionar, torturar a la naturaleza, escribía, hasta que entregue todos sus secretos. Fue el autor de la expresión: saber es poder. Y el poder era entendido como capacidad de dominar, esto es, hacer con los demás lo que él más fuerte quiere.
Con esa postura se radicalizó el antropocentrismo: la dominación total de la naturaleza por el ser humano. Se reafirmó de este modo el patriarcalismo, pues el proyecto de dominación fue pensado e implantado por el hombre-macho, marginando a la mujer e identificándola con la naturaleza. Naturaleza y mujer, según ese proyecto, deben ser sometidas por el hombre-macho.
Como consecuencia, se perdió el sentido de la unicidad de la vida y de la diversidad de sus manifestaciones, la percepción espiritual del universo y el esprit de finesse (espíritu de finura) ante el misterio de la vida y del universo. Todas estas características son atribuciones que lo femenino (la dimensión del anima, en el hombre y en la mujer, pero principalmente en la mujer) podría haber dado a la humanidad. Pero, al contrario, imperó el esprit de géometrie (el animus, el espíritu de cálculo y de control), expresión máxima de lo masculino.
A esta base filosófica se añadió la base científica. Galileo Galilei (1564-1642), Copérnico (1473-1543) y Newton (1643-1727) proporcionaron la nueva imagen del mundo fundada en las matemáticas, en la física y en la astronomía heliocéntrica. El matrimonio de la teoría con la práctica originó la cosmología1, llamada moderna.
Esta cosmología posee las siguientes características: es materialista y mecanicista; es lineal y determinista; es dualista y reducionista; es atomista y compartimentada. Expliquemos estos términos.
El universo, en esta percepción del mundo (cosmología), está compuesto de materia, esencialmente estática e inerte. Funciona como una máquina que ha existido siempre. Las leyes son deterministas y permiten una descripción matemática exacta de todos los fenómenos. La lógica es lineal, pues para cada efecto existe la causa correspondiente. Toda la complejidad de la realidad se reduce a sus elementos más simples.
Es reduccionista, porque reduce la capacidad de conocimiento de los seres humanos solamente al enfoque científico. Sometiéndola a la manipulación técnica, se reduce la capacidad de la naturaleza de regenerarse creativamente. Considera todas las realidades, desde las estrellas hasta el cuerpo humano, compuestas por los mismos elementos básicos (los átomos indivisibles e inertes), discretos, yuxtapuestos, sin ninguna relación entre sí, cuyos procesos son mecánicos.
Es dualista, porque separa materia y espíritu, hombre y mujer, religión y vida, economía y política, Dios y mundo. El espíritu es ignorado o reducido a la esfera de lo privado. Lo que cuenta es la materia, mensurable, matematizable, manipulable y destituida de cualquier tipo de irradiación y propósito. Es entregada, sin consideración alguna ética o espiritual previa, al proyecto de desarrollo material diseñado por el ser humano.
Ya se dijo que los efectos de esta visión reduccionista y dividida sobre la mente humana constituyen una verdadera lobotomía: nos han hecho obtusos ante las maravillas de la naturaleza e insensibles frente a la reverencia que el universo naturalmente provoca. Nos hemos quedado desencantados. ¿Hay cosa peor que perder la magia, el brillo, la irradiación de la vida, de las personas, de las cosas y del universo?
En cuanto a lo social, la voluntad de poder se ha convertido en voluntad obsesiva y desmesurada de concentrar poder, de enriquecerse, de conquistar nuevas tierras y de subyugar a otros pueblos. Tal propósito ha sido la gran obsesión a partir del siglo XVI, en la alborada de la modernidad; se manifestó en el colonialismo, en el imperialismo y en la imposición de la monocultura material, cultural y religiosa, donde quiera que llegaron los comerciantes y los misioneros europeos. Se aplicó a la sociedad lo que Darwin (1809-1882) enseñó acerca de la evolución de las especies y de la selección natural: sólo sobrevive el más fuerte. Esto significa que los pueblos considerados menos desarrollados y las clases consideradas más débiles deben estar subordinados a los que se consideran a sí mismos como los más fuertes; en este caso, a los europeos blancos y cristianos, que asumieran, efectivamente, la función de mostrar a aquellos su lugar de subordinados, y de conducirlos hacia él utilizando generalmente la violencia, mucha violencia.
Pero no es suficiente denunciar la voluntad de poderdominación con sus incontables víctimas. Hay detrás una raíz todavía más profunda, que en nuestro libro Ecología: grito de la Tierra, grito de los pobres, intentamos profundizar. Volveremos a ella más adelante en nuestra reflexión. Aquí sólo la insinuamos con una rápida consideración. El ser humano, en su aventura evolutiva, se fue alejando lentamente de su casa común, la Tierra. Fue rompiendo los lazos de coexistencia con los demás seres, sus compañeros en la eco-evolución. Perdió la memoria sagrada de la unicidad de la vida en sus incontables manifestaciones. Olvidó la trama de interdependencias de todos los seres, de su comunión con los vivos y de la solidaridad entre todos. Se colocó en un pedestal. Pretendió, desde una posición de poder, someter a todas las especies y a todos los elementos de la naturaleza. Tal actitud introdujo la ruptura de la re-ligación de todos con todos. He aquí el pecado originante de la crisis de nuestra civilización, que está llegando en nuestros días a su paroxismo.
Tenemos que encontrar el eslabón perdido. Urge rehacer el camino de retorno, como hijos pródigos, a la casa materna común, a la Tierra. Abrazar a los demás hermanos y hermanas, a las plantas, a los animales y a todos los seres. Para regresar del exilio al que nos hemos sometido, como en la parábola bíblica del hijo pródigo, tenemos que alimentar añoranzas y cultivar sueños.
4. ¿QUÉ SUEÑOS NOS ORIENTAN?
Para rehacer la alianza con la tierra y sellar un pacto de buena voluntad con todos los seres, los sueños son de la mayor importancia. Mueren las ideologías y envejecen las filosofías, pero los sueños permanecen. Son ellos el humus que permite proyectar continuamente nuevas formas de convivencia social y de relación con la naturaleza. Con acierto escribía Seattle, cacique piel-roja, a Stevens, gobernador del Estado de Washington, en 1856, cuando éste obligó a los indígenas a vender las tierras a los colonizadores europeos. El cacique, con razón, no entendía por qué se pretendía comprar la tierra. ¿Se puede comprar y vender la brisa, el verdor de las plantas, la transparencia del agua y el esplendor del paisaje? El contexto revela que los pieles-rojas comprenderían el por qué y la civilización de los blancos, “si conociesen los sueños del hombre blanco, si supiesen cuáles son las esperanzas que él trasmite a sus hijos e hijas en las largas noches de invierno, y cuáles son las visiones que ofrece para el día de mañana”.
¿Cuál es nuestro sueño? ¿Qué esperanza trasmitimos a los jóvenes? ¿Qué visiones del futuro ocupan las mentes y el imaginario colectivo por medio de las escuelas, de los medios de comunicación y de nuestra capacidad de crear valores? ¿Qué cuidado tenemos de la naturaleza y qué benevolencia suscitamos respecto de todos los seres de la creación? ¿Qué nuevas tecnologías utilizamos que no nieguen la poesía y la gratuidad? ¿Qué hermandad fomentamos entre todos los pueblos y culturas? ¿Qué nombre damos al Misterio que nos circunda y con qué símbolos, fiestas y danzas lo celebramos?
Las respuestas a estas preguntas generan un nuevo modelo de civilización. Ante las transformaciones que afectan los fundamentos de nuestra civilización actual preguntamos: ¿quiénes son los actores sociales que proponen un nuevo sueño histórico y diseñan un nuevo horizonte de esperanza? ¿ Quiénes son los sujetos colectivos gestores de la nueva civilización?
Sin detallar la respuesta podemos decir: se encuentran en todas las culturas y en todos los rincones de la Tierra; proceden de todos los estratos sociales y de todas las tradiciones espirituales; están en todas partes. Pero son principalmente los insatisfechos con el actual modo de vivir, de trabajar, de sufrir, de alegrarse y de morir; en particular, los excluidos, los oprimidos y los marginados. Son aquellos que, aun dando pequeños pasos, intentan un comportamiento alternativo y proponen pensamientos creadores. Son incluso aquellos