Eclipse. Miguel Ángel Naharro
un riesgo que todos asumían al someterse a la criociencia, todavía un mal necesario para las misiones espaciales de tiempo indefinido. En su trayectoria había tenido compañeros que despertaron con el cerebro hecho puré o con sus cuerpos completamente paralizados que miraban con ojos sin vida, sin alma. Era algo a lo que uno no lograría acostumbrarse nunca.
—¿Sabe qué sucede, capitán? ¿Se ha terminado el viaje? —preguntó Chani, aunque sin demasiada convicción.
Antes de que pudiese responderle, alguien chocó con él y estuvo cerca de hacerle resbalar en el suelo de la cámara. Era el doctor Foreman, que, con rostro alarmado, se acercó con mucha prisa a uno de los escáneres médicos. Se colocó una especie de brazalete en torno a su muñeca y leyó con premura las lecturas y datos que aparecían con rapidez en la pequeña pantalla. La expresión de su rostro fue relajándose poco a poco y después retiró el escáner y lo apartó a un lado. McNamara alzó una ceja ante la actitud del doctor.
—¿Te encuentras bien, cariño? —dijo Tanara, con la preocupación reflejada en su rostro.
Foreman mostró una sonrisa afable y la rodeó con sus grandes brazos.
—Solo quería asegurarme que no había envejecido ni un día más. ¡Sería un asaltacunas en toda regla ya! —bromeó nervioso.
La chica soltó una risita divertida y después le dio un sonoro beso, cálido y lleno de ternura.
—Creo que voy a vomitar —exclamó McCreed con una mueca de disgusto—. ¿Por qué no os vais ya a la habitación y continuáis allí?
Marcus se rio de manera escandalosa. Se rascó la barba y a continuación le plantó un dedo en el pecho, casi desequilibrándolo y haciéndole dar un paso hacia atrás.
—Te mueres de envidia, pelmazo, con ese careto de amargado y esa chepa. ¿Quién va a querer pasar un rato contigo?
—¿Piensas que esa hermosura está contigo por algo más que por tu cuenta corriente?
El médico se puso rojo y se le hincharon las venas de la frente cuando soltó un puñetazo directo a la mandíbula al hombrecillo, que rodó por el suelo debido al golpe. Se llevó las manos al labio, de donde brotaba sangre. El doctor lo sujetó del cuello con fuerza y lo levantó en alto con ánimo de seguir golpeándolo cuando intervino el capitán, que se interpuso entre los dos, separándolos a la fuerza.
—Dejadlo ya, ¿vale? No tenemos tiempo para estas tonterías —advirtió McNamara, elevando el tono, y mirándolos a los dos con severidad.
Foreman lo soltó, pero resopló no muy contento con tener que hacerlo. McCreed se limpió la sangre y se tocó la dolorida mandíbula. Jonah sabía muy bien que si no lo cortaba de raíz, eso iría a más y no podían permitirse tener enfrentamientos entre su tripulación.
El doctor volvió al lado de Tanara y McCreed se marchó del lugar, en silencio y sin añadir nada más. Alguien le tocó el hombro al capitán y se giró para ver de quién se trataba. Era un confundido Efram Thelin, con gesto de poder vomitar en cualquier momento.
—Jefe, ¿podemos pasar ya al comedor?
Se activaron una serie de haces de luces, avisando de que ya podían prepararse para salir de allí. El capitán se incorporó todavía con algo de torpeza, consiguió esbozar una ligera sonrisa, indicándoles a sus hombres que era la hora.
—Vámonos en fila y en orden, nuestros cuerpos necesitan energía y vitaminas tras la hibernación, muchachos. ¡No comáis demasiado!
El comentario no causó ninguna respuesta positiva, más bien malas caras. A ninguno de ellos le gustaba los suplementos nutritivos que debían ingerir en líquido en las siguientes horas, antes de que su cuerpo aceptase de nuevo alimentos sólidos.
La nave espacial Delfos entraba despacio en órbita alrededor del planeta. A Elena Kosotski este último tramo de la realización de la maniobra se le atragantaba, haciéndosele eterno, aunque sabía que no había más remedio que armarse de paciencia. Hacía pocas horas que habían salido de las cámaras de hibernación, aun así, tardarían todavía un tiempo en recuperarse por completo. Desde una de las grandes mamparas pudieron contemplar el planeta en todo su esplendor.
Era hermoso a su manera, aunque muy diferente de la Tierra. Se bautizó como planeta Gilliam, por Henry Paul Gilliam, el astrónomo que fue su descubridor mucho tiempo atrás. McNamara le había dicho a Elena que los colonos lo llamaban de manera coloquial «Paraíso». No en vano era la primera colonia de la raza humana en un mundo habitable en la carrera por expandirse por el cosmos y una gran esperanza para el futuro.
Se trataba de un planeta extrasolar situado en un sistema de seis planetas que orbitaban una enana roja, por lo que el mundo tenía un lado donde siempre era de día; por el contrario, su otra cara se encontraba sumida en una noche eterna; y en la zona central siempre era atardecer continuo.
La colonia se situaba justo en la cara iluminada del planeta para poder aprovechar la energía solar y así alimentar su maquinaria y sus fotocélulas de energía. Los planes trazados tenían previsto que en próximos años fueran explorando el resto de la superficie y asentándose en otras zonas del planeta.
Foreman, el médico jefe de a bordo, le indicó por el comunicador situado al lado de la mampara que debía trasladarse a la enfermería junto al resto de tripulantes elegidos para la misión de descenso. El doctor les había explicado en diversas ocasiones todas las medidas que tenían que tomar antes de poner un pie en la colonia. Innumerables vacunas de todo tipo y exámenes físicos concienzudos era lo que les esperaba en las próximas horas. No podían permitir que ningún germen o enfermedad pudiese contaminar a los colonos de alguna forma. No era un riesgo admisible ni tolerable.
Varios de sus compañeros se encontraban ya en la enfermería. Robertson, con su cabello rizado dorado y su barba de varios días, bostezó; el australiano parecía perezoso y a veces distraído, pero Elena sabía de muy buena tinta que era solo un espejismo. Por otro lado estaba Dan Laymon, que era un trabajador incansable que siempre sabía salir de los apuros y los retos que se le planteaban día a día. Mientras, Jason O’Neal observaba con paciencia como el médico le inyectaba un concentrado directo en sus venas; su cabello era ya gris, con una frondosa barba que le daba una apariencia de ser de mayor edad de la que tenía en realidad. Su sonrisa nunca se borraba de su rostro, pasase lo que pasase.
El doctor le colocó un bote de pastillas en su mano y le indicó que se las tomase. Luego se volvió hacía Elena con rostro serio, parecía que su mente estuviese en otra parte. Daba la impresión de que no le hacían ninguna ilusión ni la misión ni el haber conseguido llegar sanos y salvos a su destino. El doctor Sakata ayudaba a tratar a los pacientes con la evidente resignación por tener que acompañarlos en el descenso para el primer contacto. El japonés era poco propenso a las misiones de campo, pero fue seleccionado por el jefe de personal y no tenía más opción, para su disgusto.
La astronauta rusa se tumbó en la camilla, dispuesta a recibir todos los medicamentos, cuando McNamara los interrumpió. Foreman frunció el ceño, mostrando el enfado por la intrusión en lo que consideraba su parcela particular.
—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó el doctor con evidente molestia.
—Han establecido contacto con nosotros —afirmó el capitán con claro entusiasmo.
A pesar de las protestas del médico, que contrastaban con la sonrisa de Kosotski, corrieron de inmediato hacia la sala de comunicaciones con expectación. El protocolo mostraba que no debían comunicarse hasta justo antes de aterrizar, pero a nadie le importó saltárselo para poder saludar a los habitantes de Gilliam por primera vez. Las comunicaciones interplanetarias entre el planeta Tierra y la colonia se interrumpieron un año y medio atrás. Era uno de los motivos por los que se requirió una misión de investigación y observación para averiguar qué era lo que había ocurrido, ya se tratase de un desastre natural, de un accidente que hubiese puesto en peligro a la colonia de algún modo o de cualquier otro incidente que explicase el cese del contacto. La supervivencia de la colonia era vital para el gobierno terrestre en vistas a futuras migraciones