Eclipse. Miguel Ángel Naharro
de la humanidad en las estrellas.
La preocupación por la falta de noticias hizo que se formase y se enviase una tripulación en un tiempo récord. Dadas las circunstancias y el tipo de misión, era evidente que debían dar las gracias por haber llegado con éxito y de una sola pieza a su destino.
La señal del monitor era difusa, costaba que se estabilizase, apenas se veía más que una neblina, hasta que de un segundo a otro se aclaró y por fin apareció un rostro humano.
Las interferencias apenas dejaban ver la imagen con nitidez. Era un hombre, de edad ya avanzada, sin duda uno de los primeros colonos supervivientes.
—¿Puedes mejorar la señal? —preguntó McNamara a McCreed.
El técnico negó con la cabeza.
—Los sensores detectan una radiación residual en la atmósfera que interfiere con las comunicaciones.
El capitán se quedó pensativo. La segundo de a bordo se acercó al monitor con el gesto preocupado.
—Puede que fuese ese el motivo por el cual se interrumpiesen las comunicaciones con la Tierra de manera tan brusca.
—Zzz… Nos alegramos de verlos… zzz… tras tanto tiempo sin noticias de nuestro hogar… zzz.
—Les hablamos desde la nave espacial Delfos, venimos para asegurarnos de que siguen sanos y salvos —comentó McNamara.
El hombre asintió sin cambiar la expresión de su rostro.
—Zzz… Serán nuestros huéspedes y les acogeremos en nuestra colonia durante el tiempo que deseen… zzz. Tenemos una petición que hacerles… zzz.
—¿Pueden repetir eso último? —insistió Elena.
Durante unos momentos no consiguieron distinguir las palabras, pero al final, la señal se estabilizó lo suficiente para conseguir comprender lo que trataban de decirles.
—Zzz… Un grupo de colonos desean, ante esta oportunidad, subir a bordo de su nave… zzz. Conservamos un viejo transbordador y sería algo excepcional para los nuestros… zzz.
Kosotski se volvió hacía su oficial superior. Este arqueó sus cejas y se acarició la barbilla mientras reflexionaba. Era probable que una experiencia como visitar una nave terrestre fuera una oportunidad única para sus habitantes. ¿Por qué no? Mientras cumpliesen las reglas y protocolos, no veía nada negativo en ello. Incluso podría llegar a ser una experiencia enriquecedora.
Se dirigió al interlocutor al otro lado de la pantalla y asintió.
—De acuerdo. Tienen permiso para proceder.
El colono pareció muy satisfecho y eso se reflejó en sus facciones con una desbordante sonrisa.
—Zzz… Estamos muy agradecidos. Hasta pronto. Les esperamos con los brazos abiertos… zzz.
—Nos disponemos a iniciar los preparativos para aterrizar con un transbordador en unas horas. Nos veremos pronto. Delfos fuera —se despidió McNamara.
—Parecen encontrarse muy bien, ¿no creéis? —indicó Jason O’Neal.
—Eso parece, aunque las apariencias a veces engañan. Lo averiguaremos muy pronto. Pongámonos en marcha, ¡tenemos mucho por hacer!
2
La colonia fue construida por los terrestres que llegaron al planeta veinte años atrás. Forjaron una ciudad usando las partes y piezas de las mismas naves que los llevaron allí. Eran pequeños edificios de una o dos plantas que se alzaban como viviendas para las familias que vivían de manera pacífica en Gilliam.
La Delfos quedó en órbita estándar, alrededor del planeta, mientras un pequeño transbordador con un equipo formado por una veintena de hombres y mujeres se desprendió de la estructura central de la nave.
Poco tiempo después, la lanzadera aterrizó sin mayores dificultades a las afueras de la ciudad, con gran expectación para sus habitantes. Muchos de ellos no habían conocido nada más que su mundo. Para esa gente la Tierra era solo una historia que se contaba en las escuelas y de la que hablaban sus padres y abuelos con nostalgia y melancolía.
Todos ellos fueron a recibir a los viajeros con una alegría inusitada. No habían tenido visitas nunca, por lo que no era de extrañar semejante demostración de emociones en la población.
Al salir de la pequeña nave, lo primero en lo que se fijaron los astronautas fue en la piel bronceada que lucían los habitantes, fruto de vivir toda su vida en la cara siempre iluminada del planeta. Una vez procedieron a quitarse el casco sintieron el calor, que los golpeó de repente. La temperatura era elevada, sobre todo para quienes no estaban acostumbrados a vivir en un hábitat similar.
Por suerte, la colonia tenía una rica provisión de agua subterránea que la proveía con abundancia.
Al bajar de la escalinata, un hombre de sesenta y tantos años, con nariz chata y ojos almendrados, los esperaba. Su cabello y barba eran completamente blancos y vestía un sencillo traje marrón. Les sonrió y se adelantó para saludarlos.
—Bienvenidos a Gilliam, amigos míos —dijo en voz alta—. Me llamo Elías Torres, soy el gobernador de la colonia y nos alegramos mucho de su llegada.
Elena Kosotski le dio la mano y la gente allí alrededor se puso a vitorear y a gritar de alegría. Terry McCreed y Jason O’Neal se miraron y Sakata no cambió su habitual rostro severo. El resto del equipo lo componían algunos técnicos y exobiólogos que ayudarían en el tiempo que permanecieran allí.
—Síganme —dijo Elías.
Mientras iban caminando entre el gentío, dividido en todas las edades, hombres, mujeres, niños y ancianos; el gobernador les iba explicando informaciones y anécdotas sobre el habitual funcionamiento de la colonia y cómo era su típica rutina cotidiana.
—¿Están ya preparados para el eclipse? —preguntó Elena con curiosidad.
Elías asintió sin dudar ni un segundo.
—Las células solares están cargadas por completo y nos abastecerán de energía hasta que el eclipse pase. Nos costará habituarnos a la bajada de temperaturas y a la oscuridad permanente, pero nada que no podamos sobrellevar, somos luchadores, créame.
—No tengo ninguna duda, gobernador.
Y en verdad, creía que los colonos debían de tener un carácter especial. Sobrevivir tanto tiempo, lejos de cualquier ayuda, contando solo con sus propios recuerdos, daba a entender que eran mucho más duros de pelar de lo que aparentaban. Unos individuos admirables, sin duda.
—En catorce horas estándar tendrá lugar el eclipse y querríamos ayudar en lo que nos sea posible —añadió ella.
—Nos ayudarán… participando en nuestra celebración con motivo del eclipse, que a su vez será una fiesta por su llegada.
Elena frunció el ceño, pero no dijo nada. Le hubiera encantado ponerse enseguida a iniciar todas y cada una de las distintas pruebas y exámenes sobre el terreno que tenían previsto realizar lo antes posible. Aunque estaba claro que no podían ofender a los colonos que los recibían y aclamaban al igual que si fuesen alguna clase de héroes.
—Hemos detectado una radiación residual en la atmósfera que no conseguimos identificar con los sensores de nuestra nave —observó Elena.
—No es peligrosa. Al parecer es un componente natural del planeta, tras todos estos años no hemos tenido ningún enfermo o afectado por su exposición prolongada. Es totalmente inofensiva para el ser humano.
—Aun así, nos gustaría realizar algunos análisis—añadió Jason—. Nunca están de más.
Elías asintió en silencio.
—Por supuesto, son libres de hacer las pruebas que consideren pertinentes.
El equipo de astronautas fue