Experto en gestión medioambiental. Innovación y Cualificación S. L.

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sus descendientes un proceso conocido como reproducción diferencial.

      El proceso por el cual algunos genes y combinaciones de estos son reproducidos en una población más que otros, se llama selección natural.

      El cambio en la composición genética de una población expuesta a condiciones ambientales nuevas, resultantes de la reproducción diferencial de los tipos genéticos (genotipos) y la selección natural, se denomina evolución biológica o simplemente evolución.

      Las especies difieren ampliamente en cómo pueden evolucionar rápidamente a través de la selección natural. El requisito primario es que algunos individuos de una población deben ser capaces de sobrevivir y reproducirse cuando hay un cambio ambiental.

      La capacidad para hacerlo depende del grado de diversidad en el abasto de genes de la especie, el grado de cambio ambiental y cómo de rápido tiene lugar ese cambio. Cuando el grado de cambio ambiental o cuando la velocidad a la que ocurre aumenta, se requiere mayor diversidad genética para la supervivencia.

      Durante un largo tiempo, las especies interactuantes en un ecosistema ejercen presiones selectivas entre sí, que pueden conducirlas a tener varias adaptaciones. La evolución que resulta de dichas interacciones entre especies, se denomina coevolución.

      Por ejemplo, una especie carnívora puede llegar a ser cada vez más eficiente en la caza de la presa. Si ciertos individuos en la población de la presa tienen rasgos que les permitan eludir a las especies depredadoras, transmiten estos rasgos adaptativos a su descendencia. Entonces, la especie depredadora puede desarrollar modos de vencer este nuevo rasgo, lo que conduce a la presa a nuevas adaptaciones, y así sucesivamente.

      La coevolución aumenta o conduce al mutualismo, al comensalismo y otras relaciones entre especies.

      Cuando la especie humana apareció en el planeta, se encontraba totalmente a expensas de las diversas fuerzas del entorno natural. Para sobrevivir, debía dedicar gran cantidad de tiempo y de energía a conseguir alimento y escapar de los distintos peligros de su entorno.

      Su incapacidad provenía del desconocimiento de los mecanismos y de las leyes que rigen el funcionamiento de la naturaleza.

      Por el contrario, en la actualidad, la humanidad debe dedicar una buena parte de sus energías a corregir los impactos y a reducir los riesgos que origina con sus actividades, tanto en el medio natural como en el humanizado, que ella misma ha creado.

      A lo largo de la historia, se pueden distinguir tres grandes fases en la relación seres vivos/medio ambiente. Estas fases no proporcionan una visión totalmente exacta desde un punto de vista cronológico.

      En la actualidad, coexisten las fases precedentes, debido al diferente nivel alcanzado en el desarrollo técnico-cultural de los distintos grupos que pueblan la Tierra.

      5.1. Fase de caza-recolección. Uso sin transformación del entorno

      En esta etapa, la de mayor duración con mucha diferencia de la existencia humana, el hombre era nómada, cazador y recolector. Empleaba su fuerza muscular y todo su tiempo en la satisfacción de sus necesidades alimentarias. Durante mucho tiempo, la única fuente de energía fue la solar, en forma de alimentos.

      En un principio, para la obtención de comida solo empleaba su propio cuerpo, por lo que su capacidad de cosechar estaba muy limitada por mecanismos físicos, tales como velocidad de desplazamiento para capturar una presa o posibilidad de trepar para obtener frutos. Por ello, su acción sobre el medio no fue más notable que la de cualquier otro mamífero.

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       Sabía que...

      Este tipo de hombre era denominado Hombre de Neandertal, surgió hace unos 230.000 años y se alimentaba de grandes animales como los mamuts.

      Con el paso del tiempo, empezó a utilizar herramientas (inicialmente muy sencillas, como palos y piedras, pero progresivamente más complejas y eficaces), con lo que su capacidad cosechadora se incrementó notablemente, ocupando nichos ecológicos que inicialmente correspondían a otras especies. Por otra parte, el dominio del fuego, que usaba para calentarse, cocinar y defenderse de otros animales, constituyó una auténtica revolución en su historia y supuso la utilización de recursos energéticos como la madera.

      En tales condiciones, la población humana se mantenía en equilibrio: su aumento implicaba una disminución de los alimentos disponibles, lo que se traducía en un mayor número de muertes por desnutrición.

      Se calcula que al final de este periodo, los seres humanos repartidos por el mundo apenas superarían los 5 millones de individuos, y su influencia sobre el ambiente era apenas superior a la de cualquier otra especie.

      5.2. Fase agrícola-ganadera. Uso con transformación limitada del entorno

      El panorama anterior cambió radicalmente hace unos 10.000 años, con la aparición de la agricultura y la ganadería, una auténtica revolución que acabó con nuestra dependencia directa de la naturaleza para obtener alimento, y que tuvo como consecuencia que las poblaciones fueran haciéndose cada vez más sedentarias.

      Una diferencia fundamental en su relación con el ambiente, entre poblaciones nómadas y sedentarias, es que las primeras explotan una amplia gama de ambientes y lugares, mientras que las segundas se limitan a unos pocos ambientes próximos a sus residencias, por lo que su explotación es muy intensa.

      La agricultura posibilitó la producción de un excedente de alimentos y, paralelamente, la domesticación de algunas especies de animales facilitó la utilización de máquinas rudimentarias, el transporte y el desplazamiento.

      Una de las consecuencias fue que parte de la población pudo dedicarse a actividades distintas a la adquisición de alimentos y, con ello, se inicia un importante desarrollo tecnológico: descubrimiento de los metales e invención de utensilios revolucionarios como el arado, el carro de ruedas, variedad de armas, etc.

      Como fuentes de energía, además de las utilizadas en la etapa anterior, se añaden la tracción animal y las energías hidráulica y eólica (molinos de agua y viento, buques de vela, etc.).

      Todo ello supuso un importante crecimiento poblacional, con el desarrollo de grandes ciudades y sociedades cada vez más complejas, con trabajos especializados: se realizan importantes obras de construcción, se inicia el comercio a gran escala, etc.

      El resultado fue una mejora sustancial de la calidad de vida, pero el mantenimiento de una población en crecimiento implica unas necesidades de alimentos y otros recursos cada vez mayores.

      La agricultura-ganadería ha sido y sigue siendo uno de los mecanismos más importantes de transformación ambiental: deforestaciones masivas para dedicar los terrenos al cultivo y al pastoreo, con la consiguiente degradación del suelo, construcción de sistemas de regadío y vías de comunicación, etc.

      Cuando se inicia la agricultura y se extiende por todo el mundo, la población creció de una manera espectacular, de modo que, al llegar el año 3000 a. C., se habían alcanzado los 100 millones de personas.

      Una vez establecida la vida agrícola, continuó el crecimiento, pero a un ritmo significativamente más lento, de modo que a mediados del siglo XVII la población era de unos 500 millones.

      Por todo ello, en esta época la acción humana sobre la naturaleza fue intensa y causa de una creciente degradación ambiental, pero restringida a las zonas más pobladas del planeta, quedando amplias regiones sin sufrir de manera importante influencia antrópica.

      5.3. Fase industrial-tecnológica. Uso con transformación generalizada del entorno

      El creciente agotamiento de los recursos forestales condujo al descubrimiento de una nueva y más potente fuente de energía: el carbón.

      Ello permitió, a mediados


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