El enviado del Reino. Carlos Silgado-Bernal
Los relatos de las apariciones a los apóstoles: los mandatos de Jesús resucitado
El imaginario del cuerpo del resucitado y Jesús como dios humanado
Sobre la historia contada por los profetas
CAPÍTULO 6. JESÚS EN SUS PROPIAS PALABRAS
La ardua búsqueda de las tradiciones más cercanas a los dichos de Jesús
Sanador carismático: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él»
El propósito de Jesús: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel»
Los supuestos anuncios acerca de su muerte y resurrección: «Eloi, eloi, lama sabachthani»
La oferta de la salvación: «Semejante es el Reino de los cielos a un tesoro escondido»
El divorcio y el rigorismo moral: «Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre»
EPÍLOGO
ANEXO A
CRONOLOGÍA DE LAS TRADICIONES CRISTIANAS ORIGINARIAS
ANEXO B
CRONOLOGÍA DE LA ÉPOCA DE JESÚS
BIBLIOGRAFÍA
A Rafael y Teresita, mis padres, y su recuerdo bienhechor.
Así fue intensificándose la convicción de que, a lo largo de los siglos, se había subrayado tanto la naturaleza divina de Jesús que finalmente se había hecho que su humanidad esencial pareciese en cierto modo mítica. Curiosa ironía, había llegado a ser más fácil creer en Jesús como Dios que imaginarlo como hombre.
ROBERT COUGHLAN
¿Qué hombre fue Jesús? En Life en español «La Biblia», número doble especial, 12 de abril de 1965
Nunca están clausuradas las fronteras de la investigación histórica.
REINHOLD y URSULA NIEBUHR
Citados por Robert Coughlan, ¿Qué hombre fue Jesús? En Life en español «La Biblia»
A fines de la década de 1980, un libro me condujo a un mundo de indagaciones en el que habría de sumergirme por décadas y del que surgió, con el tiempo, el propósito de escribir una obra enfocada a la divulgación de un tema histórico complejo y controversial situado en el centro de la cultura religiosa occidental: la faceta histórica de Jesús de Nazaret, llamado «Cristo».1
El libro al que me refiero se titula Investigación sobre la vida de Jesús, de Albert Schweitzer —teólogo, médico misionero, músico y filósofo de origen alemán—, en el cual resumía, con un estilo vivaz y erudito, más de doscientos años de estudios sobre la vida de Jesús. Quizás lo que más me impactó del texto de Schweitzer fue el examen minucioso de los trabajos hechos por decenas de autores que habían afrontado el riesgo y las consecuencias de investigar problemas que surgían de la lectura atenta de las fuentes acerca de la vida de Jesús, los textos del Nuevo Testamento. Una tarea en la que convergían el legado de la razón crítica de la Ilustración, el dominio de lenguas de la antigüedad y el entorno de la teología protestante. Aquellos estudiosos, en su mayoría auténticos biblistas, escribieron vidas de Jesús apremiados por interrogantes históricos y se encontraron en la disyuntiva de responderlos con criterios doctrinales, dogmáticos, o con juicios críticos desarrollados trabajosamente por ellos mismos. Se embarcaron en naves cuyo destino no podía preverse del todo porque su aventura intelectual era movida por la investigación y el descubrimiento, y por la reinterpretación legítima a la que ellos conducen.
Lejos estuve, entonces, de saber que ese elaborado examen —en ocasiones proceloso— no constituía una solución acabada, sino un camino abierto que aquella obra me conduciría a recorrer. Desde esa época de afirmación personal en el criterio y los juicios propios, el libro de Schweitzer adquirió para mí un atractivo que no se ha desvanecido porque se convirtió en un tema auténtico, en una cuestión acorde con mi formación en humanidades y con preguntas que resonaban desde el trasfondo de la educación religiosa de mi infancia y de la enseñanza católica al estilo del Concilio Vaticano II en mis años de secundaria. Entre ellas, una destacaba: ¿cuál era el sentido —racional, existencial, espiritual— del dogma que sostiene que el protagonista de los relatos evangélicos, Jesús de Nazaret, poseía a la vez una doble naturaleza, divina y humana? «Verdadero Dios y verdadero hombre», según reza el Catecismo. Pues bien, el libro de Schweitzer me demostró que tan intrincada cuestión conceptual podía ser —y que, de hecho, lo había