Un compromiso anunciado. Кэрол Мортимер
o porque van a perder de vista a mi madre? –murmuró Griffin sombríamente.
Dora meneó la cabeza. Griffin era la persona más irrespetuosa del mundo.
–Estoy segura de que la intención de tu madre es buena, Griffin –razonó evasivamente; durante su corto compromiso con Charles, Dora se había dado cuenta de que Margaret sería una suegra imponente.
–¿Ah, sí? –Griffin la miró con los ojos entrecerrados–. Ojalá confiaras en mí –añadió con indignación–. Sea como sea, la boda sigue en pie y se celebrará dentro de cuatro semanas.
–¿Cómo lo has conseguido? –se preguntó Dora con curiosidad.
–Con chantaje –Griffin dijo en tono grave–. Pero ahora ya está hecho y, bueno, por eso estoy aquí hoy –se metió la mano en los bolsillos de la cazadora–. Para traerte en mano tu invitación de boda. Lo siento –hizo una pausa–. Parece que se ha arrugado un poco –le pasó un sobre algo doblado.
Dora miró el sobre con perplejidad. ¿Su invitación?
–No te va a morder –se burló Griffin al ver que no reaccionaba.
Charlotte había sido muy amable al invitarla a la boda, pero Dora sentía que su compromiso con la familia Sinclair había terminado con la muerte de Charles.
Sacudió la cabeza.
–Dudo que pueda ir.
–¿Y por qué?
Dora miró a Griffin con irritación.
–Después de la reacción inicial de tu madre ante la fecha de la boda, y la razón para ello, imagino que yo sería la última persona a la que esperaría ver allí.
Él arqueó las cejas.
–¿Tienes miedo, Izzy? –se burló.
–No seas ridículo, Griffin –saltó–. Solo intentaba ser delicada con los sentimientos de tu madre.
–Sabiendo que ella jamás piensa en los sentimientos de los demás, yo no me molestaría –se dio la vuelta–. Además, ahora que hemos vencido sus recelos iniciales, se ha volcado en los preparativos de la boda para vengarse. La discreta boda que deseaba Charlotte se ha convertido en un circo social –explicó con desagrado.
Razón de más, pensaba Dora, para no ir. Desde luego seguía teniendo todas las cualidades que tanto Charles como su madre habían encontrado tan convenientes para representar el papel de futura esposa: conversaba con facilidad con todo tipo de personas, era atractiva, aunque de una belleza discreta y serena, y su nombre estaba limpio de escándalos.
Sencillamente no le hacía ni pizca de gracia ser la «pobre prometida de Charles», objeto de lástima y curiosidad. La muerte reciente de su padre sería una buena excusa para no aceptar.
–Como ningún miembro de mi familia estaba enterado de la muerte de tu padre, él está, por supuesto, incluido en la invitación –Griffin parecía haberle adivinado el pensamiento–. Pero ni se te ocurra pensar en no ir; asistirás a la boda como mi pareja.
Dora se lo quedó mirando. ¿Su pareja?
–No lo creo, Griffin…
–Bueno, pues yo sí –le contestó en un tono que no admitía réplica–. ¿Podrías cobrarme estos libros? –indicó el montón sobre el mostrador que había elegido mientras la señora estaba en la tienda–. Tengo otra cita dentro de una hora.
Dora arrugó el entrecejo.
–No querrás llevarte todos estos libros, ¿verdad?
Él hizo una mueca.
–Además de no hablar conmigo durante un mes, mi madre decidió hacer limpieza en la que solía ser mi antigua habitación. La limpieza incluyó tirar una colección de clásicos que yo tenía desde niño –le dijo con tristeza–. Estoy intentando reponerlos.
Dora sabía que la madre y el hijo nunca se habían llevado bien, pero hasta ese punto…
–Si recuerdas los demás títulos que te faltan, quizá pueda conseguírtelos –se ofreció.
Los libros siempre habían sido importantes en su vida y nada se le antojaba más horrible que perder alguna de las colecciones que había reunido durante años, y que aún seguía leyendo una y otra vez.
–Gracias –asintió–. Haré una lista y te la daré.
Dora deseó que no la mirara con la intensidad con que lo hacía mientras hacía la cuenta; la ponía nerviosa y no era capaz de concentrarse.
Pero él no dejó de mirarla de aquel modo tan especial, como si entendiera lo que ella estaba sintiendo.
–Debías de tener una biblioteca considerable –le dijo mientras metía los libros en bolsas; algunos de ellos también los tenía ella en la biblioteca de casa.
–¡Y tú pensando que no sabía leer!
–Ya estás diciendo tonterías otra vez –alzó la cabeza y lo miró con sus tranquilos ojos grises, más tranquila sabiendo que él estaba a punto de marcharse–. Soy consciente de que has escrito varios libros.
Torció la boca con gesto burlón.
–Apuesto a que aquí no hay ninguno de ellos –miró a su alrededor de forma harto significativa. Ella se puso tensa como reacción a su burla deliberada.
–Tenemos, por supuesto, libros de viajes…
–Pero no de Griffin Sinclair –dijo con certeza–. Tu padre no me quería más que yo a él.
–Te he dicho que tengo intención de introducir algunos cambios –contestó bruscamente–. Y los libros escritos por personajes conocidos de la televisión serán seguramente éxitos de venta –añadió para pincharlo.
–¡Qué graciosa! –Griffin hizo una mueca mientras agarraba una bolsa de libros con cada mano–. Te veré dentro de cuatro semanas –fue hacia la puerta de la tienda–. La boda es a las tres de la tarde, así que iré a buscarte a tu casa sobre las dos.
Entonces lo acompañaría a la boda de su hermana, sería su acompañante…
–Ah, Izzy… –se detuvo ante la puerta.
Ella lo miró con recelo.
–¿Sí?
Sonrió al notar su mala gana.
–No te vistas de negro, ¿de acuerdo? Para empezar, no es el color apropiado para una boda –continuó antes de que ella pudiera decir nada–. Y, además –añadió en tono burlón–, no te queda bien.
Cuando Griffin salió, Dora se volvió a sentar despacio. Griffin Sinclair, decidió, era el hombre más escandaloso que había tenido la desgracia de conocer.
Pero qué extraño que la señora mayor lo hubiera comparado con un pirata contemporáneo, porque cuando Dora lo conoció, también a ella le había parecido un hombre de otro tiempo.
Claro que, el lugar había contribuido a crear esa ilusión. O al menos esa fue la excusa que se dio a sí misma para explicar su comportamiento. Fuera cual fuera la razón, se había dejado hechizar. Al menos durante un breve período de tiempo…
Capítulo 2
EL POSIBLE vendedor, un hombre que poseía un libro que su padre quería comprar, le había parecido por teléfono un tipo bastante excéntrico; pero cuando Dora vio el hotel de Devon que le había recomendado para que pasara la noche, supo que aquella visita de negocios iba a ser memorable.
Al cruzar las enormes puertas de roble del vestíbulo, sintió como si hubiera entrado en otra época. La minuciosa restauración le había devuelto a Dungelly Court su antiguo esplendor, al menos eso decía el folleto que había leído al entrar. Cuadros antiguos y tapices