Un compromiso anunciado. Кэрол Мортимер
en el respaldo y la observó.
–Encajas bien en este lugar, ¿sabes, Izzy? –murmuró finalmente.
A Dora no se le había pasado por alto su manera de mirarla, y al oír aquel comentario se ruborizó. Jamás había vestido demasiado a la moda, anteponiendo siempre la comodidad a la elegancia.
Después de volver de la cita con el vendedor, se había lavado el pelo y maquillado discretamente: los labios en un tono melocotón y un toque de máscara en las pestañas para realzar el gris de sus ojos.
En realidad se había encontrado bien al mirarse al espejo del armario hacía unos minutos, pero era consciente de que seguramente no era lo suficientemente sofisticada y bella para Griffin Sinclair.
–Te lo he dicho como un halago, Izzy –dijo con su voz ronca y sensual–. Yo me he enamorado del encanto de este lugar –miró a su alrededor–. Mi intención inicial era quedarme tan solo una noche, pero llevo aquí casi una semana.
–¿Estás aquí por negocios, Griffin? –decidió pasar por alto lo que él había llamado halago y también el hecho de que insistiera en llamarla Izzy.
Aquella visita estaba adoptando un tinte de ensueño, con lo cual Griffin Sinclair podría convertirse en parte de aquella irrealidad. ¡Qué emocionante poder dejar de ser Dora durante unas horas!
Pero no porque su vida fuera mala. Se ocupaba de la casa y ayudaba a su padre en la librería durante la semana. Se trataba de que el simple hecho de que ese hombre la llamara Izzy hacía que se sintiera distinta; ya no era la cauta y tímida de Dora. O quizá, como decía Griffin, fuera el efecto de aquel lugar.
Él se echó a reír.
–Izzy, este es mi trabajo. Me dedico a escribir guías de viaje y reseñas sobre lugares de interés turístico –le explicó al ver la curiosidad reflejada en su rostro.
–¿Para suplementos dominicales y cosas así?
–Más o menos –contesto en tono seco.
–Qué interesante –dijo y dio un sorbo de vino, que resultó ser del tipo que a ella le gustaba: blanco y seco.
Griffin se echó a reír a carcajadas, sin importarle las personas que se volvieron para mirarlo.
–Sigue mi consejo, Izzy, y nunca te dediques a la interpretación… ¡No es lo tuyo!
–Pero claro que me parece interesante –se apresuró a rectificar lo que seguramente había parecido un insulto–. Siempre he querido viajar –añadió con anhelo, sabiendo que mientras trabajara para su padre no lo haría, a no ser que fuera en viaje de negocios, como en esa ocasión. Y solo lo había hecho porque su padre se sentía ya demasiado mayor para conducir hasta tan lejos.
Dora solía pasar las vacaciones en casa porque la mayoría de sus amistades se habían marchado a vivir a otras zonas o se habían casado, y no le apetecía viajar sola.
–Puede resultar interesante –Griffin se encogió de hombros–. Aunque mi familia no hace más que preguntarme cuándo voy a tener un trabajo como Dios manda.
Por lo que Griffin había dicho de su familia, en particular de su madre, a Dora le daba la sensación de que se sentía feliz de seguir como estaba, si con ello molestaba a su familia, aparte de que aquello le proporcionaba un medio de vida.
Dora no podía imaginar vivir con esa tensión entre ella y su padre, el único pariente que le quedaba vivo. Prefería llevar una vida tranquila y cómoda, y no estar en conflicto constante con las personas que la rodeaban. Griffin le dio la impresión de ser una persona a la que no le importaba molestar a los demás.
–Estoy segura de que están orgullosos de ti –dijo, haciendo una mueca.
–Y yo estoy seguro de que no lo están –contestó como si no le importara.
Dora bebió un poco de vino; en realidad no dejó de beber durante las dos horas siguientes, mientras disfrutaba de la comida, y Griffin pidió otra botella cuando iban por el segundo plato.
Dora no estaba segura de si resultaba prudente o no beber más, pero como no iba a conducir y se lo estaba pasando bien, decidió que no era tan importante. Griffin amenizó la cena contándole algunas historias de sus viajes. Incluso Derry, que entró en el restaurante, no le pareció tan grande y fiero como por la mañana. Al contrario, el perro debió de decidir que Dora le gustaba y se tumbó a sus pies sobre la alfombra.
–Apenas sobrepasas el metro cincuenta y en cambio pareces tener una especie de poder sobre un macho tan solitario como Derry –Griffin murmuró pensativo.
Dora lo miró fijamente, buscando algún significado oculto tras el comentario. Griffin sin duda era muy masculino, eso lo había notado en el nerviosismo que le había hecho sentir durante toda la velada; en cuanto a solitario… ¡Desde luego era el hombre más extraño que había conocido jamás! No se había vestido de gala para cenar: llevaba puestos los mismos vaqueros de por la mañana aunque la camiseta negra se la había cambiado por una verde, que acentuaba el color de sus ojos. Pero quizá no fuera eso a lo que él se había referido.
–Eso es exactamente a lo que he querido referirme, Izzy –le dijo mientras se inclinaba hacia delante y le tomaba de la mano de pronto, mirándola con intensidad–. ¿De dónde diablos has salido? –murmuró con tristeza.
Ella tragó saliva. Estaba jugando con ella, no podía ser de otra manera. En realidad, llevaba toda la noche preguntándose por qué un hombre como aquel se molestaba en cenar con alguien tan ordinario como ella. Al final decidió que el motivo era que no había nadie más con quien cenar.
–De Hampshire –le contestó, aunque sabía que no le había preguntado eso.
Dios mío, qué tentación… ¿Qué mujer no se sentiría tentada a seguirle el juego, a continuar con aquel coqueteo, al menos por una vez en la vida…
¡Ni hablar! Ella era Isadora Baxter, nunca había tenido una relación seria en toda su vida y no pensaba ponerse a flirtear con un hombre que había conocido esa misma mañana; y que era la antítesis de todo lo que ella deseaba en un hombre. Quería a alguien serio, trabajador, un yerno que fuera el orgullo de su padre.
Su padre la quería, lo sabía bien, pero siempre había deseado tener un hijo varón; pero, después de nacer Dora, su madre no había podido tener más hijos. Por esa razón Dora siempre había deseado darle a su padre el yerno ideal; para que él se sintiera orgulloso de su hija. ¡Sin embargo, estaba segura de que la atracción que sentía hacia Griffin lo horrorizaría!
–¿Te apetece tomar café ahora o esperamos hasta después del paseo?
¿Paseo? ¿Qué paseo?
–Yo…
–Hace una noche maravillosa, Izzy –añadió Griffin con ánimo mientras se ponía de pie para retirarle la silla.
Dora se levantó. Se sentía demasiado afable, a causa del buen vino, eso lo sabía, como para ponerse a discutir. Además, la brisa nocturna la ayudaría a despejarse un poco.
Al salir, se estremeció ligeramente.
–Creí que habías dicho que hacía una noche maravillosa –dijo con pesar.
–Maravillosa no tiene por qué implicar que haga buen tiempo –se echó a reír–. Toma –se quitó la chaqueta y se la echó por los hombros, agarrándola de los brazos suavemente mientras cruzaban el patio en dirección a los jardines.
Dora intentó desesperadamente no reaccionar a la delicadeza de aquel gesto, cosa que no le resultaba fácil con la cazadora de Griffin sobre los hombros; el cuero olía a él, a una mezcla de hombre y loción para después del afeitado.
Dora se sentó a una de las mesas que había desperdigadas por el jardín, iluminado este por algunas farolas colocadas estratégicamente para realzar los macizos de flores y los arbustos, podados con formas geométricas. Desgraciadamente, Griffin eligió sentarse a su lado; y lo hizo tan cerca