La voluntad de morir. Gracia María Imberton Deneke
importante, principalmente a raíz de las líneas de trabajo pastoral promovidas por la teología de la liberación y la teología india. Bajo estas directrices, algunos ejidatarios pudieron formarse como catequistas, lo que les permitió ganar un nuevo e importante espacio de liderazgo político y moral entre los campesinos. En las décadas de los ochenta y los noventa, estos líderes gozaron de amplio reconocimiento local, semejante al que habían tenido los principales, e impulsaron la organización y movilización comunitaria. Además, implementaron medidas tendientes a aglutinar a sus seguidores: por ejemplo, promovieron la revalorización y rescate de las costumbres y tradiciones indígenas choles, como una manera de enfrentar a los grupos evangélicos. Contribuyeron, junto con algunas organizaciones políticas, a redefinir los términos de las relaciones étnicas entre comerciantes y ejidatarios choles, a los que ahora se referían como ladinos e indígenas; igualmente sucedió con el término “colonia” con el que antes se hacía referencia a las localidades rurales, el cual se sustituyó por el de “comunidad”.[44]
En síntesis, los cambios experimentados por Cantioc y Río Grande entre 1934 y 1980 apuntan en varios sentidos. La transición de una economía de autosubsistencia a una de mercado generó una mayor demanda de tierras por parte de los ejidatarios, lo que sumado al crecimiento demográfico, evidenció los límites de la agricultura como fuente principal de subsistencia. Muchos ejidatarios tuvieron que buscar ingresos monetarios en otras actividades productivas, dentro y fuera de sus localidades. La presencia del Estado, primero con la formación del ejido, y después por medio de sus instituciones educativas y de fomento a la producción agrícola y pecuaria, contribuyó a la diversificación productiva y ocupacional. Estas nuevas actividades permitieron cierta movilidad social a algunos individuos —en particular a los maestros bilingües— y propiciaron una mayor diferenciación socioeconómica. Surgieron nuevos estilos de vida y consumo inspirados en aquellos de las ciudades cercanas que ahora frecuentaban, o en la televisión, una vez que Cantioc y Río Grande contaron con el servicio de electricidad.[45]
A la par de estos cambios aparecieron nuevas formas de autoridad y prestigio locales. El cabildo, la mayordomía y los principales fueron desplazados por las autoridades municipales, pero sobre todo por las ejidales que ocupan hasta la fecha una posición relevante. Si antes se reconocía la autoridad de los hombres de palabra con experiencia probada en los asuntos comunitarios, después fueron los criterios del manejo del español y la habilidad para desempeñarse en el medio ladino los requeridos. El ámbito de acción de los curanderos, cuyas opiniones antes tenían reconocimiento, se redujo exclusivamente a cuestiones de salud o rituales ceremoniales. Los espacios político y religioso se ampliaron progresivamente con la presencia de organizaciones, partidos e instituciones emergentes, mismos que entraron en disputa con los ya establecidos, y provocaron en algunos casos divisiones. Éstos también introdujeron otras posiciones sociales de prestigio y liderazgo: las figuras del catequista y de las autoridades civiles, y los puestos políticos partidistas.
Asimismo, el agotamiento de la agricultura como fuente de subsistencia trajo consecuencias directas al grupo doméstico. Como la autoridad masculina se basaba en el control sobre la tierra, el jefe de familia vio disminuido su poder frente a las nuevas generaciones que encontraron su sustento en un trabajo distinto al agrícola. El grupo doméstico perdió relevancia tanto en su papel de organizador del trabajo como del reparto de sus frutos. Las jerarquías de edad y de género comenzaron a cuestionarse seriamente, lo que incluso alcanzó al ámbito del matrimonio.[46]
La crisis agrícola de los noventa
Durante la década de los noventa, la región enfrentó circunstancias dramáticas. La crisis rural a nivel nacional había iniciado en los ochenta. A principios de esa década, la producción de Chiapas se destinaba al abastecimiento de alimentos y materias primas al país, y mostró cierto crecimiento y diversificación, pero a partir de 1986 dejó de crecer (Villafuerte, 2009). El desplome de los precios del café en el mercado internacional, que inició en 1989 y continuó a la baja durante varios años, afectó seriamente al sector cafetalero nacional, y en especial a los pequeños productores.[47] Para el caso de Chiapas, el valor de la producción total en 1991 fue de $768 111 120, pero un año después, en 1992, bajó a $323 772 120, esto es, a menos de la mitad que un año antes.[48]
El municipio de Tila contaba en 1990 con 67 localidades cafetaleras y 3227 productores, de los cuales 190 eran pequeños propietarios y 3037 ejidatarios/comuneros.[49] Los datos sobre la producción y número de hectáreas dedicadas al café en este municipio entre 1950 y el año 2000, incluyendo ejidos y propiedades privadas, son reveladores en varios sentidos (tabla 2).[50] Por un lado, muestran el rápido incremento de superficie dedicada al café entre las décadas de 1950 y 1970 (de 2345 ha a 9344.6), así como del volumen de la producción (de 2958.74 a 16 164.84 toneladas).[51]
En esta misma década, bajo la presidencia de Salinas de Gortari, el Estado mexicano replanteó su política económica nacional para alinearla a las políticas neoliberales internacionales y al marco de la globalización; para el caso del café, impulsó el libre mercado optando por la desregulación económica y la apertura comercial.[52] Los más afectados por esta política fueron los pequeños productores ya que se eliminó el precio mínimo al campo, el Inmecafé perdió sus funciones regulatorias y de compra de la producción, además de que los campesinos dejaron de percibir los créditos. Fue hasta varios años después que el gobierno federal destinó recursos del programa Pronasol (Programa Nacional de Solidaridad) para paliar la crítica situación de este sector.[53]
Durante esos años, hubo ocasiones en que los campesinos de Río Grande y de Cantioc recogieron, para su consumo, una mínima parte de la cosecha del café, pues no disponían de recursos para pagar la mano de obra que se necesitaba para recolectarla toda. Asimismo, los jornaleros perdieron el ingreso monetario por esa actividad. Esto llevó a que los cafetales se descuidaran dificultando más su posterior recuperación, cuando los precios del café finalmente subieron. Otros campesinos optaron por cambiar el uso de la tierra. Unos asolaron parte de los cafetales para sembrar maíz y garantizar así al menos el sustento básico. En regiones propicias para la ganadería, como El Limar, algunos cafetales se transformaron en potreros (Agudo, 2004). La crisis del café truncó una de las vías para la movilidad social y las esperanzas de quienes vieron en este cultivo una alternativa para mejorar sus condiciones de vida.[54]
El otro hecho que marcó profundamente esta década fue el levantamiento zapatista de 1994, cuyas repercusiones se sintieron en 1995, aunque Tila vivía conflictos muy serios desde antes.[55] Río Grande y Cantioc no padecieron la violencia que hubo en otras partes de la región chol, sobre todo en la cabecera y las zonas bajas, pero sí muchas de sus consecuencias. La confrontación alcanzó niveles extremos en la región debido al surgimiento de la organización Desarrollo, Paz y Justicia, conocida como Paz y Justicia, que se proponía detener el avance del zapatismo, atajando las invasiones de tierras (que ya se habían dado en la región), y del perredismo, en la contienda electoral. Asimismo, se oponía al trabajo de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas —inspirado en la teología de la liberación y la teología india—, a la que consideraba simpatizante y partidaria de aquellas dos fuerzas.
Paz y Justicia se formó en 1995 y la encabezaron maestros bilingües choles con experiencia en luchas magisteriales, que representaban los intereses de algunas asociaciones ganaderas de Salto de Agua y de Palenque. La relación con los ganaderos le granjeó el apoyo de los aliados de aquéllos en el pri de Tila (cdhfbc, 1996; Agudo, 2005a). El propósito formal de Paz y Justicia era el fomento de proyectos productivos en la región, para lo cual recibió numerosos recursos del Estado. Sin embargo, la organización condicionó el apoyo a la pertenencia al pri; asimismo, fue acusada de desviar estos recursos a la compra de armas y de organizar y operar como un cuerpo paramilitar. A lo largo del conflicto hubo decenas de muertos, miles de desplazados, mayoritariamente zapatistas y perredistas, además de robo de ganado y destrucción de la propiedad de las víctimas (cdhfbc, 1996; Harvey, 2000; Agudo, 2005a); y al mismo tiempo se dio la militarización de la región.[56]