Las claves del éxito. Daniel Cestau Liz
definen además, en nuestro tiempo. La pérdida en el futuro es percibida como temor. La pérdida en el presente es sentida como dolor. La pérdida en el pasado es experimentada como enojo.
El Dr. Melvyn Kinder, como muchas otras autoridades, sostiene que nuestras emociones tienen orígenes biológicos. Cada uno de nosotros nace con un temperamento emocional innato y único, impulsado biológicamente. Quiénes somos y cómo reaccionamos al mundo que nos rodea está determinado más por esos rasgos innatos que por el ambiente o nuestra crianza.
“No estoy sugiriendo —dice el Dr. Kinder— que la biología sea el destino. La influencia ambiental, las opciones morales que definen nuestro carácter y la variedad de oportunidades que nos presenta la vida, todo nos hace lo que somos. Cuando subrayamos los determinantes biológicos o genéticos de nuestras emociones, y afirmamos su primacía, deseamos que el lector sepa que hay aún un vasto espacio para la modificación y orquestación consciente y deliberada de las emociones, pero sólo cuando los esfuerzos se basan en las nuevas verdades sobre las emociones”.
No es posible cambiar los determinantes biológicos viscerales de los sentimientos. Lo que se puede hacer es cambiar el modo de relacionarse con las propias emociones y modificar los modos en que se responde a ellas. La aceptación es un proceso activo, no es pasivo ni es resignación. La aceptación es el primer paso en la habilitación y el manejo emocional.
Aceptar las emociones, en lugar de atenuarlas, es el único modo en que se aprende a orquestarlas y, de esa manera, a manejarlas. No olvide que lo que es resistido tiende a persistir.
EL SEGUNDO PASO PARA EL CONTROL DE LAS EMOCIONES ES DISOCIARLAS DE LA SENSACIÓN CORPORAL
Existe la siguiente ley: NO HAY EMOCIÓN DISOCIADA DE TODA SENSACIÓN CORPORAL. El Dr. Juan García Casas lo plantea así: “Si se suprimen en el miedo los síntomas físicos; se devuelve la calma al pulso agitado; a la mirada, su firmeza; al rostro, su color normal; a los movimientos, su rapidez y su seguridad; a la lengua, su actividad; al pensamiento, su claridad, ¿qué queda del miedo?”
Escribió el célebre psicólogo William James: “Si nosotros nos representamos una fuerte emoción, y enseguida procuramos abstraer de la conciencia que de ella tengamos todas las sensaciones de sus síntomas corporales, nos encontramos con que no nos queda nada”.
Cuando una emoción hierve en nosotros, podemos impedir que se traduzca al exterior. La cólera tiene necesidad, para expresarse, de los puños cerrados, de las mandíbulas apretadas, de la contracción de los músculos de la cara y de una anhelante respiración; pero se puede ordenar a los músculos que se relajen, a la boca que sonría, y moderar los espasmos respiratorios. Si no se han tratado de apagar las primeras manifestaciones, cuando son todavía débiles, de la naciente emoción; si se la ha dejado crecer, los esfuerzos quizá sean inútiles; sobre todo, si desde adentro la voluntad no acude con el socorro de otros sentimientos, tales como el de la dignidad personal, el raciocinio, la verdadera perspectiva, etcétera.
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