Correr, la experiencia total. George Sheehan
la lista de libros más vendidos del New York Times, por detrás de El libro completo del corredor de Jim Fixx. A este primer libro, le siguieron otros, siete en total, que culminaron con Going to Distance, donde relató su lucha contra el cáncer, que terminó matándole en 1993. Además de él, hubo otros precursores que también merecen ser reivindicados. Bill Bowerman, Kenneth Cooper y Fred Lebow, por nombrar unos cuantos. Mujeres pioneras como Grete Waitz y Joan Samuelson. Sin embargo, lo que nuestro padre puso en juego fue el juego en sí mismo. Mientras otros se aferraban a los beneficios de correr para la salud, él proclamó la cara menos práctica del deporte, sabedor de que la moda de correr acabaría si la gente sólo lo hacía por sus beneficios médicos. Los recién llegados se apearían del deporte al cabo de un mes si empezaban a correr por obligación. En cambio, se aficionarían a este deporte de por vida en caso de que se convirtiese en un juego.
«En el ámbito del juego es donde radica la vida. Donde el juego es un juego», escribió mi padre. «En su frontera es donde caemos en el error, donde correr se vuelve algo serio, donde se pierde el sentido del humor… Dinero, poder y posición se convierten en los objetivos. El juego se reduce a ganar. Y desaprovechamos la buena vida y las cosas buenas que aporta el juego». Para él, aunque el trabajo era necesario, el juego era esencial. «El trabajo no nos permite ser las personas que podríamos ser. El trabajo es sólo el precio que hay que pagar. Una vez ganado el pan de cada día, podemos dedicarnos a jugar».
Mediante el juego, en sus largas horas de carrera, rompió sus ataduras y se deshizo de sus cargas. Como Henry David Thoreau en sus paseos por Walden Pond, mi padre descubrió que correr le ayudaba a simplificar la vida, a despojarla de la complicación de las posesiones y la posición social. Disfrutar del cielo, el viento y el camino junto al río era gratis, y experimentar todo eso al correr resultó liberador. Y más importante aún, el juego se convirtió en la puerta de acceso al conocimiento de sí mismo. Corriendo, estuvo cada vez más cerca de la persona que suponía que debía ser: no de la idea de otra persona sobre lo que él debería ser. Animó a sus lectores a encontrar su verdadero yo, a congratularse de él y a asumir de nuevo el control de sus vidas. O dicho con sus propias palabras: «a poseer la experiencia de uno mismo en vez de ser poseído por ella, a vivir la vida en vez de que ella viva por ti, y a llegar a ser todo cuanto eres».
Poseída por este espíritu fue como se bautizó la revolución deportiva del atletismo. Fueron días embriagadores en que se veía a gente de toda condición social corriendo por primera vez, con la incertidumbre en la salida de saber adónde iban. Tanto o más que otros, George Sheehan abrió el camino. Liberado de convencionalismos, asumió sus propias excentricidades, animó a los que leían sus artículos y asistió a charlas previas a las carreras para que la gente asumiera las excentricidades propias. Los corredores captaron el mensaje. Surgieron carreras y maratones por todo el país. Durante las fiestas patronales las líneas de salida de las carreras populares estaban abarrotadas de corredores. La fiesta había comenzado.
Sabedores de que muchos de nosotros éramos niños, y que algunos ni siquiera habíamos nacido, somos conscientes de que tal vez nunca hayas oído hablar del doctor George Sheehan ni hayas leído ninguno de sus libros. No obstante, la familia Sheehan y la editorial Rodales sabemos que su mensaje, no sólo ha superado el paso del tiempo, sino que sigue mostrándonos el camino. Estamos seguros de que también causará efecto en ti. Por eso te ofrecemos esta edición para celebrar el trigésimo quinto aniversario de la primera edición de Correr. La experiencia total.
En estas páginas, este corredor, médico y filósofo fue el primero y el mejor en escribir sobre atletismo. Alcanza altas cotas de inspiración, pero sin olvidarse de los principios teóricos. «La vida −escribió− es experimentar con uno mismo». Con tantos maratones a sus espaldas, nos revela todos sus conocimientos duramente adquiridos sobre entrenamiento, carreras y prevención de lesiones. Por no mencionar sus notables pasajes sobre el maratón en sí mismo, el desafío final y prueba definitiva para todos los corredores. Esperamos que, al igual que nosotros, halles rasgos de humor, momentos de iluminación y, tal vez, la llave para abrir alguna puerta cerrada. También esperamos que su voz se convierta en tu compañera por las carreteras, animándote a correr ese kilómetro adicional y a descubrir lo que hay más allá.
−Andrew Sheehan
Introducción
de Kenny Moore
Correr. La experiencia total sigue teniendo la misma fuerza que cuando George Sheehan lo escribió hace treinta y cinco años. Ningún otro libro ha igualado la rigurosidad de su lógica, su maestría literaria ni el valor de Sheehan al mostrarse a sí mismo tal cual era durante el proceso de creación. Nadie ha abordado el mundo de los corredores con tanta exhaustividad. ¿De dónde procedió ese saber? De correr, de sentirse descontento por ser un reputado cardiólogo y de ir convirtiéndose en el más duro de los corredores, un especialista en la milla, preparado mediante matadores entrenamientos con intervalos y carreras brutales. A los cincuenta, estableció el récord mundial de la milla en su categoría por edad en 4:47 h. A los sesenta y un años, corrió el maratón en 3:01 h. Y el hecho definitorio fue que, sin importar la distancia, George corría lo más duro y humanamente posible.
«No recuerdo una carrera que mi padre no acabara in extremis −escribió su hijo George III−, fuera a rastras por el suelo o en brazos de alguien.»
Sus experiencias como atleta eran tan convincentes que tuvo que escribirlas. Sus columnas se equipararon con el nivel de exigencia de sus carreras o lo superaron, tanto en las horas que le llevaba escribirlas hasta sentirse satisfecho como en las profundidades a las que buceaba. A través de sus artículos en Runner’s World, el doctor George Sheehan se convirtió en instigador y divulgador del gran auge del atletismo estadounidense durante las décadas de 1970 y 1980. Fue un portavoz de lo más entretenido que inspiró a miles de personas.
En 1978, con sesenta años de edad y en la cima de su participación en maratones y de su capacidad intelectual, reunió diez años de ensayos y escribió este sorprendente libro: en parte unas memorias, en parte un tratado filosófico y en parte un manual médico, pero sobre todo un medio para verter su corazón en las facetas más profundas de la naturaleza humana.
George fue un amigo muy apreciado. Me congratulo de las cartas que nos escribimos. Su vida literaria comenzó en un periódico local donde escribió sobre los Juegos Olímpicos de México en 1968. Yo también comencé el mismo año escribiendo sobre maratones para el periódico de mi ciudad. Pronto me uní a Sports Illustrated donde daba cuenta de las mejores carreras y los mejores corredores.
En su trabajo, George congregó un coro interdisciplinario de poetas y filósofos, desde Aristóteles hasta William James, desde Blake y Keats hasta Vince Lombardi, trasvasando el lenguaje más profundo para plasmar con él la importancia del deporte. Yo fui estudiante de Filosofía, pero nunca reparé en la importancia de José Ortega y Gasset hasta que Sheehan nos hizo partícipes de su comprensión del modo en que creamos nuestra realidad. George consiguió que los lectores serios reunieran o mejoraran su biblioteca personal.
Su mensaje, fruto de sus exhaustivas lecturas y puesto a prueba con miles de kilómetros a la carrera, se resume en lo siguiente: «El hombre ha sido creado para triunfar». Todos somos únicos y se nos han concedido capacidades distintas a las de los demás. El éxito radica en descubrir tu ser auténtico, la persona que realmente eres, y en convertirte en ella aprovechando todo ese potencial desaprovechado.
En el viaje que le llevó a descubrirse a sí mismo, George se percató de que la función emana de la estructura, de que existe una poderosa relación entre la constitución física y la personalidad. Ser alto y delgado había hecho de él una persona introvertida y solitaria. Le encantó saber que el psicólogo y estudioso de la constitución física William Sheldon había definido a las personas delgadas –ectomorfas− como «imparciales, ambivalentes, reticentes, suspicaces, cautas, complicadas y reflexivas». Personas a las que «las ideas les resultan más interesantes que las personas. Y que reaccionan a la presión con